3.6.14

Tres siltolianos

Vuelve a cobrar una intensa velocidad de crucero la colección Tierra de poesía (La Isla de Siltolá) y uno se fija, entre otros, en tres libros de autores muy diversos, ejemplo de una pluralidad digna de elogio. 

A Rodrigo Olay (Noreña, 1989) le dimos la bienvenida aquí cuando publicó su ópera prima, Cerrar los ojos para verte. Vuelve ahora con La víspera que es el título del excelente primer poema (y del último) de su segunda entrega.
Leía uno hace poco que se había premiado un libro por la ambición del autor al escribirlo. Cree uno, sin embargo, que en literatura, y más en poesía, lo que cuentan son los resultados y no las motivaciones, por elevadas que éstas sean. Lo traigo a colación porque me da la impresión que si por algo se caracteriza la poesía de Olay es por todo lo contrario y que, he ahí la paradoja, sin entrar en inútiles comparaciones, es eso lo que la hace merecedora de tal nombre. "El programa es sencillo / y a la vez exigente", leemos en "Poética. Por lo demás, el asturiano insiste en claves de su obra anterior y sigue demostrando que es ante todo un lector, por mucho que eso lastre a veces sus logros, por exceso de débito diría. O, para explicarlo de otro modo, por franco abuso de literatura. Nada malo, preciso. Que el poeta establezca un diálogo con lo que lee, me parece de todo punto pertinente, y hasta necesario. Se le llame o no culturalista. Se impone, con todo, la voz propia y esta es limpia, directa, clara. Es fácil adentrarse en su mundo. No cuesta nada hacerlo. Sí, estos versos son habitables, a pesar de que lo autobiográfico prevalezca. "Escribir / porque vamos a morir / pero pudimos amar", escribe en "Beat Generation", dedicado a otro poeta cercano, José Luis Sevillano.
Escrupuloso con la métrica (un poema se titula "Endecasílabos"; otro, "Alejandrinos"), insiste, como en el libro anterior, en el soneto. También publica algunos haikus. 
Predominan los poemas de amor (nunca o casi nunca correspondido), los que evocan recuerdos (de infancia y primera juventud -estudiantiles, digamos, o de campus-, aunque anticipe al padre futuro: "Palabras a la hija que un día tendré"). Inserta un relato, "Es la última noche de Alexánder  Aliojin". En "R. V." hace uso del asturiano. 
No le falta gracia a la poesía de Olay, y no me refiero a la acepción humorística de la palabra. Intuye uno que el tercero será, cómo no, otro libro, por más que su voz permanezca. 

Lo recuerdo bien. Causó cierto revuelo, hasta donde eso es posible en poesía, la aparición del primer libro de Carlos Martínez Aguirre (Madrid, 1974), La camarera del cine Doré y otros poemas (Hiperión, 1997). Después, silencio. El peregrino, que lo rompe por fin, agrupa poemas escritos entre 1998 y 2013. Sin falsas pretensiones, en eso se parece a Olay, nos entrega un puñado de versos donde lo cotidiano impera. Dedicados a familiares y amigos, evocan momentos dignos de ser recordados y no faltan en ellos constantes referencias a griegos y latinos, no en vano Aguirre es profesor de lenguas clásicas.
Poesía ajena al deslumbramiento, sí, pero iluminadora en más de un sentido. No se equivocaron quienes vieron en este hombre a un poeta. Poco importa si su producción ha sido exigua. Mejor, acaso. Hay tanto incontinente verbal...

Amando Carabias María nació (en 1962) y vive en Segovia. Los andamios de los pájaros es su cuarto libro. Tiene su base en la exposición pictórica titulada Tocar el humo, de Mariano Carabias. En la contemplación de esos cuadros y la "danza extraña" entre los rostros del presente y el "arquetipo" que representan, por decirlo con palabras del pintor.
Antes de entrar en materia, Carabias convoca a Machado y Rosales.
Sus poemas son largos, densos, discursivos. Su poesía, potente, inspirada, torrencial a ratos. Evoca un mundo antiguo y clásico. De personajes bíblicos (Noé, Moisés, el rey David), ciudadanos griegos y generales romanos, de guerreros medievales y de templarios. Al fondo, o detrás, hay una reflexión sobre nuestra humana condición: la vida de un hombre. "No soy Jasón, el argonauta, / no tendrá mi naufragio su epopeya..." "Si poseyera agallas de hombre..." "Estar es nuestro acierto, sólo estar."
En la parte final aparecen en escena su padre, su madre, sus hijas... Al leer los poemas dedicados a ellas, Ana y Miriam, recordaba uno, por analogía, lo que dicen de los médicos que han de curar a sus seres queridos: es difícil. Acertar a describir los sentimientos, digo.
"Vivir, la contraseña (Hombre sonriendo)" se titula el antepenúltimo poema del conjunto, para huir del pesimismo y la melancolía.
No falta la alusión al viaje, esa metáfora eterna: "Hay miradas que buscan infinitos, / voraces de horizontes, / hambrientas de paisajes y de límites..."