5.10.17

Sobre la poesía de Louise Glück

Aunque apenas escribo reseñas para el blog y leo a otro ritmo, me sigue costando sacar adelante muchos libros que se amontonan encima de la mesa casera de novedades. Voy haciendo pequeñas pilas con los volúmenes que no siempre, ya digo, menguan según lo esperado. Además, salvo que se imponga un encargo, nunca fuerzo una lectura.
Por Louise Glück (Nueva York, 1943), cuya última entrega llegó el pasado mes de enero, siento una admiración indeclinable y sin embargo... Le he sido fiel desde que su editor español, Manuel Borrás, me recomendara El iris salvaje. Apareció en 2006. Luego he venido comentando aquí los libros que la casa valenciana le ha publicado. Con éste, seis. Praderas (que, por cierto, no hace referencia a las del campo sino a Meadowlands, el antiguo estadio de los Giants) está traducido por el poeta Andrés Catalán (que acaba de publicar la poesía completa de Robert Frost, 868 páginas, y está a punto de sacar la de otro Robert genial: Lowell, 2.000 páginas). No me ha decepcionado. La poesía de Glück fomenta, o eso creo, la perplejidad. Un estado de ánimo, personal e intransferible, que ha contado con un cómplice necesario, justo es recalcarlo: el traductor. Antes que él, también lo fueron quienes nos han acercado al castellano la manera de decir de la autora neoyorkina: Gragera, Chirinos, Rosenberg y Peyrou. Muñoz Molina, tan amigo de la poesía ultramarina del norte (Simic, Ashbery), ya está tardando en descubrírnosla en una de sus columnas de Babelia, o lo mismo ya lo ha hecho y no me he enterado. 
Los poemas de Praderas siguen un patrón. Relacionado con los personajes odiseicos de Penélope y Telémaco, sobre todo, si bien no faltan las figuras de Ulises (aquí Odiseo) y Circe; y por las "parábolas" que contiene. Algunas tan logradas como la de los cisnes ("mientras / el macho creía que el amor / es lo que uno siente en su corazón / la hembra creía / que el amor es lo que uno hace"), el vuelo o el regalo.
A Telémaco le dedica numerosos poemas. Alude en ellos (desde el título) a su desapego, sus remordimientos, su bondad, su dilema, su fantasía y su confesión. De Penélope resalta su terquedad. Más allá de este tipo de poemas escritos mediante el recurso del monólogo dramático (habla de ellos, pero también de ella), destacaría los que dedica al amor y al desamor, al matrimonio y a la pareja. Como "Puerto deportivo", El deseo más sincero", "El deseo" ("Pedí lo que pido siempre. / Pedí poder escribir otro poema") o "El sueño". No falta la sutil ironía marca de la casa y cierto, sereno desgarro. Todo, claro, desde la elegancia que caracteriza a esta mujer. Y la inteligencia. En "Nostos" leemos: "Miramos el mundo una sola vez, en la niñez. / Lo demás es memoria". En "Parábola de la paloma": "cambia de forma y cambiarás de naturaleza. / Y esto es lo que nos hace el tiempo". Y en el precioso "Mañana lluviosa": "Todos podemos escribir sobre el sufrimiento / con los ojos cerrados".
El tono conversacional, incluso con fragmentos dialogados, dota a estos versos de esa genuina naturalidad a que nos tiene acostumbrada la mejor poesía estadounidense.
Los libros de Glück despiertan en uno la inmediata necesidad de relectura. Porque soy consciente de que a la primera no agotan su potencial poético y porque su poesía es, en mi caso al menos, adictiva.  Puede que por eso le perdone lo que tiene de oficio. Sus temas reiterados y la repetición de metáforas, ritmos y estructuras: el taller. Como bien dice su traductor: "Eso no quita para que pocos tengan la agudeza (y a la vez, delicadeza) de análisis psicológico que tiene ella. Aún así, creo que tiene cosas provechosas para un lector/poeta/tradición español(a): esa forma de construir el relato de una experiencia a base de destellos y puntos de vistas diferentes, sin caer en lo puramente narrativo ni lo puramente lírico (o precisamente porque cae en las dos a la vez), me parece algo de lo que podríamos aprender".
Si no tiene formada una opinión, lo tiene fácil.