16.12.16

De política

El Roto
1. Soy oyente (o escuchante, como prefiere Pepa Fernańdez) de la Cadena SER. Habitual y desde hace muchos años, al menos durante las primeras horas de la mañana de los días laborables. Aquí atrás me ocurrió lo que nunca antes: cambié de sintonía tras escuchar estupefacto un comentario de mi paisana Pepa Bueno acerca de lo sucedido en Alsasua. Vino a decir que el linchamiento a los guardias civiles y sus parejas no podía ser calificado de acto terrorista. Al día siguiente matizaba su tajante afirmación (que habría herido, a buen seguro, a otros seguidores de su programa) y emitía parte de las declaraciones de los agredidos, que demuestran de sobra la gravedad de esos indignantes hechos. Por la acción en sí y por lo que tiene de síntoma, que es lo más preocupante. Recordé entonces las sensatas y serenas palabras de alguien que ha demostrado con su impresionante novela Patria que sabe mucho de ese asunto. Me refiero a Fernando Aramburu. Pertenecen a una entrevista que le han hecho a él y al juez Fernando Grande-Marlaska en la revista Telva. Allí leemos: «Los recientes incidentes de los guardia civiles de Alsasua o la agresión en Bilbao al líder de Nuevas Generaciones del PP en Vizcaya levantan dudas en Aramburu sobre el abandono definitivo de la violencia en País Vasco. "A mí me queda una sombra de sospecha sobre si los terroristas podrían volver a actuar. No tenemos garantías de lo contrario. Pasan los años y ETA no se ha disuelto, ni ha entregado las armas. Me pregunto si los jóvenes de la paliza en Alsasua se incorporarían a la banda en caso de que los mecanismos de ésta estuvieran activos, porque ganas de golpear a los guardias civiles no les faltaron... El odio sigue ahí", dice». Es verdad. Y asusta. Al escuchar las palabras de la novia de un guardia civil evocaba uno las páginas del libro de Aramburu, el clima de terror que lograron imponer los asesinos de ETA y toda esa parte de la sociedad vasca, demasiados, que les ayudaron entonces, cuando mataban, y ahora, cuando su irracional ideología sigue por desgracia en vigor.

2. En esta ciudad, promovido por su Ayuntamiento, tiene lugar cada año un acto con el que se celebra la jubilación de los docentes placentinos. Como es casi íntimo y no se invita al público en general y al resto de enseñantes en particular, vi por casualidad la intervención del alcalde en una televisión local. Es proverbial su verbo florido. Su facilidad de palabra, quiero decir. De lo que dijo -atinado, sensato y oportuno-, llamó mi atención un detalle: que se refiriera a la depuración franquista de los maestros republicanos después de la Guerra Civil en la figura de don Guillermo Gómez de la Rúa. No porque los hechos no fueran repudiables y de sobra conocidos, sino porque el que hablaba era alguien del Partido Popular y es muy raro que un militante de esa agrupación política critique a Franco o a su dictadura en voz alta. Más si se trata, como hace al caso, de un cargo que, para colmo, es portavoz regional. Por eso, porque se sigue asociando a popular con franquista, ha resultado tan escandaloso que un diputado de la Asamblea, Juan Antonio Morales, y un alcalde, Antonio Pozo, hayan aceptado que una Fundación que lleva el nombre del dictador les conceda los “Diplomas de Caballero” por su “labor destacada en la defensa de la verdad histórica y de la memoria del Caudillo y su gran obra”. Lo más indignante, con todo, es que aún sigan en la formación. Los extremeños, o eso creo, no nos lo merecemos. Ni un partido que se define como demócrata.
Soy de los que piensan que el franquismo, mucho más que una ideología política, sigue vivo en la sociedad española. Incluso en generaciones que no lo sufrieron. A los lamentables hechos me remito.