8.11.16

Onfray dixit

¿No forman parte del hombre los temores y dudas que conducen a la religión?, le pregunta Alberto Gordo al filósofo francés Michel Onfray (Argentan, 1959) en una interesantísima entrevista publicada en El Cultural, a lo que éste responde: «Desde luego. Creo que el miedo a la muerte dicta la ley y que se puede contestar a este miedo de dos maneras: con la religión, que propone las ficciones del más allá y afirma que la muerte no es una muerte sino una supervivencia que podemos alcanzar si vivimos como monjes. O con la filosofía, que afirma que no hay más que un mundo, el nuestro, y que hay que vivir de tal manera que, al desaparecer, no nos arrepintamos de nada. “Filosofar es aprender a morir”, como decía Cicerón citado por Montaigne. Yo creo en el poder y la utilidad de la filosofía». 
El periodista, en otro momento, inquiere: ¿En qué momento se produce la mayor separación entre la filosofía y la sociedad? Y Onfray contesta: «Con Sócrates la filosofía es popular: se dirige a los que están en el Ágora. Los romanos se dirigen igualmente a los que están en el Foro. Es con el Cristianismo cuando la filosofía se convierte en un asunto de curas encerrados en sus gabinetes, de técnicos anclados a sus escritorios, de profesores intoxicados por sus bibliotecas. Yo los llamo “los buscadores de tres pies al gato”. Algunos filósofos del Renacimiento devolvieron a la filosofía ese carácter popular. En Francia escribieron en francés y no en latín: pienso en Montaigne, o en Descartes, un siglo después. Toda la filosofía francesa de la Ilustración es legible y popular. Se vuelve técnica de nuevo con el Idealismo alemán y la Fenomenología alemana. La French Theory (Deleuze, Derrida, Foucault, Lacan, Althusser) fue el final de este fenómeno, una filosofía destinada a un puñado de discípulos fascinados por el lenguaje ilegible e incomprensible del gurú...»
¿Y qué consecuencias tiene esto a pie de calle?, replica Gordo.
«La consecuencia -dice el autor de Pensar el Islam- es que estamos desorientados, que ya no sabemos que vivimos en el cosmos y no en los libros que explican el cosmos. Hoy accede mejor a la sabiduría un iletrado que la busca que un letrado perdido en sus manuscritos. Uno no es filósofo porque explique a un filósofo. Esa es una manía de los profesores de filosofía. Filosofar es pensar tu vida y vivir tu pensamiento».