27.10.16

Harguindey

Me gusta leer, cuando me acuerdo, las breves columnas de Ángel S. Harguindey en El País, arrinconadas en la página dedicada a los programas de televisión. En "Cultura", la del pasado sábado 22 de octubre dijo: "Fue un placer escuchar a Nuria Espert recitar un monólogo de Doña Rosita la soltera, de García Lorca, ante la mirada embobada de los Reyes y del presidente de Asturias en el silencio mágico del abarrotado Teatro Campoamor. Lástima que la sobria y funcional retransmisión de La 1 (7.6% del pastel y 700.000 espectadores) no enfocara al ministro del ramo, suponemos que fascinado también por el oficio de la actriz y sin el menor remordimiento por ese 21% del IVA cultural, el más alto de Europa, una medida de difícil justificación en una política económica que se jacta de ser ejemplar y que se permite amnistiar a los defraudadores, salvo que el desproporcionado tributo se deba a un rencor aún no superado por condenar la participación de una guerra, esa sí, de difícil justificación".
Una anterior, del día 9, titulada igual, un elogio de La 2, la cadena invisible de la tele, donde recordaba al inolvidable Antonio Gasset, terminaba así: "En Conservatorios en Casa de América [aunque debió decir Conversatorios], (24h), pudimos escuchar el viernes a uno de los grandes creadores españoles, Caballero Bonald, y pudimos hacerlo con la tranquilidad y el tiempo suficientes para apreciar una vez más su sencillez y sentido común. Pertenece a ese grupo de escritores en los que la egolatría brilla por su ausencia. Un placer. Como placentero fue escuchar el pasado martes a Fernando Aramburu en Página 2 hablar de Patria, su última novela, a la que José-Carlos Mainer en EL PAÍS describió como “una novela memorable sobre la deriva fascista de Euskadi”. Añádanles La mitad invisible o la serie Imprescindibles y comprenderán el que una televisión pública pueda, incluso, llegar a ser digna". No puedo estar más de acuerdo.