25.6.16

Un hombre

En una de las pilas de libros que se amontonan, debidamente alineadas, encima de la mesa de la biblioteca esperaba su turno Un hombre sentado en una piedra, de León Molina (La Isla de Siltolá, donde ha publicado también un libro de aforismos: Mapa de ningún sitio). El título le va que ni pintado a esa situación. Y ese turno llegó y como me ha ocurrido otras veces con una doble sensación tras la lectura: de culpa por haber llegado algo tarde a un libro estupendo y de tranquilidad porque al cabo he llegado. 
Se abre con una cita de Corredor-Matheos y otra del mismo poeta lo cierra. Significativo. La serenidad y la sabiduría que suelen transmitir los versos del autor de El don de la ignorancia están aquí presentes, amén de otras virtudes orientales y occidentales. No es extraño, más allá de las lecciones del maestro (el término es suyo). LM tiene mi edad, cerca ya de los sesenta (¡glup!). Nació en el 59 y en Cuba. Vive desde pequeño en España. Tras su paso por Andalucía (léase "Regreso a Granada"), se asentó en Albacete, tierra de poetas, sitio que al parecer comparte con otro de la Sierra de Segura. Lo digo porque eso explica no pocas cosas de este libro logrado que uno lee con un ojo en Molina y otro en sí mismo. El primer poema, que nombra la obra, ya es certero: "Hace mucho que no soy joven / pero todavía no soy un viejo". "Sigo a mi modo en el camino". Sentado en una piedra. Lo que sigue no decae, al revés. Repasa los lugares donde ha estado, los acentos que ha tenido, las lágrimas no derramadas y todos los hombres que ha sido. Revive la juventud perdida y habla de un reloj que no funciona -tengo enfrente otro- y marca "un tiempo de valientes / el tiempo peligroso que no pasa". 
En "Lo que recuerdo de ti" reúne un puñado de memorables poemas de amor que suscitan la envidia del lector: por lo que dicen y por cómo lo dice. Con la dificultad que eso tiene cuando se trata de fijar en palabras los sentimientos compartidos con alguien después de muchos años. Esta prueba de fuego está, sin duda, superada. Me quedo con dos, muy breves: "Duéleme" y "Dijiste". 
En la misma línea de los poemas de la primera parte, menos memorialísticos y más reflexivos, como anotaciones de un diario, los que componen "La flauta del sapo". En "El viento de la noche" leemos: "sólo puede / decirse lo que es cierto". Decirse bien siquiera, como hace al caso. En otro escribe: "El ser humano / es un animal enfrentado al paisaje", un verso que bien podría pasar por aforismo. La soledad, como en cualquier poeta pesa: "Y en mí solo quedo yo". 
En "Homenajes", el citado Corredor-Matheos, Ángel González, Ungaretti, Gil de Biedma, Margarit y Vallejo. Da una idea de por donde transita este hombre.
En la parte final del libro la poesía se adelgaza, se hace más invisible, casi levita. Y allí unas palabras que se podrían aplicar como lema al conjunto: "el vigor de la quietud". Y un poema (sin título, como la mayor parte de los aquí incluidos) que pone los pelos de punta: "Nunca he sido más hombre /  que cuando era un niño y sobre mi hombro / reposaba la mano de mi padre". Y el final que lo dice todo, y bien: "Vine de una isla", que empieza: "Vine de una isla. / Y sin volver he vuelto. / Ahora la isla soy yo". Qué buen libro el de Molina.

Dijiste

Dijiste que quizá 
fuera mejor
no seguir juntos.
Y me quedé mirándote
fascinado
igual que una liebre delante
de los faros de un coche.