13.5.16

¡Aforismos van!

Hasta uno, que no los escribe, publica algunos en el libro Aforismos contantes y sonantes. (Antología consultada), del crítico, traductor y poeta Manuel Neila, publicado por las cacereñas Letras Cascabeleras. Se ve que en este país llamado España no tenemos término medio. Pasamos de todo (o casi) a nada en un abrir y cerrar de libros. Nos ocurrió con los diarios, una tradición ajena, decían, y de un tiempo a esta parte con los aforismos, que van para plaga. No es que me parezca mal, pero admítaseme al menos una pizca de ironía.
Ésta, volvamos al principio, es una "muestra de aforistas en castellano, apresurada y provisional a todas luces", dice Neila en el prólogo, y se editó con motivo de la reciente Feria del libro de Trujillo, ciudad de la que aparecen en la obra numerosas fotografías (tratadas por el editor) de Marciano Martín Manuel. Entre los numerosos autores, Isabel Bono, Jordi Doce, García Martín, Carlos Marzal, José Mateos, Benjamín Prado, Benítez Reyes, Andrés Trapiello o el propio Neila, todos ellos reconocidos aforistas. Los cito, además, porque son poetas y este género, digamos, cruza a veces la frontera y pasa a ser lírico.
En otra colección de libros aforísticos, la de La Isla de Siltolá, aparece Hablando solo por la calle, del poeta Javier Salvago, que con su habitual desparpajo despacha asuntos de actualidad (la política, por ejemplo) y de los de toda la vida en un librito (aquí las distancias suelen ser cortas), a su modo, edificante. No faltan la ironía (marca de la casa), la lucidez, el humor, la experiencia, las paradojas, el juego de palabras con lugares comunes y frases hechas y la poesía, a la que dedica ocurrentes y agudos comentarios. Poesía en sí mismo sería este: "Ya ni la lluvia suena como antes", que habría hecho las delicias de mi amigo Vicente Sabido.
En el catálogo de La Isla está también, por cierto, del mencionado Neila, Pensamientos desmandados
No son ni mucho menos los únicos. Ya digo que la moda crece. Enrique García-Máiquez ha escrito recientemente, y no sin razón: "En cuanto un género alcanza un mínimo esplendor, el crítico literario atento se pregunta por qué, sabiendo que ahí se agazapa una clave de la época. El tonto protesta automática y airadamente contra la moda, autoerigido en guardián de las puras esencias de la originalidad. Lo estamos viendo ahora que el aforismo español vive un auge felicísimo. Responde, sin duda, al espíritu de nuestro tiempo y viene a sanarlo con su propia medicina de intensidad, velocidad y dispersión, como un tratamiento de choque. Aparentemente es homeopático, pero añade profundidad, amor a la tradición y una visión personal del mundo". Sin pretender pasar por "tonto", uno, como humilde lector, y con permiso del poeta García-Maíquez, confiesa que me pierdo en medio de ese género híbrido. A ratos, cansa, que diría Pavese. Sí, agota un poco, y no tanto por la avalancha de títulos y de pensamientos, que también, cuanto por esa condición líquida que soporta toda "máxima o sentencia que se propone como pauta en alguna ciencia o arte" (DRAE dixit). Y por su intensidad, claro, que en este arte lo es todo. La lectura de aforismos ha de ser, en consecuencia, lenta, de lo contrario empachan. En eso también se parece a la poesía. Por eso, en fin, cuesta a veces distinguir lo valioso de la ganga. Con todo, uno persevera. Y hasta se deslumbra. Motivos no me faltan. Por ejemplo, con los "dichos" de mi admirado Rafael Cadenas, recién aterrizado en España y al que estos días leo y releo por razones obvias. O con los de Azahara Alonso, que acaba de publicar un libro de aforismos en Trea, Bajas presiones, del que me propongo dar cuenta aquí muy pronto. A pesar de lo que escribe Salvago, no siempre es verdad que "Todos los aforismos suenan a ya dicho".