28.4.16

Ravalú

Hoy haré de Ravalú, que es como firmaba mi padre (Ramón Valverde Luengo, de ahí...) sus breves crónicas de denuncia local en el extinto semanario El Regional a principios de la década de los setenta del siglo pasado hasta que la autoridad competente, en forma de policía municipal, le llamó la atención y Ramón, hombre sensato y de orden, tuvo que callarse. 
Nunca se las ha dado uno de ecologista, aunque haya heredado de mi progenitor una impronta natural y campestre. Con todo, me resulta intolerable soportar cada día la visión inaudita de los vertidos de aguas fecales y otras lindezas al pobre río Jerte enfrente de la Isla, junto al vivero de uno de los hijos se la señora Florencia. Verlo y tener que pisar, como tantos y tantos placentinos, el reguero que dejan sobre el paseo. Y, además, aguantar los olores nauseabundos que desprenden. Unos metros más abajo, esforzados piragüistas palean. En piraguas a las que dentro de unos días subirán mis alumnos con el susto consiguiente por mi parte, no tanto porque acaben los muchachinos en el agua (saben nadar y llevarán chaleco), sino porque traguen siquiera alguna gota de esas aguas infectas.
Alrededor, ociosos caminantes deambulan y fervientes deportistas a pie o en bicicleta. No pocos, se tapan las narices o recorren el trecho a toda prisa. Y así llevamos meses. Supongo que la Confederación Hidrográfica del Tajo, el Excmo. Ayuntamiento del lugar y de algunos pueblos del Valle, así como los vecinos, por nuestra actitud pasiva (aunque no todos callen), somos los culpables de que esa situación persista. Como Ravalú, levanto aquí mi queja en vano. Con las mismas dosis de homenaje que de cabreo.