11.11.15

Premios a la española

© Miguel Almagro
Lo de los premios de poesía en este país es cosa de traca. O de atraco, no sé. Menos mal que uno no se presenta a ninguno desde hace más de veinte años. Visto lo visto, me daría pánico tener que hacerlo. ¡Vade retro! Sería además en vano, a buen seguro. Y no hablo de la calidad de lo escrito, que esa es otra historia. Cuestión de relaciones, ya se sabe. Nada nuevo. Ya lo ha dibujado El Roto en el diario El País: "La amistad es lo más grande", comenta alguien, a lo que otro responde: "Después del amiguismo".
Es curioso: en España, día sí y día también, mencionamos la corrupción, pero no se dice ni pío (a quién le importa de verdad la literatura) de la pequeña que ensucia ese rimero de galardones que nos invade (dejo al margen los premios grandes; el Nacional, el de la Crítica o el Reina Sofía, por ejemplo), muchas veces sostenidos, ay, con fondos públicos. Lo que no justifica, que conste, las tropelías que se hacen en algunos privados, por muy particulares que sean. Una desvergüenza, sin duda. Estamos, sí, ante procedimientos, lato sensu, presuntamente mafiosos. En el sentido de “grupo organizado que trata de defender sus intereses”. Llevados a cabo, qué curioso, por gente que luego pontifica sobre las inmoralidades en voz alta. Ah, los espíritus puros. Eso por no hablar de los que van de malditos por la vida (literaria), sección numerosa en el gremio; esos cínicos profesionales que se prestan encantados a este indecente juego de intereses.
¿Habrá alguien que se atreva, de una santa vez, con este desagradable asunto? ¿Algunos, mejor? Datos en mano, claro. Estadísticas mediante. Es sencillo. ¿O seguiremos callados viendo cómo se corren la juerga unos cuantos (la lista es larga) delante de nuestras estupefactas narices? Desde fuera, los últimos casos le parecen a uno de una evidencia sangrante. Y lo que más duele: a espectadores (como yo) y a protagonistas del enredo, nos toman por tontos. El crítico José Luis García Martín, justo es reconocerlo, ha denunciado más de una vez que el emperador iba desnudo. Hablaba con conocimiento de causa. Desde dentro.
Más allá del respeto y hasta la admiración que uno siente por tal o cual poeta, que habrá dado a luz un libro estupendo (algo que no se pone en cuestión), y por los premios limpios (no pocos) que otorgan jurados responsables (uno puede dar fe), me estomaga esta forma de proceder ajena a la ética y a la más mínima dignidad. No digamos a la elegancia, que debería regir cualquier tema relacionado con la noble poesía. ¡Pobre!
Sin que uno quiera ponerse estupendo, se recordaba aquí atrás, a propósito de la última novela de Antonio Muñoz Molina, una certera frase de Martin Luther King que aludía al “escandaloso silencio de los justos”. Salvadas las debidas distancias, puede que lo nuestro sea poca cosa comparado con las otras corrupciones, pero no por eso callarse deja de ser un inmenso, antipoético error.
  
El Roto / El País
Publicado en el número 11 de la revista griega Frear