27.9.15

Fragmentos a su imán

Sí, no se me ocurre un título mejor para hablar de un libro singular que me ha encantado. Me refiero a La ruta natural (un palíndromo), del cubano Ernesto Hernández Busto (La Habana, 1968), publicado por Vaso Roto. Porque remite a uno de sus maestros, Lezama, y porque alude a ese conjunto de fragmentos que, como piezas de un puzle, se agrupan en torno a un centro: la vida del autor, al tiempo que éste reflexiona sobre el concepto de fragmento, una idea clave para la contemporaneidad. 
El diario, pues de eso se trata, no está ordenado cronológicamente (esa es parte de su gracia, deliberada: EHB pretende que el lector acabe construyendo el libro). Tampoco es un diario al uso: una mera sucesión de anotaciones sobre hechos que le han sucedido a alguien que se fue de Cuba a estudiar Matemáticas a Rusia, que regresó a la isla para cursar Letras y que en 1992 viajó a México para iniciar un exilio en el que permanece (impresionante la entrada que dedica a la palabra "Revolución" en las páginas finales de la obra) y que desde 1999 está afincado en Barcelona, donde trabaja como editor, periodista, ensayista y traductor. De estas tres últimas facetas da buena cuenta en La ruta natural. Agudo observador y viajero en constante movimiento, Hernández Busto logra captar la atención del lector a través de múltiples argucias.
Hay un ensayo sobre el fragmento, ya se dijo, que es "algo difícil de romper", donde se aúnan prosa y poesía, un "género blanco", una "zona de nadie", "puente hacia el sueño", "algo catártico" que se adapta bien al término "cintilación". "Lo humano -resume- es fragmento".
El género ensayístico, aunque aquí ese concepto sobre, se aprecia en la faceta crítica de EHB. Cuando se acerca a Gracq, Valéry, Perse, Walser, Kafka, Pessoa o Michon (al que dedica párrafos penetrantes).
La escritura y la lectura también son motivos de reflexión y, además, la poesía, otra clave de esta obra de difícil catalogación. Sobre la poesía, sobre la traducción de poesía (y sobre la traducción en general) y, por aquello que el movimiento se demuestra andando, no sólo con poemas traducidos (Hopkins, Shakespeare, Cavalli), sino con poemas propios.
En su entrada sobre Valerio Magrelli se aúnan la biografía, el diario, la crítica, la poesía (que "es el sueño del lenguaje") y la traducción, ejemplificada en "Elegía" un hermoso poema del toscano. Otro tanto ocurre con otro Valerio, el pintor Adami.
El periodista se manifiesta en el relato de la relación entre el escultor Giacometti y su modelo japonés. El narrador aparece de vez en cuando también, como cuando cuenta la historia de aquel loco habanero.
El viajero pasa por México (son muchas las páginas dedicadas a ese país y hay hasta un extenso memorial de todo aquello que se trajo de allí: "Todo Barragán, color de buganvilia"), Miami (una ciudad inseparable de su condición de cubano en el ostracismo), París, Amsterdam (y el calvinismo anti-cortinas), Italia...
Otro asunto reiterativo es el de los sueños y la ensoñación. Y, ya que lo menciono, el del insomnio que, como tantos padres, asocia a la llegada de su hijo. Otra presencia, un antes y un después en la existencia de cualquiera. Y los padres (la madre, sobre todo) y la familia. Y de ahí a la memoria y el olvido hay sólo un paso. Hasta la infancia, por ejemplo. Hasta una Habana que no existe. Por donde pasaron, lo recuerda, Pla (al que acompaña a su paisaje natal) o Agustín de Foxá. Y Parajón, memoria viva de los de Orígenes.
Y la melancolía ("El diario es el lugar de una escritura del desánimo"). Por lo vivido y por lo escrito. También, cómo no, por lo no escrito, esa obra maestra que se queda en el interior, como posibilidad o proyecto.
Concluye EHB que hay una "doble infidelidad" en todo diario: "lo privado hecho público; lo fragmentario presentado como un todo".
A uno, a pesar de eso, esta obra le ha parecido lograda. Las "rajaduras" son visibles, sí, pero están debidamente pegadas y, como en el arte del kintsokuroi japonés, muestran una vasija o una taza tan hermosa como la que nunca se rompió. O, por la técnica empleada, aún más. ¡Para perfecciones estamos!