22.6.15

Dos de Cálamo

Con motivo del 50 Aniversario de la publicación de Alianza y condena, de Claudio Rodríguez, la editorial palentina Cálamo vuelve a lanzar, y con qué sentido de la oportunidad, el libro que en su día prologó para ella el profesor Luis García Jambrina, a los diez años de la muerte del poeta. Oportuno homenaje, sin duda, de una obra central de la poesía española que el zamorano escribió a lo largo de siete años, mientras ejercía como lector en las universidades inglesas de Nottingham y Cambridge; donde coincidió, por cierto, con Francisco Brines, lector en Oxford, que tan bien aprovechó, como su amigo de generación, la estancia en aquellos parajes.
Nos recuerda Jambrina que era su libro favorito (como para muchos de sus lectores) y que «contiene buena parte de los poemas y versos más memorables de su autor, que se encara con la compleja y, a veces, paradójica naturaleza de la verdad y de la realidad». Qué maravilla volver a leerlo. En un momento dado, me vino sin querer una sonrisa: pensé en qué poca novedad hay en lo que nos venden por nuevo (ahora que los suplementos insisten en el timo) y cuánta en un puñado inolvidable de poemas en un libro que ganó hace cinco décadas el Premio de la Crítica.
También en la colección que dirige César Augusto Ayuso aparece La noche y su artificio, de la uruguaya de Barcelona Cristina Peri Rossi. Su libro anterior, ganador del Loewe, Playstation, no me gustó (cuatro palabras le dediqué). Aquí, sin embargo, vuelvo a reconocer lo mejor de su poesía, alejada de ese presunto aire de novedad que, casi siempre, conduce a un callejón lírico sin salida. Aquí, la noche como símbolo, lo que me recuerda uno de los poemas más memorables del libro que acabo de comentar, "Noche abierta", el que termina: "Bienvenida la noche con su peligro hermoso". La noche, sí, símbolo del amor, del encuentro amoroso. La noche como pasión y como lugar propicio para el intercambio de los afectos. Y del sexo, claro. El erotismo ha sido santo y seña de los versos de Peri Rossi y aquí tampoco falta, al revés. De las bondades del amor se pasa, eso sí, a las del desafecto y hasta del odio (ya se sabe que una línea muy delgada separa ambos sentimientos), no sin antes llegar a cúlmenes del acercamiento tan explícitos y, ya digo, entregados que algunos lectores escrupulosos los tolerarán con cierta dificultad. Sobre todo los del género masculino. Uno, lo reconozco, se ha saltado algunas palabras de digestión, digamos, complicada. 
Y todo se relata (porque el tono es claro y narrativo) con la debida naturalidad, a modo de diario, en el que una mujer (y lo subrayo) explica, con los necesarios pormenores, una (como tantas, la misma y diferente) historia de amor. De la compañía inseparable a la soledad más absoluta. El camino es bien conocido. Por eso, sin que la novedad mande (ni en el asunto ni en el tratamiento del lenguaje), el libro se deja leer y, siquiera por momentos, más allá de la condición sexual de cada quien, su intensidad te obliga a tomar partido, a ser arte y parte de esa relación ora feliz, ora desgraciada. La vie.