9.4.15

Ritsos: una elegía griega

Yannis Ritsos nació en Monemvasiá en 1909 y murió en Atenas en 1990. No es sólo uno de los poetas griegos contemporáneos más conocidos (junto a Cavafis, Seferis y Elytis), sino uno de los grandes en el ámbito planetario. Entre nosotros, su obra se ha difundido bien y con bastante fortuna. Uno la conoció a partir de las antologías (las dos del mismo año: 1979) de Visor (en versión de Heleni Perdikini) y Plaza & Janés (en versión de Dimitri Papageorgiou). Estos últimos años ha venido publicando obras suyas la editorial Acantilado (todas a cargo de Selma Ancira). Ahora, en la bonita colección La Cruz del Sur de la valenciana Pre-Textos, aparecen reunidos dos poemas extensos de Ritsos, escritos los dos entre 1945 y 1947 en la ciudad de Atenas, en años, como diría Colinas, tan intensos como difíciles, después de la ocupación nazi (y el final de la Segunda Guerra Mundial), en plena guerra civil y antes de ser deportado a distintos campos de concentración, cuando el poeta, además, estaba seriamente enfermo; dos poemas, por cierto, que forman una única, gran elegía del pueblo griego. "Poemas fundacionales de la joven Grecia emancipada" que conforman "un himno a la patria amarga". Me refiero a Romiosyne seguido de La Señora de las Viñas.
Arrastraba uno todavía el tópico de que Ritsos era un poeta social y su poesía, en consecuencia, más épica que lírica. Este libro deslumbrante, que lo es aún más gracias a la espléndida traducción al castellano de Juan José Tejero (director de la colección Romiosyne en la editorial sevillana Point de Lunettes y autor, conviene decirlo, de un delicioso diario de viaje a Grecia, Cuaderno de extravíos, que demuestra sus dotes de narrador, sí, pero también de poeta, así como de otra obra de Ritsos, Epitafio), este libro, decía, viene a demostrar (o a demostrarme) todo lo contrario o, en su caso, que pueden convivir ambos enfoques sin que el resultado sea una mera poesía de compromiso sin verdadera sustancia poética. 
Romiosyne prefiere mantener el editor para lo que se ha venido traduciendo por grecidad o helenidad, significados a los que, según Tejero, trasciende. Lo curioso es que, etimológicamente, el más exacto sería romanidad. Mejor no traducir, para que el extranjerismo mantenga el espíritu original de la palabra, en alusión a todos los griegos que a lo largo de la historia han sido. Puede que acabe imponiéndose con naturalidad en nuestra lengua. Como ocurre, salvando todas las distancias y en otro contexto, con la portuguesa saudade. Son más, por cierto, los términos que se mantiene cercanos a su lengua nativa y que se explican debidamente en el práctico glosario que acompaña a esta ejemplar edición.
No cabe duda de que nos vemos en la obligación  de leer estos auténticos cantos de resistencia a la luz de los recientes acontecimientos y, a partir de ahí, entendemos mejor si cabe el sino de esa patria castigada por la mencionada historia.
En lo que tiene que ver con la poesía, en el más estricto sentido, sorprende la belleza de estos versículos, en especial (al menos para uno) los de Romiosyne. Lo sencillo, es verdad, puede resultar asombroso. ¡Qué comparaciones, qué metáforas, qué imágenes! Su intensidad abigarrada, nunca verbosa, acerca el poema al concepto de sublime. Estamos, sí, ante un cántico inspirado donde la imaginación, en su acepción más honda y compleja, brilla con una fuerza inusitada. Llama poderosamente la atención que algo así fuera escrito en tan penosas circunstancias, tanto políticas como personales, si ambas pueden separarse. Puede, dándole la vuelta al argumento, que ahí precisamente radique su vigor.
Dice Tejero, con razón, que "ha llegado el momento de releer a Yanis Ritsos". O de leerlo, podemos añadir.
Y pensar, se dice uno, que bien pudo no haberse encontrado nunca con estos versos. En esta concreta versión, digo, que es la que elogio. Y habrá tantos casos así, libros que también merecerían ser leídos y nos esperan. Ahí radica el maravilloso poder de la literatura, de la poesía: su feliz condición de inagotable.