4.10.14

Buda en el Bolshói

Este es el original título (por ahí empieza el libro) que el malagueño Álvaro Campos Suárez (1981) ha puesto a su ópera prima, que publica la sevillana Ediciones En Huida
No es lo único llamativo de una obra que ha creado cierto revuelo en el siempre inquieto panorama poético andaluz y, por eso, en el español, mucho más indolente. 
¿No es chocante que su autor sea licenciado en Derecho (tras una estancia en la University of Sheffield), haya estudiado Lengua y Literatura en un par de universidades extranjeras (una de ellas Oxford) y ahora termine un Máster en Política y Democracia?
Siguiendo la vieja técnica del manuscrito encontrado, Fernando de Pessoa nos cuenta en una Nota del Editor que este libro se halló  "en una cárcel secreta de Iraq", en 2011, obra de un "vate" desconocido, "profesor de  de ascendencia andalusí" acusado de terrorista. Alude a que "marca el tono" del libro "la pérdida del ser amado" y explica el término Traumpoesie (usado a modo de subtítulo) como "poesía soñada".
El original, en fin, fue adquirido en una subasta de Internet promovida por el poeta desde su paradero desconocido, claro está. 
Juegos aparte, la literatura de Buda... está en los versos que lo componen y es ahí donde debemos, en tanto que lectores, fijar la vista. 
Cada una de las partes del libro lleva un título seguido de un paso de danza. "Luto (Arabesque)", la primera, se abre con una cita de Novalis (abundan los epígrafes): "La muerte es la vida", dice. O, en otra parte, "Vivir en lo vivido / es morir". Sí, la muerte es el tema, podemos añadir. Basta con ponerse en situación y pensar en las crudas circunstancias en las que el presunto prisionero escribió sus poemas. Aquí, como en el resto de la obra, encontramos poemas que justifican unas palabras de Campos recogidas en la ya famosa antología Con&versos: "Si algún día reflexionara sobre mi poesía reciente, es probable que la describiera como cósmica, minimalista y onírica". Porque tiende a la universalidad, quiere "englobarlo todo desde lo más pequeño" y por "la necesidad de ficcionar fuera del mundo: el juego de la vida en clave de sueño". 
Prefiero los poemas breves o muy breves (en realidad no los hay largos). "El pescador", pongo por caso. Y los menos barrocos. Los más orientales, digamos. Creo que es ahí donde Campos acierta. Cuando se desprende de cierta retórica (ese gusto por palabras como can, empero o en derredor) y resulta más parco, en el mejor sentido. Cuando aterriza, como escribí en mis notas de lectura. Así, en "Por la vereda", "En el mirador" o "Café Soledad". Por contraste, mencionaría "Plenitud" o el emotivo poema que da título al libro y lo cierra. 
No cabe duda de que el ambiente surrealizante, sonámbulo diría, de ensoñación u onírico, como lo llama él, es el que define mejor el tono general del conjunto.
Hay también algo (o mucho, no sé) de escritura automática, un dejarse llevar que se observa, por ejemplo, en "Océanos de lavanda".
Lo que está muy clara es la decidida apuesta de Campos por mostrar desde su primer libro publicado una voz propia, por dar a sus versos un tono personal, hasta donde las influencias, su condición de malagueño (¡menuda tradición!) y la edad se lo permiten. Creo que lo consigue. Tal vez sea eso lo que los lectores y la crítica más han celebrado: lo que de provocador y novedoso tiene Buda en el Bolshói. De epígonos de epígonos de epígonos ya empezamos a estar, ay, un poco hartos.

P. S. El maquetador debería haberse esmerado un poco a la hora de elegir los tipos de las comillas bajas. Abundan y son horribles.