9.9.14

Poesía veraniega

Venía uno de leer un durísimo comentario de mi estimado Paco León sobre un poema de Luis Alberto de Cuenca (y acerca de la poesía de la experiencia -a la española- en general) que abre el número 4 de Cuaderno Ático, por lo que la lectura del nuevo libro del poeta madrileño, Cuaderno de vacaciones (Palabra de Honor. Visor) empezaba, sí, de aquella manera.
Nos acercamos a Cádiz y compré mi ejemplar en Quorum, en la preciosa y concurrida Calle Ancha. Aquella misma tarde, en la esquina de un banco de la popular Plaza del Palillero, con fresco viento de poniente y conversaciones de la más genuina experiencia (entre chocho va y chocho viene), lo leí casi entero. Son 85 poemas escritos en los veranos que van de 2009 al 2012 y está dividido en distintos epígrafes que no siempre coinciden con años completos. En la nota previa, Luis Alberto de Cuenca nos dice que "la poesía es un vicio, y de los más entrañables y deliciosos" y que "hacer versos es una fiesta, algo muy parecido a la felicidad". Luego, cuando vas leyendo, te vas dando cuenta de que afirmaciones tan sencillas como ésas dan frutos así, sencillos también, tan claros como la poética sobre la que se sustenta la poesía de este autor, al menos desde La caja de plata, cuando empezó a mezclar, según sus propias palabras, "clasicismo y cotidianidad".  "Si amas la poesía, amas la claridad", escribe. 
Estamos ante las viejas obsesiones de siempre: los clásicos ("Apología de los clásicos"), Borges, el culturalismo, los héroes -y los superhéroes-, el cómic, el cine, las sagas nórdicas, las mujeres, el mundo celta, la Biblia, la noche, pero también ante nuevas maneras de decir lo mismo. Y el amor, por supuesto, al que dedica toda la sección final ("Amor indestructible"), una de las correspondientes a 2012, del mismo modo que dedica la obra a su querida Alicia. Con novedades: la edad ("Vejez") impone un tono melancólico ("Melancolía"), donde aflora el miedo (por cercanía) a la muerte. Y a la vida, claro. Así, en "Plegaria de la buena muerte", donde el tono humorístico no oculta ese temor. El paradigma puede ser "¡Ah de la vida!", un poema que marca además una línea más introspectiva y hasta, digamos, metafísica que es, por cierto, la que más me ha interesado del conjunto. En poemas como "Caverna perpetua" o "Confesión general". 
Se insiste en la poesía como consolación, en "Consolatio ad se ipsum...", "Le jour sort de la nuit" y "Cuesta creerlo", por ejemplo
No falta, al revés, la frivolidad a la que esta poesía nos tiene acostumbrados, como en el poema sobre la Movida madrileña que dedica a su amigo Fernando González de Canales. 
Le cuesta, con todo, fijar la realidad, que duda que exista "al margen / de las cuatro paredes de mi casa".
Que De Cuenca pertenece al sector de poetas prolíficos es un obviedad. Eso ni suma ni resta a la hora de juzgar su obra. Hay buenos poetas -poetas, a secas- entre los que han publicado mucho y entre los que no. ¿Le sobran algunos poemas a este libro? Puede que sí. Es una opinión personal, por descontado. Porque no dejan de ser comentarios, acotaciones, notas de lectura, sólo por eso. No es fácil, tras una trayectoria tan cumplida como la suya, evitar ciertas repeticiones que, no lo niego, harán las delicias de sus entregados lectores, que son muchos. Siempre habrá alguien que empiece a leer a este autor por este libro y a ese lector todo le parecerá nuevo y distinto. Al final, de lo que, para bien o para mal, casi nadie duda es de la necesaria presencia de Luis Alberto de Cuenca y de su poesía en la historia de la literatura española contemporánea. Por lo que vale en sí misma y por lo que ha influido en los versos de tantos vates de la hispanidad. Siquiera sea por contraste, que de todo hay, por suerte, en la viña del Señor.