15.6.14

Belleza y verdad en Colinas

En la edición que Siruela publicó en 2011 de la Obra poética completa de Antonio Colinas (La Bañeza, 1946) se adelantaron poemas del libro que nos ocupa, bajo el título “El laberinto invisible”. Canciones para una música silente, ya en marcha cuando se publicó aquella poesía reunida del poeta leonés, los incluye, aunque esa sección haya crecido.
Uno diría que estamos ante un libro de libros, por más que sea el primero en reconocer que, en conjunto, la obra resulta unitaria y armónica, algo natural si tenemos en cuenta el oficio de Colinas, su inconfundible voz, la de un humanista con una trayectoria larga y coherente que, según confiesa en la nota final, no ha podido a resignarse a este último “gesto de libertad creadora”, a la llamada ineludible de su voz interior.
De esa fidelidad a sí mismo dan cuenta los epígrafes que abren el libro, de Plotino, Pound, Rumi, Basho… Oriente y Occidente. Lo cercano y lo lejano. China, Grecia, Castilla. Y también desde el principio, como marcas de la casa, la armonía, el viaje, la paz, el misterio, el amor, la verdad, la belleza…
Lugares y personas pueblan la primera de las seis partes de que consta Canciones. No ha abandonado Colinas el culturalismo vivido -nada literario, decorativo o epatante- de sus primeras obras (Sepulcro en Tarquinia, sobre todo), aunque la referencia, el antes y el después, el libro al que remite la mayor parte de lo leído en esta nueva entrega sea Noche más allá de la noche. La respiración, digamos, es la misma, o muy parecida. Así como el tono de la meditación, discursivo e inspirado (como escrito en trance, se diría), que tanto recuerda al mejor Romanticismo alemán, sin que al entusiasmo le falte, como contrapeso, la quietud.
Poesía del pensamiento, plena de interrogantes. Hacia dentro.
Y pronto también, los símbolos. Entre todos, el de la mujer. “Catorce retratos de mujeres” (Ramya, Filomena, Tallulah, Safo…) incluye la citada primera parte.
“Semblanzas sonámbulas” reincide en personajes y sitios: Platón, Aristóteles, Córdoba (donde pasó su adolescencia), Salamanca (donde vive), Aleixandre en Las Navas, su amigo Tomás, su hermano José, Goethe…
“Siete poemas civiles” nos lleva a Unamuno (y a su ciudad de adopción), a la Guerra Civil, a los Panero (entre las ruinas de la casa familiar de Castrillo de las Piedras), o a Seferis, los ruiseñores y los periódicos.
“Un verano en Arabí” supone un regreso a Ibiza, la isla en la que vivió tantos años, “pequeño paraíso / de amistad verdadera y de belleza”. Un viaje a la memoria, “la prueba / de que otra vida existe (o existió)”. Y allí, en plena revelación (“Durante muchos años había buscado un libro / distinto, sin saber / que era él quien me buscaba a mí”), higueras, estanques, limoneros, acantilados, parras, olivos, pinos, noches, estrellas y, por encima de todo, el mar y la luz: el Mediterráneo. Y la casa: “cubo de piedra y cal”.
En el poema XIX (Sufíes), leemos: “Musitáis las palabras / que ya no son palabras /sino sólo una música silente.”
“El soñador de espigas lejanas” es un extenso poema único, nada nuevo en Colinas, escrito en Cartagena de Indias en cinco días de enero de 2013 y de innegable aire irracionalista.
Llega después la sección que da título al volumen situados en torno a un lugar, Sansueña, (que ubica extramuros de la mítica Petavonium, ajena a la Sansueña cernudiana). Lo mediterráneo sin mar, pero no menos en medio de la tierra, en sentido etimológico. En “los páramos del silencio”. Lo natal, la infancia (“lo más sagrado”). Y el gusto de nuevo por lo arqueológico y las ruinas. Y otra vez los símbolos: la piedra, la fuente, las montañas, los valles… Lo telúrico, en suma.
Destacaría uno el poema “Las estaciones de la vida”: “En el invierno de la vida”… “una verdad humilde, mas segura.” O “Cumpleaños”, donde escribe: “La belleza: la más honda / aspiración, quizá, del ser / humano.”
A pesar de vivir en una época de pesadumbre, cada poco se encuentra uno con libros de poemas donde lo celebratorio es ley. Así, éste. Con ser Colinas un ser ensimismado y melancólico, hay en él felicidad, plenitud y hasta alegría. Será porque, como leemos, “he encontrado mi centro, / pues vivir he logrado / cuanto soñé.”