20.1.14

La poesía de Enrique Andrés Ruiz

Hace mucho que tengo a Enrique Andrés Ruiz como uno de los mejores y más exigentes poetas de mi generación, la de la Democracia o de los 80, y creo haber leído toda o casi toda la poesía que ha publicado. Una opinión que comparto con otros, como Juan Manuel Bonet. Eso sí, confieso que la lectura de su último libro se la debo a José Muñoz Millanes. Me lo recomendó y no contento con eso terminó enviándome un ejemplar. A su criterio, del que me fío, se unió mi interés por una poesía, ya digo, que aprecio. Lo demás ha venido rodado.
El perro de las huertas (Pre-Textos) se titula y no, no es un título usual. Tampoco los versos que encierra y que se abren con esa magnífica viñeta de Chema Peralta que ilustra la cubierta. Como ese animal, la poesía de EAR es, en el mejor sentido, magra, enjuta. Quiero decir que va al grano y no se pierde en retóricas. No por eso ha de interpretarse que sus poemas sean breves ni que su poética tienda al minimalismo, al revés: son amplios y discursivos, sujetos a un elegante ritmo que no pierde de vista la precisión. 
Cree uno que nacer en según qué sitios imprime carácter y uno de esos lugares es Soria, donde EAR vio la luz en 1961. Sin ánimo de comparar, esa manía tan humana, y aun reconociendo que sus poéticas son distintas, aprecio esa vinculación a una tierra y a un paisaje en los versos de otro soriano, Fermín Herrero. También ahí, Castilla. La sequedad, el páramo, la nieve... Y las amenas orillas de los ríos y las luces y sombras del verano. 
Del regreso a la casa soriana, a la pequeña ciudad de provincias, al pasado convertido en presente, dice mucho este libro. El niño y el hombre se cruzan en los versos de una obra hermosísima, de serena delicadeza, meditativa y muy plástica, siquiera sea por la estrecha vinculación de su autor con el arte y, en especial, la pintura. 
Desde el soneto que abre el volumen, que da título al conjunto (y que se puede leer en la página enlazada más arriba), la sucesión de hallazgos es significativa. En poemas como "Nuestros antiguos viajes", "Primavera en invierno", "Nuevo intento de rescatar la vida", "A la hora de encender las lámparas" (acaso el que más me ha gustado), "La encina y el amigo", "Los veranos perdidos", "El Duero, por Oporto", "Poesía e historia", "Muerte de un amigo"...
Y dos parcas dedicatorias elocuentes: a J. Jiménez Lozano ("A Pepe... en longitud de onda") y a Julio Martínez Mesanza (al que brinda "Las niñas de Túnez"). 
Por libros así La Cruz del Sur es la colección que es. Y Enrique Andrés Ruiz, a mi modesto entender, un poeta sustancial de nuestro panorama.