5.3.13

Últimas voces

Me contaba el otro día Marino González que la idea de abeZetario, colección de poesía de la Institución Cultural "El Brocense" de la Diputación de Cáceres, dirigida por Teófilo González Porras, fue suya; que él mismo dibujó todas las letras del alfabeto, mayúsculas y minúsculas, para el proyecto; que, como en La Centena de Antonio Gómez, decidieron que se iría hacia atrás, desde la Z hasta la a y, en fin, cómo se quedó fuera como quien dice antes de empezar, por más que el invento esté a punto de terminar sin que cambiaran nunca la primera letra que se le puso en la cubierta al libro inaugural de la serie: la Z, a pesar de que el citado Marino se ofreciera a regalarles el abecedario completo. Bien, la entrega correspondiente a la b lleva por título Matriz desposeída (Últimas voces de la poesía en Extremadura) y los editores son los profesores Rafael Morales Barba, de la Autónoma de Madrid, y Mario Martín Gijón, de la de Extremadura. La elección de unas palabras de Ángel Campos Pámpano para titularla es, al tiempo, un homenaje al poeta extremeño que nos dejó demasiado pronto y al que aquí (y no sólo) seguimos echando de menos, así como a lo que él y otros hicieron por la poesía en Extremadura, por su madurez y actualización, para decirlo pronto. No todas herencias recibidas van a ser malas. 
Los poetas elegidos son: Javier Rodríguez Marcos, José Antonio Llera, José María Cumbreño, Antonio Reseco, Daniel Casado, Mario Lourtau, Elena García de Paredes, Julio César Galán, José Manuel Díez, Álex Chico, Luis Darío y Urbano Pérez Sánchez. El primero nació en 1970 y el último en 1981.
Hace mucho que está uno tranquilo en lo que respecta a la poesía escrita aquí o por extremeños; una parte significativa de la poesía española, ni más ni menos. La pobreza de esta tierra (nada nuevo) y la aproximada forma de ser y de estar (en el mundo) de sus habitantes dan para mucho. Para poesía también. Así ha venido siendo desde hace décadas, por no remontarnos al pasado más remoto. Cambió el tono (que se hizo moderno, en el mejor sentido), el número (ya no eran islas), las circunstancias (de donde proviene buena parte de lo que está ocurriendo, mal que les pese a algunos. Aulas, Talleres...), etc., pero la sustancia (lo pongo en cursiva para que no se me malinterprete: más nacionalismos no, por favor) permanece.
Entre los seleccionados para esta antología con criterio hay poetas que se quedaron y otros, la mayoría, que viven fuera de la región (siete de doce), algo que se agudizará a partir de ahora. No es bueno que los escritores se marchen siquiera sea porque dejan de realizar tareas adicionales a las meramente literarias que redundan en beneficios para la comunidad; con todo, sí, lo que importan son los poemas y de eso hay mucho y bueno en estas páginas. En lo que se refiere a los poetas (todos menores de 40 años en el momento del corte), son todos los que están, aunque me gusten más unos que otros. Echa uno en falta, si se me permite la licencia, a Antonio Sáez, coetáneo de Javier Rodríguez Marcos -un perfecto cabo de fila-, que acaba de publicar un libro magnífico, y a una mujer: Carmen Hernández Zurbano, la autora de Géiser, otro libro espléndido; una extremeña de Salamanca que vivió su adolescencia en Plasencia (uno es de dónde hizo el bachillerato, dijo Aub) y que trabaja en esta tierra.
Me han gustado las poéticas, algunas ya conocidas, y, como decía, encuentro en las apuestas una solidez, en algunos casos, aplastante. Prefiero, eso sí, no entrar en detalles. Para no herir susceptibilidades. Las líricas son de las peores.
Es digno de elogio el trabajo de Morales Barba y Martín Gijón. En lo que respecta al prólogo -donde se ve la escritura a dos manos- y a la idea en sí. Después del magno florilegio de Miguel Ángel Lama, al que se reconoce la labor de desbroce, hacía falta un libro como éste.
¿Lo peor? la constatación de que nos vamos hacemos viejos, algo que tú, querido Ángel, lograste evitar.

J. A. Llera, E. García de Paredes, L. Darío,
Martín Gijón  y  Morales Barba en la presentación madrileña del libro