5.2.13

Lo que cuenta Vidal-Folch

De Ignacio Vidal-Folch uno sabía poco. Ni lo justo siquiera. Que era traductor y periodista (lo que me llevó a confundirle alguna vez con su hermano Xavier), autor de algunos libros (de los cuales yo no había leído ninguno) y presentador de un programa de televisión que me gustaba, Nostromo, en la 2 (para que luego digan que nadie la ve). Me atraía, más allá de las conversaciones con sus invitados (la mayor parte dignos de ser entrevistados, gente que uno admira, no como en otros programas de esa clase), de la sección de poesía (que nunca me interesó, aunque algún poeta digno de tal nombre apareciera por allí), me atraía, decía, su tono. El que marcaba, sobre todo, V-F. Sin estridencias ni falsas originalidades, muy elegante. Iba a lo que de verdad importaba, o eso me parecía. Supongo que por eso duró lo justo: demasiada sobriedad. Demasiada literatura.
 

Como me gusta leer dietarios o diarios o como quieran llamarlos, compré Lo que cuenta es la ilusión (Destino). Incluso antes de que Cercas hablara del libro en el colorín de El País, supongo que para bien (no, según costumbre, no lo he leído aún). Tenía un presentimiento: que iba a gustarme. No suponía, con todo, que tanto. El libro, cabe decir a bote pronto, es como él. Como uno se imagina al personaje, conviene precisar. No pretendo ir más allá. Qué sabe nadie, que cantó el de Martos. 
Alto, delgado, de mirada triste y penetrante (muy fotogénico), prototipo, me atrevería a decir, de cierto barcelonés (ha dedicado un libro a su ciudad natal), por la vía culta y cosmopolita, viajero (al Este -Moscú, Praga, San Petersburgo-, donde vivió durante años como corresponsal de ABC, a Asia, a París, a Lisboa, a Cabo Verde...), amante de la ópera (recuerda haber asistido a una representación en Milán, de niño, junto a su tía Vaneta) y de la música en general (por ejemplo, del flamenco), del cómic y de la natación, letraherido confeso (es decir, lector impenitente, curioso e informado, con criterio), políglota (por eso nunca traduce sus citas del inglés, del francés, del catalán...), asiduo visitante de museos y conocedor del arte y de la arquitectura, también -y esto es más raro- de la poesía: Larkin. Herbert, Cirlot (una referencia ineludible), Vinyoli, Pessoa, hijo de la burguesía barcelonesa (en casa de su madre, para el servicio, "don Ignacio"), miembro (en el mejor sentido) de los happy few patrios y muchas cosas más como se deduce por lo escrito (magníficamente, por cierto, en un estilo que cuadra a la perfección con lo que, imaginamos, su personalidad o, mejor, sus diferentes identidades) en Lo que cuenta es la ilusión.
Primer dietario, en lo que me alcanza, apegado a la crisis (transcurre entre 2007 y 2010), en él encontramos desde el gusto por los sucesos (crímenes, suicidios, etc.) a las reflexiones (o lecturas) literarias (de Vargas Llosa a Proust pasando por numerosos escritores del Este, como Bulgakov o Wat); desde las alusiones al amor, los amigos y la familia hasta una breve novela inserta en el libro: la historia de Shiranjit, la esposa india fugitiva.
El título, muy adecuado al empeño, surge al final de una hilarante narración (que no desvelo) sobre el encuentro con una actriz porno y su novio, en presencia de un amigo editor, a pesar de que ya antes había escrito: "En el arte como en la vida lo que cuenta es la ilusión". Ya que lo menciono, bueno será destacar el sentido del humor que se gasta este hombre, otra prueba más de su destacable inteligencia. 
Con todo, sólo por una cosa ya merecería la pena (que es un placer) haber publicado este libro. Vamos, por no ponerme estupendo, lo que justifica que este humilde lector haya disfrutado tanto con su lectura. Se trata del relato de un viaje al Mar de Aral en compañía, entre otros, de la directora de cine Isabel Coixet. Creanme, pura poesía. Y me parece que ahora no exagero. Unas páginas que quizás hubieran dado para un libro si el señor Vidal-Folch no fuera, como sugiere, tan indolente ("mi improductividad"). Puede que llegue. En todo caso ya está ahí.
En la entrada, dijéramos, 19.667 escribe V-F: "Lo que de verdad me ocupa y preocupa y constituye no lo puedo comentar ni escribir, y no porque no quiera sino porque es indecible". Más adelante, en el mismo lugar, añade: "Se diga lo que se diga, uno escribe en primer lugar para sí mismo". Ambas frases le parecen paradójicas a este lector: porque V-F dice no poco de muchas cosas, algunas casi inenarrables (no faltan los sentimientos en estas páginas), y uno lee como si estuvieran escritas para él. Sí, lo ha descubierto: ese es el misterio de la literatura. Uno de tantos.