12.2.13

La prosa de una poeta

Después de leer el verano pasado las cartas de Rilke, Tsvietáieva y Pasternak y luego el impresionante Armenia en prosa y verso de Mandelstam, a la espera de poder leer las memorias de su mujer, Nadiezhda Mandelstam, sigo sin perder de vista a mis admirados poetas rusos y disfruto con Prosa, de Anna Ajmátova, todo un acontecimiento editorial gracias a Nevsky Prospects que en apenas cuatro años se ha convertido en un sitio de referencia de la literatura rusa en España. La bonita edición de 500 páginas está ilustrada con algunos retratos de aquella bella dama de vida tan intensa, lo que realza aún más la belleza del libro. De la traducción se han ocupado Vladímir Aly, María García Barris, Marta Sánchez-Nieves y Joaquín Torquemada Sánchez.
Confieso que es la poeta rusa que más me gusta y una de las mejores, a mi entender, de cuantas hay en el mundo (los poemas, ay, no mueren). Todavía recuerdo las risas de Felipe Muriel cuando le dije que estaba leyendo una antología suya. Corría el año 84 y el libro, tan exótico para mi amigo, apareció en la mítica Selecciones de Poesía Universal de Plaza & Janés. Por suerte, los españoles tenemos múltiples ediciones de su poesía, no sólo ésa. A mí me gustó mucho, por ejemplo, Soy vuestra voz, de Belén Ojeda (Hiperión). Réquiem, su poema más famoso, y Poema sin héroe están en Letras Universales de Cátedra, traducidos por Jesús García Gabaldón. También hay obra suya en Círculo / Galaxia. Sobre ella han escrito aquí, pongo por caso, Olvido García Valdés y Benjamín Prado. Antes y fuera, cómo olvidarlo, Isaiah Berlin y Josep Brodsky, su dilecto discípulo. Muy interesante me pareció la biografía de Elaine Feinstein que publicó hace unos años Circe.
Ahora, además, podemos conocer su prosa, en la edición más completa de cuantas existen en castellano, como nos explica en su pertinente prólogo el editor, James Womack. Antes, en un texto muy personal y, digamos, poético, Luna Miguel nos cuenta que "detrás de un poeta hay prosa", lo que también sucede con la denominada "musa del llanto". No está de más, me digo, recordar ante este "libro desordenado" (detrás de los poetas, dice LM, "prosa y desorden") a Octavio Paz, lo de que la biografía de los poetas se encuentra en sus poemas, algo que la propia poeta reconoció.
Obligada a callar por el feroz régimen soviético, de 1924 a 1939 -"la prohibición" lo llama ella-, Ajmátova se dedicó a la prosa, cuyo "verdadero sentido", se nos advierte "se encuentra en su crítica" ("fue, sin pretenderlo, una erudita"). A estudiar la obra de Pushkin, ante todo. Prosas, matiza Womack, sobre amigos y contemporáneos, sobre su propia experiencia vital (por más que falten las cartas y los diarios), sobre la obra de grandes escritores del pasado -como el mencionado autor de Eugenio Oneguin- y, por fin, sobre su propia poesía.
Ajamátova por Modigliani, 1914
AA "vivió una vida de poeta", "existía a través del lenguaje", explica W. Perteneció a una generación espléndida; "coro maravilloso de poetas", dijo ella: Blok, Pasternak, Tsvietáieva (¡qué distintas!), Mandelshtam, Maiakovski... Fundadora, con otros, del efímero Acmeísmo, un movimiento destinado a "separarnos del simbolismo" que abogaba por la claridad y la exactitud, que era, según Mandelshtam "nostalgia de una cultura universal" y que partía de dos principios básicos: kratkost i tonkost, esto es: la brevedad y la precisión que propugnaba Pushkin. Autores que crearon el Gremio de Poetas para luchar contra los de la Academia del Verso.
El libro empieza deliberadamente con el tan citado Mandelshtam. Al fondo, su adorado Petersburgo, como escribe ella, su ciudad (a la que dedica dos textos específicos).
Sigue con Modigliani, al que conoció en París cuando era desconocido y pobre. Fue retratada por el pintor italiano en 16 dibujos que acabaron, en su mayor parte, perdiéndose. Valoraba de ella su "capacidad para adivinar el pensamiento, leer los sueños de los demás y otras nimiedades". "No se parecía a nadie de este mundo", comenta Ajmátova. Era un solitario. No se quejaba. Un día le confesó: "je suis juif".
Después de detiene en el traductor (de Dante) Lozinski, en su primer marido, el poeta Gumiliov, en sus contemporáneos, sí, y en Blok, mayor que ella, el poeta ruso más famoso de su tiempo.
A este lector le ha interesado, sobre todo, las referencias a la poesía y las notas, que abundan, sobre poética; así, "A la poesía no le gusta que la vistan con hermosos vestidos", "Yo considero que la poesía (en especial la lírica) no debe fluir como el agua por una tubería y ser la ocupación diaria de un poeta", "Los poemas vienen a todas horas, como siempre, los alejo de mí, hasta que escucho un verso que suena a verdad", "El poeta tiene una relación secreta con todo lo que ha escrito" o "Soy alguna clase de anti-Browning. Él siempre ha hablado en otra persona, escondiéndose detrás de otro rostro, yo no dejo que nadie diga una sola palabra (por supuesto, quiero decir en mis poemas). Hablo desde mí misma, y para mí misma, todo lo que es posible e imposible".
Con respecto a la prosa escribe: "Siempre me ha parecido que la prosa esconde algo de secreto, y que es una tentación". Y añade: "Desde el principio he sabido todo sobre la poesía ―pero nunca he sabido nada sobre la prosa". Sin embargo, son muchas las referencias a su prosa, a esa biografía, como ella la llama, "el libro que nunca escribiré", que empezó a los 11 años (cuando escribió su primer poema), que al final decide publicar en "pequeños trocitos", los aludidos fragmentos que uno va descubriendo con asombro. Breves textos, anotaciones, que tanto dicen, por su tono (ah, el tono), de la poesía de la Ajmátova y de la persona excepcional que ella encarnaba. "De una misma deberían contener lo menos posible", precisa, porque "es muy aburrido escribir sobre una misma".
Uno de los capítulos más extensos de esta parte central del libro, entre el análisis y la memoria de sus amigos acmeístas y las reflexiones y ensayos sobre la obra de Pushkin (un libro dentro de otro), es "Algo sobre mí", una deliciosa autobiografía resumida donde habla de su infancia ("única") en Tsárkoie Seló -ella nació en 1889 y sus padres se separaron en 1905-, su matrimonio con Gumiliov, sus viajes a París y al norte de Italia ("un sueño que recuerdas durante toda tu vida"), los trenes (ver "Estación Pavlovski"), San Petersburgo, etc.
Un momento clave de su vida, y de su obra (¡cómo separarlas!), es sin duda el mencionado de "la prohibición", cuando las autoridades soviéticas la silencian públicamente, del 24 al 39. Un día se encuentra con María Shaginián en la Perspectiva Nevski y ésta le dice: "Eres una cosa extraña e importante: han hecho un decreto especial para ti: no arrestar pero tampoco imprimir".
Estas notas podrían seguir. No se ha hablado del grueso del libro: lo relativo a Pushkin, donde se despliega la capacidad crítica y filológica de la poeta. De hecho, en sus revelaciones se han basado los mejores estudios posteriores acerca del poeta.
Al final, vuelve Ajmátova sobre sus libros de versos: El rosario, La bandada blanca, Anno Domini... Esencial resulta "Prosa sobre Poema", más de sesenta páginas dedicadas al análisis de Poema sin héroe. Ella se refiere a él como "Poema", a secas. Le llevó veinticinco años terminarlo y todos coinciden en apuntar que este extenso escrito es imprescindible para comprender ese hermético y musical texto que, como reconocía, "cuanto más lo explico más enigmático e ininteligible es". "El poema, precisó allí, es mi biografía".
Espero, en fin, haber logrado transmitir algo de mi entusiasmo por este libro necesario, lleno de agradables sorpresas para quienes conocemos y amamos la poesía de Anna Ajmátova, sí, pero, a mi entender, también para cualquier lector con sentido y sensibilidad poética.

Dibujo de Ajmátova. Modigliani, 1911