2.2.13

La poesía de Herbert

Ya dije aquí atrás que estaba leyendo a Zbigniew Herbert, en concreto su Poesía Completa, publicada por Lumen. Me ha llevado su tiempo. Fue mi autoregalo de Reyes. Me sorprende, por cierto, que en el libro que tengo ahora entre manos, Ignacio Vidal-Folch le cite tanto. Lo digo porque, más allá de que el periodista y escritor barcelonés sea un buen lector, no se ha prodigado su poesía por estos predios. De su obra en prosa hemos podido leer, gracias a Acantilado, dos libros: Un bárbaro en el jardín y Naturaleza muerta con brida.
Mi primer contacto serio con Herbert fue fulgurante. Es una de esas lecturas que no se olvidan. Un verso suyo es también una de las citas que abren mi novela Las murallas del mundo: "oh ciudad mas qué ciudad decidme cuál ciudad". Me refiero, en fin, a su libro Informe desde la ciudad sitiada y otros poemas (Hiperión, 1993), donde aún guardo unas fotocopias de lo que dijeron, cuando murió en el 98, La Vanguardia y ABC, así como un artículo de su ejemplar traductor, entonces y ahora, Xaverio Ballester, titulado, con verdad, "Un poeta moral". Hasta ahora era lo único que había -no poco, acaso suficiente- de este poeta polaco del siglo XX que bien pudo haber conseguido el Premio Nobel, pues es de los grandes, y al que hace justicia esta noble edición, en tapa dura, de más de 600 páginas donde se reúnen toda su obra poética, desde 1956, cuando contaba 32 años, hasta el mismo año de su muerte, fecha de su último libro. El prólogo esencial, va al grano, del mencionado Ballester y las notas (pocas, precisas, al final del volumen, para no estorbar la lectura de los poemas) ayudan a destacar, ya digo, esta sobria edición.
Herbert pertenece a una de las más ricas tradiciones líricas europeas. No es fácil destacar entre tanto nombre importante. "Si su idioma es el polaco (lo cual sería una gran ventaja para ustedes, ya que la poesía más extraordinaria de este siglo está escrita en ese idioma), me gustaría mencionarles los nombres de Leopold Staff, Czeslaw Milosz, Zbigniew Herbert y Wieslawa Szymborska", dejó escrito Joseph Brodsky en "Cómo leer un libro". A esa lista ya podemos añadir el de Adam Zagajewski (que aludió a Herbert como "mi gran maestro") y algunos de los poetas contemporáneos agrupados en la reciente antología Poesía a contragolpe. Antología de poesía polaca contemporánea (autores nacidos entre 1960 y 1980). No nos podemos quejar los que leemos en español de la presencia de esa poesía en nuestra lengua. Ni de sus traductores.
Como uno diría de Milosz, en la poesía de ZH destaca el humanismo. En su sentido más amplio, aunque lo católico aquí no falte. Como tampoco falta lo real, por imaginario que parezca. A uno le ha llamado la atención, por ejemplo, su segundo libro, Hermes, el perro y la estrella, surrealizante como su ópera prima, pero donde ya se aprecia esa "poesía prosaica" que le caracteriza. Aun reconociendo que ya era un poeta de cuerpo entero desde su primer libro, el lector que uno es destacaría sus libros, digamos, centrales: Don Cogito -su gran hallazgo, un alter ego poderoso; "una suerte de Pan Quijote a la polaca", dice Ballester-, el citado Informe..., Elogio para la partida, Rovigo y Epílogo de la tormenta. La lista de poemas memorables, nunca mejor dicho, sería demasiado prolija.
Los poemas de Herbert son largos, están escritos sin puntos ni comas, tienen un ritmo envolvente y una sonoridad sugestiva (o eso parece a través de las magníficas versiones del traductor), abundan los que tienen forma de prosa. Con ellos regresan las civilizaciones antiguas, la herencia judeocristiana, el mito de Mitteleuropa, historias y lugares de Rusia o de Italia, y, sobre todo, las reflexiones -irónicas a menudo- de un hombre que siempre estuvo a pie de calle, como uno más; alguien atormentado, inquieto, que se debate, de acá para allá (desde su ciudad natal: Leópolis; es decir, Lviv, Lwów o L'vov, pues que ha sido ucraniana, polaca y rusa, ahora capital de una provincia homónima de Ucrania), entre la esperanza y la nada. No en vano sus críticos señalan un tema predominante en su obra: la muerte.
Si tuviera que destacar una característica por encima de todas, algo muy complicado y seguramente inútil, uno se inclinaría por la emoción. No me duelen prendas confesar que más de un poema me ha resultado conmovedor hasta las lágrimas, en especial los del último recodo de su obra, que es el de su vida.
Si bien uno todavía no las ha leído (ya he dicho más de una vez que nunca leo opiniones ajenas sobre libros de los que espero hablar aquí, una manía), recomiendo algunas lecturas de esta poesía reunida realizadas por Jaime Siles, Antonio Colinas, Martín López-Vega y Javier Rodríguez Marcos. Las he ido guardando y ahora, que nadie lo dude, las leeré con gusto. 
Baste añadir que, a mi entender, nadie que ame la poesía, ningún lector que se precie, debería dejar de leer los poemas de Zbigniew Herbert. Quien lo probó lo sabe.