28.9.12

Atavío y puñal

 
















Un título tan duro no puede pertenecer a un libro modoso y complaciente. Atavío y puñal, de la salmantina de Valladolid Mª Ángeles Pérez López, publicado en la legendaria colección Olifante, no lo es. Tampoco lo eran sus libros anteriores, cuatro que la autora reunió en Catorce vidas (Poesía 1995-2009). En éste da un paso adelante (¿para qué escribir si no?), otra vuelta de tuerca y el lector, al menos uno, da por hecho que con ello aquilata aún más su poética, tan definida como certera. Si alguien quiere saber a qué llamamos "voz propia", que entre y lea.
"La mujer" es la protagonista de todos los poemas. A ella, una y múltiple, se dirige en todos ellos. Poemas numerados y sin título, de tono discursivo, fragmentarios y monologantes, de ritmo preciso, respirado hacia dentro, aunque la idea de composición domine al conjunto.
Escritos con un lenguaje inspirado, que participa de lo imaginativo y hasta de lo surrealizante, pero también de lo realista. La enfermedad lo es, más real que cualquier otra cosa, y ella es protagonista de estos versos descarnados y crudos ("La mujer no conoce la palabra sosiego"). Como lo es el dolor, tan presente también. Como reales son las referencias a Irak y Abu Ghraib, al "yes we can" de Obama o a un tsunami.
Versos llenos de matices, sensoriales al máximo. Que se aprecian con todos los sentidos, el oído y la vista sobre todo ("La mujer pinta un mundo y es azul"). El vocabulario utilizado es sugerente, rico; capaz de nombrar lo sorprendente y de acercarse con la debida cautela a eso que anuncia lo terrible: "En el exacto centro de su centro / la mujer pinta un vértigo y se asoma". Y más adelante: "se asoma a su avispero".
Olvido García Valdés alude en una breve pero densa nota que aparece en la solapa a la "vocación narrativa"  del libro (diario a veces, se dice uno), a "una escritura que es propiamente pintura, visión plástica y táctil".
Me gustaría terminar esta nota de lectura elogiando la edición del libro: limpia y sencilla. Y un detalle que me ha gustado especialmente: una fotografía de la autora, realizada por Miguel Ángel Casado, que aparece en un encarte con el texto de OGV, en las primeras páginas del libro y, por fin, en una postal. Se trata de un primer plano en blanco y negro y al fondo se ve -espero no equivocarme- la plaza de Garrovillas, sus bonitos soportales. Su mirada, que transmite serenidad, tiene también un aire de tristeza. Como si fuera un verso más del libro.