31.7.12

Veranos










Como cada año, bajamos al Sur, que, para nosotros, gente de tierra adentro, es el mar. Y otra luz. Y otro viento. Y la sal.
Por eso cierro este refugio durante un par de semanas.
Dejo al curioso que se acerque hasta esta sombra uno de los últimos poemas que he escrito. Pertenece a Plasencias (en lejano e irónico homenaje a Morand); un libro escrito "desde mí" (que diría Gaya) y desde aquí, que se cruzó en mi camino, como conté la noche que Jordi Doce y yo conversamos sobre poesía en el Verdugo.


VERANOS

Una tarde de todos los veranos,
a la hora de la siesta, por sistema,
recorro algunas calles tortuosas
del centro de Plasencia.

Por la sombra, pegado a las paredes,
me dejo deslumbrar por edificios
que ya he visto mil veces.
El sol y la calima dan a todo
un aire entre irreal y misterioso
que tiñe la ciudad de esa luz propia
de aquello que intuimos figurado.

El calor, de tan tórrido, y el viento,
que abrasa cuanto toca,
favorecen la atmósfera de un sitio
que parece de pronto otro lugar:
más al sur, de una isla.
Sicilia, por ejemplo. De un paraje
con paredes de cal y murallas de piedra,
poco importa de dónde.

Esa tarde de todos los veranos
en que rodeo una vez más el círculo
me reconcilia con lo que esto ha sido:
un espejismo, una ilusión, un sueño.