26.6.12

Inclinaciones

Teoría de las inclinaciones se titula la última entrega del inquieto editor Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964) y ha sido publicada en la elegante Los Papeles del Sitio. Es la segunda de las diez que componen el proyecto Fábula, cuyos títulos aparecen, a lo Trapiello, en la solapa posterior y en una de las páginas iniciales de la obra. Cuenta JSM que se concibió a partir de un viaje a Roma realizado en 1984 y añade: "es indispensable la lectura de La vida alrededor [título del libro primero, La Isla de Siltolá, 2010] antes de tomar en las manos esta obra". Uno, vaya por delante, se ha saltado la norma no sé con qué consecuencias.
Tres son las inclinaciones a que se refiere: la poesía, que está por encima de la vida y hasta de dios (con quien dialoga en esta parte); el amor, "como complemento del absoluto, y "conseguir fusionar la música y la literatura como arte supremo". 
Quien se haya acercado ya a La vida al filo de la espada, el blog de SM, no le extrañará el tono de este libro que, como dice su autor, con serlo, es más que un diario. "Apreciaciones" llama él a estos apuntes que, aunque puedan parecer improvisados, escritos a vuelapluma, están forjados en la meditación. 
No es un libro que se pueda resumir, al que nos podamos acercar de otra manera que no sea leyéndolo con la calma debida y la atención en guardia. Su estilo, muy particular (como estilo que es), nervioso y tenso, exige que el lector quiera "ver, entender". Porque, advierte en las palabras iniciales, "la mayoría de las personas se limitan a observar y sus limitaciones nunca serán inclinaciones". Aquí los "matices" lo son todo. Es literatura... No quiero dar a entender que sea un libro críptico o hermético, todo lo contrario, pero hay que saber leer entre líneas pues lo evidente puede serlo... o no. Será por eso que abundan los aforismos, emboscados o a la intemperie.
Subraya uno las múltiples referencias a su labor de editor y, por tanto, a Siltolá, más que una editorial, más que una casa: el sello y el lugar que ha puesto en marcha ante el desconcierto del patio poético patrio. Una editorial que "nace para vivir el tiempo que desee y la distancia que nadie determine". Una casa que "es una isla, una forma de vida, un encuentro. No es remordimiento ni grandeza".
Me interesan especialmente sus reflexiones sobre la poesía y los poetas, donde ni una (no en abstracto, en concreto) ni otros salen bien parados, sobre todo los jóvenes. Confiesa que dejó de escribir en plena guerra entre la poesía de la experiencia y la de la diferencia, dos caras de la misma moneda, y a esos grupos o escuelas les dedica algunas invectivas, pero no le duelen prendas citar en más de una ocasión a uno de los líderes de la corriente hegemónica de nuestro fin de siglo, tal vez porque los rótulos sirven para poco y las obras, que los desmienten, para todo lo contrario. 
En sus páginas aparecen los habituales. Ante todo, su santísima trinidad poética: Rosales, Parra y Colinas. También JRJ, Claudio Rodríguez, Pablo García Baena, Trapiello o Luis Alberto de Cuenca. Y otros amigos, poetas como él; Abel Feu, Aquilino Duque, Tomás Rodríguez, E. García-Maíquez. Además, se menciona a más gente, con iniciales o por sus nombres: Francisco Bejarano, Olga Bernad, Elías Moro...
Si bien no falta la ironía y hasta el sarcasmo, que empieza por él mismo, o por el personaje que protagoniza este libro (no me gustaría pasarme de listo), que nadie busque aquí ajustes de cuentas ni líricas venganzas. Si acaso, además de la guerra citada, algunas líneas en contra de los suplementos literarios y de la crítica, de los mentirosos gana premios o de los postpoéticos chicos nocilla, lo que no deja de ser un lugar común para cualquier cronista de estos tiempos.
El lector encontrará una defensa a ultranza de la independencia y del liberal "vive y deja vivir", lo que choca, claro, con la vida en una ciudad cerrada como Sevilla o, por extensión, en un país llamado España. Donde, por cierto, viven, vivimos, españoles. Londres y Barcelona ponen el contrapunto. Y Cádiz, of course, de donde no todo el mundo, ay, puede ser.
Sin pelos en la lengua, con indisimulable pasión, a JSM no le importa señalar con el dedo al emperador de turno y, por muy educado que sea gracias a su señora madre y a su paso por el Guadaira, denunciar que va desnudo. Tampoco abominar del "yo" (del yomimeconmigo, dice él, que le "cansa") y de los peligros del ego, aunque estas páginas sean, parafraseando a Hierro (que también aparece como secundario por ahí), un personal y transferible "cuanto sé de mí". Y eso sirve tanto para renegar del existencialismo como de las conversaciones telefónicas o de los e-mails. Quiero decir, para lo más profundo y para lo aparentemente anecdótico, que es lo que en realidad revela quiénes somos. Él es, entre otras cosas, un solitario al que le gusta beber Mexican Mule. "La verdad nos oculta", escribe. Y "soy un conjunto enorme de manías". JSM es un "raro", lo sabe desde chico. Un ser sincero, mal que le pese a Juan Cruz. Alguien, en fin, que entre la vida y la poesía elige la segunda porque "es en sí la existencia".
La saga Fábula promete, aunque de sueca, lo puedo asegurar, tiene bien poco.