30.4.12

Mandelstam en Armenia

¡Qué libro tan hermosamente extraño! El poeta Ósip Mandelstam visitó Armenia en 1930, cuatro años antes de que un poema contra Stalin le valiera un destierro a los Urales y ocho de su muerte en un campo de trabajo cercano a Vladivostok. De aquel viaje surgieron las prosas y versos que edita, traduce y anota magníficamente Helena Béjar para Acantilado. La edición se completa con una introducción de Gueorgui Kubatián y un epílogo de Nadezha Mandelstam, que acompañó a su marido por aquellas tierras.
Sobresale en la obra un poderoso y rico uso de la lengua. Sorprenden tantas maravillosas ocurrencias. Qué fuerza sonora, qué desusada música, tan acorde, supone uno, a esa lengua abrupta propia de aquellas remotas regiones. Quizás por contraste.
Imágenes, metáforas que juegan de forma decidida a favor de la literatura y que no se dejan llevar por el tono lánguido y hasta previsible de un diario de viaje al uso, lo normal para una de aquellas revolucionarias "expediciones literarias" a una de las provincias periféricas de la Unión Soviética que el autor de Tristia y Los cuadernos de Voronezh soñó occidental y cristiana, hija de Europa.
Lo descriptivo, que lo hay, es llevado por Mandelstam al mejor lugar, lejos de todo aquello que no sea, insisto, literatura en estado puro. Todo es traído a una atmósfera que el lector no puede por menos que asociar a parajes tan exóticos como recónditos. Hasta el punto de imaginarse uno en la mismísima Armenia, con el mítico, añorado Ararat en lontananza.
Tanto la prosa como el verso son, en el mejor sentido del término, de una modernidad absoluta. O del todo clásica, si tenemos en cuenta que parecen escritos ayer mismo.
Cuánto me alegro de haberme encontrado por fin con Armenia, un libro al que más de uno se atreverá a calificar de "obra maestra", por exagerado que sea, y que bajó conmigo, como tantas otras veces, desde Salamanca.