11.10.11

Anónimo valentiano

José Ángel Valente y mi padre nacieron el mismo año: 1929. Diario anónimo (Galaxia Gutenberg, edición de Andrés Sánchez Robayna) empieza en 1959, el año en que uno nació, y termina en 2000, cuando murió el poeta gallego y, oh casualidad, también mi padre. Precisamente, estando éste  hospitalizado por culpa de un infarto, recibí una llamada telefónica del Valente para animarme. Me dijo que él había pasado por uno y se había recuperado (después le sobrevino otro, nos cuenta en este libro). Al final fue el cáncer quien se llevó a los dos. Si a este gesto, propio de una amistad que no teníamos, añado que le eligió a uno, poeta en cierne, para presentar en la sede madrileña de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando su libro Al dios del lugar -que inauguró la colección Nuevos Textos Sagrados de Tusquets-, no tengo más remedio que reconocer una deuda de gratitud y de afecto hacia él.
No compartí sus opiniones sobre la poesía de los 80, entendida como el bloque homogéneo que no era, y su reprobación, también en conjunto, del premio Loewe. Tampoco me agradó, como a cualquiera (lo reconozca o no), que no tuviera en cuenta mis poemas para la polémica antología Las ínsulas extrañas, de la que fue mentor. (Al menos me alegré por mi amigo Ángel Campos, que sí está, a quien menciona Valente en Diario anónimo, con motivo de su viaje a Badajoz para leer en el Aula Díez Canedo.) Nuestro último encuentro tuvo lugar en 1999, en el Palacio Real de Madrid, cuando le entregaron el Premio Reina Sofía. Escribí una breve crónica que publicó ABC. Para entonces su salud estaba ya muy deteriorada.
Dejando al margen lo personal, confieso que de joven fui un lector fervoroso de su poesía y, sobre todo, de sus ensayos. Si tuviera que escoger un solo libro suyo, optaría por Las palabras de la tribu, una obra mayor del pensamiento poético. Por lo demás, creo que "Cruzo el desierto" ("Cruzo un desierto y su secreta/ desolación sin nombre"), el primer poema de su primer libro, acaso baste para que se le reconozca su lugar en el canon de la poesía española contemporánea. Sí, como tantos de mi generación, prefiero la primera parte de su obra, que Valente nunca quiso reconocer como distinta del resto, la que de verdad tiende al "punto cero" y, en suma, al silencio (que aquí dio lugar a una presunta tendencia enfrentada a la denominada "de la experiencia"). Con una excepción: Fragmentos de un libro futuro, ya póstumo. No hace falta decir que a todo poeta, y Valente lo fue, se le ha de abarcar por entero, de principio a fin, errores inclusive. Más a alguien que quiso escribir "peligrosamente". A quien creyó, con Wittgenstein, que "todo ocurre en el lenguaje".
En Diario anónimo hay mucho de taller. De acopio de notas de lecturas que se guardan de cara a un poema, a un ensayo, a un artículo; de palabras de otros que se apuntan para lo mismo. Más indicios que pruebas, parafraseando a Char. No es un diario al uso. Hay poco del hombre, salvo en los momentos en que aborda la pérdida terrible de su hijo Antonio y las secuelas de un hecho dramático que nunca olvidará, o cuando evoca a su amigo Costafreda, o, en fin, cuando alude a Coral, su compañera del alma, a quien tuvimos la suerte de conocer. Del Valente más esquinado, apenas indicios; por ejemplo, la descalificación del poeta Martínez Sarrión (que hace unos días puntualizaba en El País).
Si al principio cuesta leer tantas citas de otros (traducidas en letra menuda a pie de página) y tan pocas reflexiones propias, de cierta enjundia, a medida que se avanza en la lectura todo cambia. Para quienes hayan frecuentado su obra, eso sí, no habrá muchas novedades en este libro. Las claves de su manera de decir, de su poética, están aquí de forma semejante a como aparecieron formuladas en textos y ensayos anteriores. El silencio, la meditación, la mística, el zen, la cábala y lo judío, etc. Pasa igual con los pocos poemas que se incluyen.
Visto con cierta perspectiva, apabulla la voracidad lectora de Valente, propia de un lector curioso, omnívoro y total que dominaba varias lenguas. Fue además un adelantado: leyó a autores que a España llegaron mucho después, algo que propició su decidida vocación de extranjero. También supo anticiparse en el interés por la ciencia, tan ligada a la poesía moderna.
No pocos se han pronunciado ya acerca del libro. Lo mejor y más completo que he leído es seguramente la reseña firmada por Benjamín Prado en Babelia. Dos poetas, por cierto, en las antípodas. Entre otros aciertos, incluye el 90% de las citas que uno fue apuntando en su cuaderno mientras leía.
Una curiosidad final. El 5 de julio de 1981 anota: "Posible título del nuevo libro de poemas: Territorio". Por entonces, sin saberlo, ya tenía claro que el primero de los míos se acabaría titulando así.