30.9.11

Nuevos poemas de Llop

Quienes frecuenten este blog ya sabrán de mi aprecio por la poesía y la prosa del palmesano José Carlos Llop (1956). Pocos libros más adecuados para esta época del año que uno titulado Cuando acaba septiembre, el  que lleva el último de los suyos, publicado por Lumen. Dividido en tres partes -de doce, catorce y un poema, respectivamente-, sus versos ahondan en una poética que celebra la vida con un tono meditativo y elegante que no desdeña la melancolía. Todo bajo la luz solar (aunque no falte un poema dedicado a la luna, de la colección particular de Fernando Aramburu) que enciende las Islas, bañadas por las aguas del clásico mar Mediterráneo ("Mediterránea" se titula, por cierto, uno de los mejores poemas del libro). Porque la poesía, nos dijo Wordsworth, «nace de la emoción revivida en tranquilidad», no pocas imágenes y situaciones remiten al verano, cuya música, escribe Llop, "es calma". Hay mucho de serena aceptación en estas páginas. La mirada del poeta, cargada con el peso de la experiencia y de la edad, parece teñida de una nostalgia que evita el enfermizo regodeo y se complace en la evocación de momentos intensos, (los del "amor como cansancio", pongo por caso), de lugares felices (sus casas, un puerto de pescadores, el bosque), de viajes vividos (a Beirut, por ejemplo, o a Formentera) y de conversaciones que hacen de la amistad una moral. Cavafis, Durrell y Alejandría no dejan de acercarse, una y otra vez, como las olas, hasta estos versos. Y vuelve Marcial a Hispania. Un petirrojo canta. Una mujer se viste ("Las mujeres,/ al quitarse la ropa/ se convierten en diosas,/ antiguas como esos reyes,/ ya que en ese instante/ cada mujer instaura un reino/ hipnótico y al margen"). Sopla el siroco mientras alguien, que habla de la vida, se pregunta: "¿Cómo habría sido/ la tuya sin mí? ¿Cómo sería/ si nos abandonáramos el uno al otro?" En otro sitio, el poeta recuerda a su padre (y el lector hace suyas sus palabras): "pero a esta hora,/ cuando noto su presencia a mi lado,/ hablo con mi padre muerto./ Él también iba a andar por la mañana,/ solo, en aquellos veranos de la infancia". El padre, que en otro poema, regresa a la infancia y llama mare a la suya cuando está a punto de morir. Y la madre, a cuya muerte dedica el extenso y muy emotivo poema final del libro.
La intensidad, la intuición ("uno de los modos del conocimiento poético"), las lecturas o la memoria proyectan una luz amable y otoñal sobre estos poemas que nos hacen mejores, incluso más felices. Llop, que nada tiene que demostrar a estas alturas, profundiza, ya se dijo al principio, en su personal modo de decir. Esto, lejos de marcar distancias con el lector, le hace aún más cercano y permite que se obre ese humilde milagro de la poesía gracias al cual uno acaba convirtiéndose en otro.