16.9.11

En el programa de mano del Real

Como es bien sabido, la Fundación Loewe no se ocupa sólo de la poesía. La música está en el centro de sus intereses. Entidad colaboradora del Teatro Real de Madrid, lleva años aportando poemas de poetas "de la casa" (a veces sólo versos sueltos) para los programas de mano. De Vicente Valero, Juan Antonio González-Iglesias, Carlos Marzal, Antonio Cabrera, Lorenzo Oliván, Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes, etc. Me dicen que se tiran varios miles de ejemplares, mucho más que cualquier edición relacionada con la pobre poesía. En el de esta temporada, va un poema mío: "Bailarina". Teniendo en cuenta que no había publicado nada sobre danza o música, lo escribí ex profeso. Me inspiré en el breve encuentro que tuve, hace ahora diez años, con la bailarina cubana Alicia Alonso. Quedó, al parecer, demasiado largo. Recorté, que es lo que se lleva. Al final, espero que poema al fin y al cabo, resultó lo que puede leerse en el citado impreso. Y en el blog de Carlos Manrique.
Mi amigo Clemente Lapuerta me ha comentado que fue una sorpresa descubrirlo al asitir a la representación de los Ballets de Monte-Carlo.
Por deferencia a mis lectores (acaso una ilusión, pero suena bien), ofrezco aquí la versión original e íntegra del poema en cuestión.

CON ALICIA ALONSO

Aquella mujer ciega me miraba
desde un país donde la luz no existe.
Hablaba y al hacerlo se movía
como si sus palabras fueran música.
Las manos, al compás de su relato,
sugerían un cuerpo en plena danza.
Allí, en el escenario, sola, erguida,
en medio de las sombras donde oculta
cualquier misterio su pasión abstracta,
bailaba sin bailar como si hacerlo
fuera tan natural como estar quieta.
Venía de otro sitio, de muy lejos.
En su sensualidad vibraba el eco
de lo que es sublime y por eso humano;
de lo frío y a la vez de lo cálido;
de lo que es intuición y lo que es técnica.
Inmóvil y perdida, acaso frágil,
su apariencia engañaba: Alicia era
la misma bailarina que en La Habana,
Madrid, París, Moscú o Milán,
interpretara Carmen o Giselle,
Cascanueces o La Bella Durmiente;
la misma que en cualquier lugar del mundo
un entendido asocia a la leyenda.
Donde ella puso el pie, el ballet vive.
Porque la danza es más que ritmo y forma:
es un alma librándose de un cuerpo.