14.9.11

Cumbreño, editor

Era sólo cuestión de tiempo. Uno veía venir que José María Cumbreño se acabaría convirtiendo en editor. En parte ya lo fue, al lado de Antonio Reseco en la colección Litteratos de Littera Libros. Un tipo como él, con criterio (remito a su blog) e inquietudes (que no acaban con la escritura de poemas), tenía que fundar su propio sello. Y eso ha hecho. Se llama Ediciones Liliputienses, por aquello de seguir con una de sus obsesiones favoritas. Su primera colección: La Biblioteca de Gulliver. Antes de sacar el primer libro, declaraba que "tratará de ofrecer una muestra de la producción de algunos de los poetas contemporáneos más interesantes de la lengua española. En ella serán los propios autores los que seleccionen los textos que mejor representan el conjunto de su obra.
La elaboración de los cuadernos será totalmente artesanal y las tiradas estarán reducidas a cincuenta ejemplares numerados, lo que sin duda, los convertirá en piezas de coleccionista". Por suerte, soy uno de ellos. Ya tengo encima de la mesa (y bien bonitos que son) Lo demás queda al azar, del mexicano residente en Salamanca Luis Arturo Guichard, y ¿Por qué hay un plato que gira dentro de un microondas?, del ubetense Manuel del Barrio Donaire. Los dos nacieron en los años 70 y son, por tanto, de la misma generación de su editor. Diría más, también de su misma cuerda poética, lo que no deja de ser algo normal. El editor es un crítico. Como cualquier lector, aunque éste no se arriesgue a publicar libros de otros.
He leído ya la primera entrega, la de Guichard (que, por cierto, ya publicó en Litteratos) y me ha gustado. Hay poemas excelentes: "Un libro italiano", "Retrato aéreo", "El camino hacia arriba y hacia abajo", "Ya no hay caminos" o el memorable "El orden de las cosas".
La suya es una poesía de línea clara, irónica y a ratos divertida, bastante prosaica, apta para todos los públicos. Y tan americana como española, lo que empieza a ser también corriente.
Por lo poco que he ojeado del libro de Del Barrio, se ve que hay entre los dos, salvando las distancias, un aire de familia. Ya se dijo que el editor cuenta y más si se apellida Cumbreño. ¡No lo tiene claro ni este hombre!
Sólo queda desear a su pequeña editorial larga vida. Que no termine siendo invisible. Él me entiende.