13.6.11

Versos en el ayuntamiento

Como ya he reconocido en más de una ocasión, tengo la absurda creencia (desmentida a diario) de que las personas que leen (dando a esta palabra su más noble y completa acepción) son distintas de las que no lo hacen y que, por eso, uno se lleva mejor o se entiende más fácilmente con las que tienen esa dichosa manía.
Entre los políticos que nos toca sufrir, lo de leer no se lleva. Me atrevería a decir que en este país, y en general, no se ha llevado nunca. Fuera, poco. A este propósito, se preguntaba el otro día irónicamente la escritora Elena Poniatowska en un artículo sobre Monsiváis publicado en Babelia: «¿No es novela que el expresidente de México Vicente Fox no pueda ni decir el nombre del escritor Jorge Luis Borges y lo apellide Borgues y a la semana añada a guisa de disculpa que "cualquiera puede cometer un lapsus bilingüe"?» La anécdota es significativa. Así son. En cualquier parte. Con pocas excepciones. Mira Aznar, que leía a García Montero. O Zapatero, que lee a Gamoneda.
El pasado sábado llamaron a casa para contarme que, en su toma de posesión como nuevo alcalde de Plasencia, Fernando Pizarro empezó su discurso con unos versos míos dedicados a esta ciudad en la que ambos nacimos y vivimos. Para la mayor parte de los presentes y cuantos lo vieron a través de un canal televisivo local, la cosa resultaría chocante. Para uno, que conoce un poco a Pizarro, no tanto. Quiero decir que la cita no venía forzada: este hombre, sencillamente, lee. Incluso poesía, que es más raro. De ahí el detalle, que le agradezco. Eso sí, a la hora de encomendarse a alguien para ejercer debidamente su tarea, ya no echó mano de poemas de uno o de Gabriel y Galán (con don José María terminó, otro maestro de escuela como Pizarro y yo) sino de la Virgen del Puerto. Cada cosa en su sitio.