17.6.11

Maestros

Ya se sabe que las breves biografías de los escritores que se publican en las solapas de los libros suelen ser siempre las mismas. Por eso es habitual que uno lea que Sciascia (estoy con Muerte del inquisidor) "estudió magisterio en Caltanissetta y dedicó parte de su juventud a la enseñanza" (lo cuenta muy bien Matteo Collura en su libro sobre el escritor siciliano). Cada vez que eso ocurre, siento algo especial. Por simpatía, supongo. Me pasó lo mismo cuando descubrí que Ángel González fue maestro en las montañas de su tierra o, ya puestos, cuando leí acerca de la experiencia de Wittgenstein en las escuelas austriacas, donde trabajó de 1920 a 1926. Una sensación que participa, por un lado, del orgullo de ejercer una profesión digna, noble y humilde -acaso más necesaria que nunca en estos tiempos de tribulación, cambio y desconcierto- y, por otro, de la vergüenza y hasta el complejo de desempeñar un trabajo marcado por su desprestigio social; de no ser otra cosa que un pobre "maestro escuela", una expresión que algunos siguen esgrimiendo como insulto.