18.6.10

Brutus, Hughes, el molino...

Antes de ayer me acerqué al molino a llevar unas cajas con revistas y libros. Fue cuando le vi la herida a Brutus. En el cuello. Grande, sangrante. Con todo, el perro estaba bastante bien. Di el paseo y me acompañó. Ya con cobertura en el móvil, llamé a casa para que fueran a curarle. Ayer volvimos. La herida sigue abierta por lo que no habrá más remedio que recurrir al veterinario. Eso sí, desde que le operamos, no entra en un coche de ninguna manera. Veremos.
Aproveché la tarde -limpia, luminosa- para dar otra vez el paseo por los viejos andurriales de siempre. Esta vez solo. Había gente ocupada con las cerezas. Poco más. La fuente de los alisos tiene más agua que nunca. Y la de la garganta corre limpia y abundante. Daba gloria ver el charco que se forma en el puente de abajo. Por fin, vuelve a ser la misma. Hasta que dure.
Luego, debajo de la parra (creíamos que este año no daría sombra, la poda fue grande), estuve un rato leyendo. Nada más apropiado que la antología de Ted Hughes que ha publicado Bartleby y que ha traducido Xoán Abeleira. El prólogo es excelente. Allí leo el fragmento de un ensayo de Walcott sobre el poeta inglés y al decir: "Su poesía es solitaria y remota", no pude por menos que pensar en la de Ferrer Lerín.
Comparaciones aparte. Acaso impresionado aún con su Fámulo, y por aquello de que los animales y la naturaleza son parte sustancial de la misma. Cuestión de tono, sólo eso. Y quizá de espíritu.
Regué, nos tomamos un té moruno y volvimos a casa. Desde el coche observé despacio el molino y volví a reconocerlo como por primera vez. Tal la fuerza de ese lugar. Eché de menos a Zacarías.