26.1.09

Lecturas dominicales

1. Leí Proleterka y me gustó por eso esperaba con ilusión la nueva salida en Andanzas de Tusquets (lo publicaron en otra colección hace años) de Los hermosos años del castigo, de Fleur Jaeggy. Por supuesto, no me ha decepcionado. Si tuviera que definirla con una palabra, eligiría intensidad. Entre los muros de un internado suizo, apenas un puñado de páginas cubiertas por la nieve de la infancia y "la pureza de los derrotados".
2. Termino El poema envenenado, de Alberto Santamaría con el convencimiento de haber leído un ensayo necesario. No era sencillo abordar, entre otras cosas, una reflexión sobre la poesía a principios del siglo veintiuno. Uno ha aprendido más de una lección. Y, sobre todo, ha disfrutado de lo lindo con ese baño de filosofía y poesía por los cuatro costados.
Pre-Textos acierta de nuevo al publicar tres libros imprescindibles para comprender las poéticas de nuestro tiempo. Además del citado, hago alusión a Poesía sin estatua, de Álvaro García y a Una poética del límite, de Eduardo García, que no he leído aún pero que me atrevo a prejuzgar también como importante. Al tiempo.
3. Ni el título es bonito, ni el autor conocido, ni la edición al cabo primorosa, pero Carlos de las Heras (Santa Cruz de Paniagua, Cáceres, 1949) ha publicado en la colección Complugenia de la editorial Gran Vía (Burgos) un libro conmovedor: Los cabreros. Poemas largos de un sobrio ritmo envolvente y un sereno tono elegíaco donde este pediatra extremeño "de fuera" ha logrado rescatar un mundo que ya no existe. O mejor, que sólo existe en la memoria de los supervivientes que llegaron a conocerlo. Sin alharacas, con las palabras justas, ha sido capaz de mostrárnoslo y uno, siquiera por unas horas, ha podido volver a él. Y, gracias al poder la lectura, lo ha vivido.