19.1.09

Garganta

Vamos al molino cada vez menos. Ayer, con todo, pasamos el día allí. Cuando llegamos, el termómetro del salón marcaba una temperatura de 2 grados. Con las dos chimeneas encendidas, el brasero y el radiador, al poco rato aquello acabó convirtiéndose en un sitio habitable. Después de comer (paella, of course), aproveché para dar el paseo "largo". No hacía demasiado frío pero la niebla, muy baja, daba a aquellos contornos un aspecto gris y helador. Caía una lluvia muy fina. Comprobé en el puente de abajo lo que luego volví a ver en el de arriba y que ya había visto en los otros dos que atravesé, incluido el del propio molino: que la garganta del Obispo ha perdido casi todo su caudal y ya no es ni sombra de lo que era, sobre todo ahora, en invierno. Su imponente sonido es sólo una canción del recuerdo. Sus aguas blancas y turbulentas, apenas unos versos perdidos en algún rincón de mis poemas.
Achacamos la misteriosa desaparición a unas obras para ordenar el riego -realizadas con fondos europeos por valor de casi 900.000 euros- que han llenado de alcantarillas los alrededores. Y, con ellas, al depósito modelo PTP (Plaza de Toros Portátil) que instalaron al lado del puente de arriba. Si algún ecologista de por aquí dejara por un momento sus cosmopolitas preocupaciones por los glaciares alpinos y por el hielo fundido en los polos y le prestara un poco de atención a este hecho, a lo mejor sacábamos algo en claro. Es muy triste, en fin, ver un lento hilo de agua donde antes había un rápido torrente que daba gloria verlo y oírlo.
Cada vez vamos menos al molino. Y uno sabe porqué.