26.11.08

Ángel, artículo de El Periódico

Ángel

Álvaro Valverde

La última vez que vi a Ángel fue en Badajoz, en la entrega de los premios Extremadura a la Creación, el que sería sin yo saberlo mi último acto público como director de la Editora Regional. Los dos estuvimos en el vino de honor el tiempo justo. Él estaba hablando con Susi Covarsí y, tras saludarla, salimos juntos. Se ofreció a llevarme en su coche hasta el mío que estaba aparcado cerca de la librería Universitas. Al entrar en su coche, vi unas pastillas y bromeé sobre ello. Me dijo algo de unos recientes problemas de estómago. Le había visto, es verdad, más delgado. En los últimos años, Ángel adelgazaba y engordaba con facilidad así que no le di importancia. De vuelta a casa, recordaba nuestra larga amistad y me felicitaba en silencio por el detalle de acompañarme. Le había comentado, a propósito de su vuelta a la ciudad después de los años lisboetas, que no iba a encontrar muchos cambios: a mi modo de ver, en poco tiempo habíamos retrocedido más de veinte años. Esto te será familiar, le dije. Están las mismas personas en los mismos sitios. Él asintió.
Desde esa noche, me llamó varias veces para interesarse por mí y por mi nueva vida tras la destitución. Estaba a mi lado en Almendralejo, durante el fallo de los premios literarios, cuando la consejera se dirigió a mí y delante de todos los asistentes a la cena dijo aquello de: “Álvaro, estamos en el buen camino”. Menos mal.
Conocí a Ángel, personalmente, en Zafra, a principio de los ochenta. En una lectura organizada por Josemari Lama y Luciano Feria. Ninguno de los cuatro –puedo sumar a otro Lama, Miguel Ángel- hemos vuelto a separarnos. Junto a otros escritores, hemos hecho lo posible y lo imposible por modernizar la literatura escrita aquí. Por ponerla en hora. Con él casi siempre a la cabeza. Desde la Asociación de Escritores, por ejemplo. La creación de las Aulas Literarias, con su original componente educativo, basta y sobra para demostrar su valía. Me pidió que le acompañara en la aventura de la antología Abierto al aire y también estuve con él cuando se decidió a fundar, junto a Diego Doncel, la revista hispano-lusa Espacio/Espaço escrito. La misma que él solo ha mantenido contra viento y marea.
Le admiré siempre como agitador cultural, sí, pero más como poeta. Para mí sus libros capitales son el primero y el último, La ciudad blanca y Semillas en la nieve. Qué dolor, por cierto, el día que enterramos a su madre, Paula Pámpano, en San Vicente.
Sin sus traducciones de poetas portugueses contemporáneos, los poetas españoles de mi generación, y de las siguientes, no hubiéramos sido los mismos. Para peor, digo.
Como editor también acertó. Publicando, pongo por caso, obras de Gonzalo Hidalgo Bayal, un escritor hoy en boca de todos.
Me quedo con un recuerdo. En el balcón de su piso de Mérida. Yolanda nos hace unas fotos para la solapa de Abierto al aire. Nos miramos a los ojos y nos reímos. Uno, ay, le quería.

Aquí.