18.6.05

El brazo eclesiástico

Hay que reconocer que el talante de la Iglesia extremeña, representada por el arzobispo de Mérida, Santiago García, y los obispos de Cáceres y Plasencia, Ciriaco Benavente y Amadeo Rodríguez, respectivamente, es digno de elogio. A pesar de que ocupa desde hace casi un año la sede que dejara vacante el recordado Antonio Montero, poco sabemos de D. Santiago (salvo que tuvo que rectificar unas indiscretas declaraciones de Floriano). Con todo, este síntoma de discreción abunda en lo que acabo de afirmar. Por suerte, no sigue la estrategia de otros compañeros de la Conferencia Episcopal, especialistas en opinar de todo y casi siempre para mal.
Lo cierto es que hasta ahora las relaciones institucionales entre la Junta y la Iglesia no han podido ser mejores. Buena parte del éxito de ese cordial entendimiento habrá que atribuírselo, qué duda cabe, a la excelente sintonía personal entre el presidente Rodríguez Ibarra y el mencionado monseñor Montero. Pero eso no basta. Creo que los socialistas extremeños (entre los que hay creyentes) han entendido perfectamente que los ciudadanos de esta región tienen en ese terreno convicciones y prácticas muy arraigadas que no sería deseable perturbar y, sin abdicar de las suyas (coincidentes o no con las del resto, que de todo hay en la viña del Señor), han respetado, ya digo, las de los católicos. En la misma dirección, por cierto, de lo que ha venido haciendo el PSOE desde la Transición, en especial durante los sucesivos gobiernos del anatemizado Felipe González, que tuvo que tomar no pocas de las decisiones que permitieron a la Iglesia española reconducir sus pasos desde el apoyo incondicional a la dictadura de Franco (y la unión Iglesia-Estado) hasta el decidido respaldo a la monarquía democrática legalmente establecida. Todo sin perder su tradicional protagonismo histórico. Así, volviendo a esta tierra, ha sido posible, y sigue siéndolo, que alcaldes y ediles socialistas asistan a misas, acompañen procesiones y protagonicen romerías. Más allá, la misma fiesta autonómica se estableció el 8 de septiembre por ser el día en que se conmemora la festividad de la patrona de Extremadura, la Virgen de Guadalupe. Y en Guadalupe, en la recuperación del más claro símbolo de las creencias religiosas de los extremeños, tienen éstos cifradas sus esperanzas, para que de una vez por todas se repare ese agravio incomprensible que permita que ésta pase a formar parte de la diócesis de Plasencia. Después de años de gestiones ante el Vaticano (de las que podría escribir un libro don Amadeo), ésta será una de las primeras pruebas de fuego del nuevo arzobispo que, con la cautela debida, ya ha mostrado su apoyo a la causa.
Ante este panorama, costaría trabajo creer que las tensiones generadas desde la Conferencia (más propias de Rouco que de Blázquez), llegaran a afectarnos y, sin embargo, puede que acaben haciéndolo.

Uno, por más que se empeñe, no ve persecución por ninguna parte, ni ataques contra nada ni nadie, sino escrupulosa observancia del Concordato y máximo respeto por lo que de verdad importa: la libertad de culto. Sí, porque la religión es, antes que nada, una práctica privada y, por tanto, distante de las tareas de gobierno y de sus políticas, muchas de ellas, por cierto, de clara inspiración cristiana. Lo de Dios y lo del César, ya saben.
Hablo a título personal, como siempre, pero con cierto conocimiento de causa. El que me da haber recibido algunos sacramentos, haber sido educado durante diez años en un colegio religioso, pertenecer a una familia católica, tener un hermano sacerdote y seguir asistiendo, cada poco, a funerales, bodas y bautizos, todo lo cual no obsta para que me confiese agnóstico.

En este sentido, uno ve a la Iglesia oficial alejada de la realidad social (algo que en Extremadura puede que ocurra menos); conservadora en extremo; incapaz de comprender nuevas ideas (ah, los signos de los tiempos), nuevos problemas (el sida, el control de la natalidad, la investigación genética) y nuevos derechos (ay, el prójimo); instrumentalizada a veces por organizaciones sectarias (de dentro y de fuera) y presa, en fin, de tertulianos y gacetilleros que braman desde medios de comunicación (propios o afines) proclamas de odio y no mensajes de paz.

Me hubiera gustado que la jerarquía católica hubiera animado a los ciudadanos a echarse a la calle para protestar por la guerra de Irak (y eso que el Papa la condenó) como les ha pedido que se movilicen hoy contra la unión (voluntaria) entre homosexuales. No es poco, ya lo sé, que ninguno de los obispos extremeños se haya desplazado a Madrid para secundarla. Otra clara señal de lo que vengo diciendo.
Sin poner en cuestión su derecho a hacerlo, lanzarse a las calle es un despropósito que una Iglesia responsable (con siglos de vida y de cultura a sus espaldas) no se debería permitir. Para eso están los impulsivos pancarteros conversos.

(HOY, 18 de junio de 2005)