En el esmerado prólogo –“La casa en llamas”– que Gómez Toré pone al
frente de esta antología, el traductor se pregunta por la pertinencia en el
siglo XXI de la poesía de Bertolt Brecht (Augsburgo, 1898-Berlín, 1956). Sobre
todo por lo que esta tiene de política, un tópico que arrastra, se haya leído o
no. Su autor, en efecto, fue un convencido comunista, más materialista que
marxista, un revolucionario anticapitalista que acabó viviendo en USA, fervoroso
seguidor de la dialéctica, que, digámoslo sin ambages, mantuvo en pie su
ideología (en la práctica, y por momentos, decididamente siniestra) hasta el
final de su vida. Partidario, por resumir, de que “lo primero es zampar,
después, la moral”. Walter Benjamin opinaba que se proletizó a causa del
nazismo. Pero no, no es política todo lo que reluce en estos versos o no
siempre doctrinal lo que expresan, aunque nunca perdiera de vista su carácter
histórico ni un deliberado didactismo de impronta horaciana (léase “Elogio del
aprendizaje”), consecuencia de su firme creencia en la utilidad de la poesía: “Porque
elogié lo útil, aquello / Que en mi época se consideró innoble”.
Si una antología de su obra poética exige más de ochocientas páginas (mil
quinientas ocupa su poesía completa), está de más dudar de su variedad, tanto
de tema como de tono. El cambio para él, explica GT, era “la sustancia misma de
la vida”.
Por otra parte, y al hilo del interrogante del editor, habría que añadir
a la cuestión otra variable, en torno a la recepción de su poesía en España. La
de un “desconocido”, indicaba Miguel Sáenz en 1998. La de alguien de quien sólo
se conoce un poema que, para colmo, no es suyo.
Si repasamos la bibliografía que GT cita, destacaremos las aportaciones
de López Pacheco y Romano (Alianza, 1968), las de Forés, Munárriz y Talens
(Hiperión, 1998) y Poemas del lugar y la circunstancia, de Muñoz
Millanes (Pre-Textos, 2003) que fue, por cierto, la que a uno le reconcilió con
una poética que hasta ese momento había rehuido. Porque la política era,
precisamente, hasta entonces la línea marcada por quienes presentaban (en pleno
tránsito a la democracia, no se olvide) sus versos en español. “Están cambiando
los tiempos”, cantaba Luis Pastor. Y Bob Dylan, incondicional de Brecht.
Sin embargo, esta magna empresa que comentamos es otra y puede ofrecer al
lector, esta vez sí, una visión de conjunto lo suficientemente amplia como para
calibrar con rigor el alcance de la poesía del alemán, que fue, sin duda, un poeta
genuino. Por voluntad propia, cabe añadir. A pesar de que para el público es, más
que nada, un conocido dramaturgo, el sagaz, polémico crítico Reich-Ranicki lo
dejó claro: “quedará de Bertolt Brecht ante todo la lírica”. Es probable.
“De circunstancia”, la califica su editor, pues la usó a modo de diario (lo
que no obsta para que muchos poemas estén interpretados por un personaje
poético, real o no, que es y no es él mismo) y vertió en ella, no siempre con la
exigible excelencia, cuanto pasó por su intensa vida y, cómo no, por su privilegiada
cabeza: vivencia y pensamiento. Eso sí, con “frialdad”, previo rechazo del
sentimentalismo y de cualquier vestigio romántico ya que su pretensión era
“aunar lo racional y lo emocional”. Villon fue su poeta preferido (léase “Sobre
François Villon”).
Subraya también GT su modernidad, que basa en su rechazo de la poesía
alemana de su época (expresionismo mediante) y de los maestros, Rilke el
primero. Brecht no distingue entre baja y alta cultura, otro rasgo tal vez de postnovedad.
A uno le parece que, aparte de por su inesquivable toque irónico, donde mejor
se aprecia es en su defensa de lo urbano, entendiendo por tal lo que no es
naturaleza (si acaso jardines) y sí ciudades y fábricas y obreros y mercado y
publicidad y prisa, mucha prisa: “Yo, Bertolt Brecht, arrojado a las ciudades
de asfalto / Desde los negros bosques, dentro de mi madre, hace tiempo”. Según
Benjamin, fue “el
primer lírico importante que tiene algo que decir acerca del hombre de la
ciudad”. Moderno, además, por su provocador afán de malditismo y marginalidad. Y
por ser antibelicista en pleno siglo XX, al tiempo que un conspicuo
prosoviético.
El editor organiza la antología (de la que ha sido
copartícipe quien la ha cuidado: Jordi Doce), cronológicamente, en cinco
partes: “Primeros poemas (1916-1925)”, “Los años berlineses (1925-1933)”,
“Primeros años de exilio (1933-1938)”, “Los años de la guerra (1939-1945)” y
“El regreso (1945-1956)”. En cada sección, poemas de sus libros (por orden de
aparición) Canciones para guitarra de Bert Brecht y sus amigos, Salmos,
Devocionario del hogar, Sonetos de Augsburgo, Del libro de
lectura para habitantes de las ciudades, Sonetos, Sonetos
ingleses, Poemas chinos, Estudios, Poemas de Svendborg,
Colección Steffin, Elegías de Hollywood, Poemas en el exilio,
Canciones para niños, Elegías de Buckow y poemas de La venta
de latón.
Y ahí, numerosas canciones y baladas (de raíz plebeya
y aire medieval, no pocas fueron a parar a sus obras dramáticas: Baal, Madre
Coraje y sus hijos…), poemas de amor como “Recuerdo de María A.” (y eróticos
y pornográficos), políticos (un ejemplo: “Balada del consentimiento”), pacifistas
(“Leyenda del soldado muerto”), hermosas versiones de otros escritos por poetas
chinos, contra Hitler (“pintor de brocha gorda”), sobre exiliados, emigrantes y
desterrados (fugitivos y supervivientes como él), sobre lugares (donde mejor se
aprecia su faceta, digamos, diarística), sobre el teatro (“Sobre el teatro
cotidiano”, “El atrezo de la Weigel”…), su ateísmo (a pesar de que su libro
favorito era La Biblia), las mujeres (un asunto que, por su presunta
misoginia, le señala como objetivo de la cultura de la cancelación)…
Hombre de teatro (“para fumadores”, esto es, para el pueblo
llano), el habla estaba en el centro de sus preocupaciones como escritor
comprometido. La asociaba al gesto (Gestus, que GT analiza). En busca de
la naturalidad, algo tan poco teatral. Prefería el “habla cotidiana”. En
los mejores momentos, brilla en sus poemas un “tono seco”, esa precisa concisión
que caracteriza a lo epigramático, tan de su gusto.
Es posible que Brecht sea un poeta de antología. Que haya en ingente obra
poética piezas prescindibles. Lo que sí sé después de leer este libro (notas
incluidas) es que fue autor de un puñado de poemas imprescindibles (“De todas
las obras”, “La emigración de los poetas”, “La época de mi riqueza”, “Visita a
los poetas desterrados”, “Garden in progress”, “Placeres”…) que
justifican este regreso a la actualidad por encima de sus ideas y de las modas.
Sólo una pega cabe poner a la impecable traducción de Gómez Toré: que las
canciones, no pocas cercanas a nuestros romances de ciego, rimadas, pierden en
español la sonoridad del original. Pero mantener eso era casi imposible, aunque
se aprecie, no obstante, en las canciones infantiles que la muestra recoge.
A modo de poética, este par de versos: “Y siempre creí que las palabras
más sencillas / Deberían bastar”.
No pudimos ser amables
Antología poética (1916-1956)
Bertolt Brecht
Edición bilingüe de José Luis Gómez Toré
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2023. 816 páginas. 33 €
NOTA. Esta reseña se ha publicado en el número 149-150 de la revista TURIA.