15.5.18

Koch

Kenneth Koch
Kriller71 Ediciones, Barcelona, 2016

A falta de libros concretos, por fin contamos en España con una antología de los poemas de Kenneth Koch (Cincinnati, 1925–Nueva York, 2002), miembro de la denominada «Escuela de Nueva York» junto a poetas más conocidos entre nosotros como John Ashbery y Frank O’Hara. La edición bilingüe, seleccionada y traducida con solvencia por Silvia Galup y Aníbal Cristobo, reúne poemas de sus libros Thank You and Other Poems, The Pleasures of Peace and Other Poems, The Art of Love, The Burning Mystery of Anna in 1951, One Train, Straits, New addresses y A possible world. El prólogo es de Jordi Doce, buen conocedor de ese “laberinto o puzle” llamado «poesía estadounidense contemporánea». En su brillante introducción alude al “sentido del humor e ironía camp” de Koch; a su lucha contra la “pedantería académica y la tontería solemne”; a su firme posición frente al poema “anodino” o “aburrido” con “tufo a experimento de laboratorio”. Fue un excelente profesor universitario, aunque detestara el engolado ambiente académico. Tuvo en cuenta a los niños, primeros lectores, y estuvo “obsesionado con los procesos de escritura”. Entre sus maestros, Whitman. Como Ashbery, sentía nostalgia por la América de los años 30 y 40, la de su infancia, señala Doce. La Segunda Guerra Mundial fue para él “una experiencia traumática”. Le persiguió siempre el “perro negro” de la depresión. Fue, en fin, “un poeta precoz y un escritor tardío”. Tenía 37 años cuando publicó por primera vez. Su lírica es desenfadada, espontánea en apariencia, narrativa, de tono conversacional (aunque meditativo), de clara naturalidad, imaginativa como sólo puede serlo la de alguien que ha leído a los surrealistas, llena de exclamaciones (muy whitmiana). El extenso y lúcido poema “El arte de la poesía” bastaría para justificar esta edición. Magistral (en más de un sentido), un modelo de composición, sirve de paradigma para comprender la poética de Koch. El “poema sobre la escritura” ocupa quince páginas. En él cuenta su primer viaje a Europa a sus amigos neoyorkinos. De forma atropellada a veces, con encabalgamientos bruscos y una puntuación particular, con un ritmo, en suma, acompasado a su talante vital. Bloom se refirió a su “tumultuosidad”. “Destino” es otra obra maestra. Aquí, que conste, cada poema es un mundo y como tal está concebido.
Poemas excelentes son, entre otros, “Un tren puede ocultar otro” (donde aflora de nuevo la metapoesía), “Hablando con Patrizia” (o el amor: “Ni la muerte ni la enfermedad / Es tan malo como el amor”), la serie “Sobre estéticas”, los poemas de Straits y las dedicatorias (“A mis veinte”, “Al cansancio”, “A mis cincuenta”) de New Addresses.
Los últimos poemas son luminosos también, como los diecinueve de “Roma non basta una vita”. Dolce, cabría añadir.