2.5.18

Fran Amaya en la Editora

La Editora, como recordó con gran sentido de la oportunidad José Luis Bernal en Miajadas hace unos días, ha sido, es y será la joya de la corona de las letras de Extremadura. Ha estado en el origen de su resurgimiento (tal vez sobre el prefijo) y su creación fue tan benéfica como sustanciosa para todos los que escribimos en esta tierra o nos sentimos parte de ella. No hace falta hacer ahora el balance que cualquier persona medianamente informada y con memoria tiene en su cabeza. Ahí está su catálogo, lo que de verdad importa. Digo esto porque el reciente cambio en su dirección apenas si ha ocupado unas pocas líneas en los periódicos. Eso demuestra que la sociedad extremeña está muy alejada de algo que durante algún tiempo estuvo en el centro, digamos, de sus preocupaciones. Tampoco es necesario analizar por qué hemos llegado a este punto. Los extremeños interesados por los asuntos culturales sabrán sacar sus propias conclusiones. De hecho, ya las habrán sacado. Lo fundamental, según creo, es que la institución continúe y, a ser posible, vuelva a la senda que la llevó a ser grande, siquiera fuera desde la modestia. Para eso, entre otras cosas, han nombrado a Fran Amaya. 
Nació en Villalba de los Barros hace treinta y ocho años, es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Extremadura y, para atender a sus nuevas obligaciones, ha dejado su plaza de profesor en un instituto de Fuente del Maestre. 
Cuando un amigo me adelantó su identidad, poco antes del nombramiento oficial, le dije que no me sonaba. Apenas unos minutos después, me desdecía. Tras la publicación de mi artículo "¿Cuándo se jodió la cultura en Extremadura?", Amaya me escribió una emotiva carta. Se ve que tiene criterio. No es poco. 
Por todas partes me llegan opiniones favorables. Me alegro. Somos conscientes del delicado momento político de su aterrizaje, a un paso de nuevas elecciones, aunque la Editora debería estar por encima de tales coyunturas. Ojalá, ya dije, logre encontrar el camino que conduce a la solvencia. Le deseo lo mejor y, por eso, mucho temple. La mejor ayuda la tiene a mano.
He quedado con él dentro de unos días. Será, a buen seguro, una conversación sustanciosa. Por lo pronto, bienvenido.