13.1.18

Una obra abierta

En el (re)surgimiento cultural que tuvo lugar en Extremadura a finales del siglo pasado, un hecho singular e inédito en una tierra tradicionalmente tomada por la incuria, se conjuraron, como es lógico, distintos factores. Por un lado, la recién estrenada Autonomía y la aprobación de su Estatuto. Y ahí, la presencia de un presidente y de unos gobiernos que situaron entre sus objetivos políticos fundamentales el desarrollo de la cultura en sus diferentes ámbitos. El de la lectura y las bibliotecas, por ejemplo, una prioridad entonces ineludible. O, ya en el territorio artístico, con la creación, pongamos por caso, del Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC). Si bien lo público fue (y sigue siendo) garante de nuestro progreso en materia de cultura, no es menos cierto que, aunque pequeña, la iniciativa privada también ha contado (y cuenta) en esa paulatina transformación, ralentizada en los últimos años a consecuencia de la crisis, sin duda, pero también por un cambio de perspectiva en lo que a las preferencias respecta. No deja de ser loable que en una región pobre, y no sólo en lo material, se haya trabajado con tanta firmeza a favor de la cultura.
Uno de los proyectos que contribuyó a consolidar en el resto de España nuestra normalización cultural surgió aquí, en Plasencia, una pequeña y levítica ciudad de provincias, de la mano de una de aquellas Cajas de Ahorros y Monte de Piedad de feliz memoria, con el mismo nombre del lugar donde nació, reconvertida más tarde en Caja de Extremadura. Me refiero al Salón de Otoño, que toma su rótulo del famoso Salon d'Automne fundado en París por el belga Jourdain en 1903 y que dos años más tarde conseguía su primer éxito gracias a una exposición que dio a conocer el fauvismo; un ismo con Matisse a la cabeza. Más allá del guiño histórico, sin pretensiones y con la debida modestia, el Salón placentino fue creciendo desde lo local hasta lo universal, que es el camino que suelen tomar las empresas destinadas a permanecer en el tiempo. Dije humildad, algo que no está reñido, téngase en cuenta, con la necesaria ambición que, como a nadie se le oculta, debe estar basada en el rigor. Y en el criterio, claro está. Para llevar a cabo sus fines, y porque el formato del Salón era de concurso, los competentes organizadores (con Santiago Antón al frente) contaron con sucesivos jurados que fortalecieron su prestigio y supieron seleccionar excelentes obras ganadoras. Nombradía avalada con una generosa dotación económica, tanto para premiar las citadas obras como para adquirir otras que, si bien no consiguieron la más alta distinción, sí gozaban de la calidad necesaria. Este es un asunto capital a la hora de comprender el alcance de cuanto ahora se pretende con la creación de un Centro de Arte Contemporáneo en el que, además de reunirse los fondos a que aludo (propiedad de la Fundación Bancaria de la antigua Caja, ahora Liberbank) en una exposición permanente, se persigue impulsar el arte, en cualquiera de sus manifestaciones, de la pintura a la escultura pasando por el vídeo o la fotografía. Defienden sus promotores, que su función principal no será, en consecuencia, “la de legitimar obras o artistas ni, tampoco, la de hacer o adelantar el juicio de la historia, pues lo que distingue a este tipo de centros de los museos es su irrenunciable tarea de incentivar y difundir la creatividad artística de nuestro tiempo. Ni un museo ni, menos aún, un centro de arte contemporáneo se deben concebir como meros contenedores de obras de arte, sino lugares de producción y generación de propuestas de creadores actuales como de investigación y estudio de las prácticas artísticas contemporáneas. Es, pues, necesario un concepto dinámico de museo basado en el tejido social que lo sustenta, comprometido con la información y la educación sobre los lenguajes y discursos contemporáneos, y que esté en continua comunicación con otros tipos de instituciones culturales”. Este trayecto habrá de ir otra vez de lo particular, Plasencia (de ahí la importancia de que sea el Ayuntamiento de la ciudad quien, tras un primer impulso de la sociedad civil, tome las riendas), hasta lo general, sin poner límites o fronteras a este concepto. Si por algo se caracteriza el arte moderno es por su condición de “abierto”, en el sentido que dio al término Umberto Eco en su libro Opera aperta. Obra abierta, sí, porque las interpretaciones de ese cuadro, escultura o imagen son múltiples, tanto o más para el espectador que la contempla que para quien la concibió, bajo una determinada concepción, en origen. “La obra de arte es un mensaje fundamentalmente ambiguo, una pluralidad de significados que conviven en un solo significante”, escribió Eco. “Obra abierta como proposición de un campo de posibilidades interpretativas, como configuración de estímulos dotados de una sustancial indeterminación, de modo que el usuario se vea inducido a una serie de lecturas siempre variables”. Y seguía: “De aquí la posibilidad –por parte del usuario– de escoger las propias orientaciones y los propios vínculos, las perspectivas privilegiadas por elección, y entrever, en el fondo de la configuración individual, las demás identificaciones posibles. (…) De aquí la función de un arte abierto como metáfora epistemológica: en un mundo en el cual la discontinuidad de los fenómenos puso en crisis la posibilidad de una imagen unitaria y definitiva, ésta sugiere un modo de ver aquello en que se vive, y, viéndolo, aceptarlo, integrarlo a la propia sensibilidad”.
Como se destaca en el proyecto concebido por Santiago Antón, Julio Pérez, Sebastián Redero, Gonzalo Sánchez-Rodrigo, Esther Sánchez y Juan Ramón Santos, la creación del Centro de Arte Contemporáneo de Plasencia dotaría a esta ciudad de un espacio cultural “donde se expondría de forma permanente una colección de fondos artísticos procedentes de la Fundación Bancaria Caja de Extremadura. Se favorecería, además, una actividad multidisciplinar en torno a las artes plásticas y el acceso a las nuevas formas de expresión artística, completándose con exposiciones temporales e individuales. La programación sería transversal e integrada dirigida a todos los públicos para conectar con los visitantes y, por encima de todo, crear y fomentar hábitos de consumo cultural, un reto difícil y a largo plazo”. Para ello, se propiciaría la promoción y organización de actividades paralelas, entre ellas un programa educativo, talleres, cursos y jornadas de debate, así como la apertura de una biblioteca-centro de documentación.
Resulta chocante que entre la ciudad de Cáceres, donde se ubica el Centro de Artes Visuales Fundación Helga de Alvear, y la de Salamanca, donde está el DA2 (Domus Artium 2002), no haya ningún centro de arte contemporáneo digno de mención. Más si tenemos en cuenta la extensa vocación cultural de la ciudad del Jerte. 
Con no ser poco, la exposición Trazos del Salón. Una obra abierta pretende ser mucho más que la simple muestra de unas obras dignas de ser disfrutadas. Aspira a poner la primera piedra de un edificio artístico basado en la excelencia. A echar redes. A abrir una de esas simbólicas puertas que a uno se le antojan dibujadas por Salvador Retana en el logo del proyecto. Un Centro en la periferia, que hace mucho que dejó de ser esa parte alejada donde reina el desierto.

Nota: Este texto figura en el catálogo de la exposición Trazos del Salón. Una obra abierta que se inauguró ayer con gran afluencia de público y que puede ser visitada hasta el 28 de enero en el claustro alto del Centro Cultural Las Claras de Plasencia.