1.12.17

Dos de Venezuela

De Yolanda Pantin (Caracas, 1954) publicó Pre-Textos su poesía reunida en 2014 bajo el título País; una obra, por cierto, que me pesa no conocer. 
Tras ganar el premio 'Casa de América de Poesía Americana', aparece, chez Visor, Lo que hace el tiempo. En el jurado, Luis García Montero, el editor Jesús García Sánchez, Juan Malpartida, Jorge Galán, Santiago Miralles y Anna María Rodríguez Arias.
La poesía de Pantin es escueta, esencial. Muy pensada, según creo. Va a lo sustantivo y, por eso, tiende a la sugerencia. Puede que a veces esa sobriedad linde con cierto hermetismo, aunque tal vez ahí radique lo misterioso. A uno, ese proceder le recuerda, salvando todas las distancias, al de otras poetas hispanoamericanas como Ida Vitale o Blanca Varela, de la sección contenida de la plural lírica ultramarina.
Destaca en esa parquedad, como es obvio, su lenguaje. Ceñido, ya se dijo, que va al grano. Eso no obsta para que se recree en anécdotas o rememore recuerdos. (El tiempo es asunto principal. Su paso. "Yo veo el paso del tiempo como una bella ficción", ha dicho Pantin.) Para que evoque a su padre o a su madre. O que use, en ese acercamiento sentimental, palabras tan familiares como ese ámbito, por más que al desavisado lector español le resulten exóticas. Ah, esa lengua común...
Me han gustado especialmente la primera parte, de puro diáfana ("Descanso", "Mudanzas", "La maravilla"), y la cuarta, donde reflexiona acerca de la poesía y en la que encontramos poemas tan logrados como "Testimonios" (con Adrienne Rich al fondo: "El poeta: un lector"), "Escribir" o "Arrogancia". Pero hay poemas estupendos en otras partes, como "Paisajes", "En el transporte colectivo...", "Deriva", etc.
"La poesía / es una manifestación / y en lo que pueda / sin remedio, brota", escribe Pantin. Es el caso. Y con qué hondura.

Al venezolano Igor Barreto (San Fernando de Apure, 1952) lo descubrimos a través de su libro Annapurna. La montaña empírica (Fábulas de un funcionario). Luego reseñamos su poesía completa, El campo / El ascensor,  en "Viaje a Barreto", cuando también Pre-Textos, qué casualidad (nótese la ironía), publicó con acierto esa poesía reunida
Bartleby Editores incluye ahora en su catálogo El muro de Madelshtam. No es un libro complaciente. Es duro, sí, como la situación del país natal de Barreto, a la que tampoco Pantin se sustrae en sus versos. Es imposible. Si tuviéramos que resumir su contenido con una palabra, sería "pobreza": "Vive tranquilo y consolado / en la pobreza opulenta, en la miseria poderosa", dice Osip Mandelshtam en sus Cuadernos de Voronezh. Comienza precisamente con un relato donde se narra el encuentro del sujeto poético (alter ego de Barreto) con el citado poeta ruso. O con alguien que dice ser él. Un “hombre alto, muy melancólico, que decía llamarse: Osip Mandelhstam”. Y quién se pone a discutir eso en medio de una favela. En el gueto Ojo de Agua, en la zona llamada Monterrey. Con un lenguaje desabrido y poderoso ("total vivimos en Caracas: / la capital del rencor"), Barreto levanta, con modos de crónica y hasta de reportaje, una historia cimentada en la poesía. Más sólida que las precarias casitas de zinc, para vidas no menos frágiles, que allí se construyen. Le ayudan otras voces que se suman a la de M. y a la del mentado personaje que cuenta y canta.
Leemos: "¡escúchame!: / somos copias de vida extrema". La imaginación prima, en "Repentina nevada", por ejemplo. La emoción es inevitable. En "Kelver Cordero", pongo por caso, uno de los muertos a los que Barreto (un homenaje al Spoon River de Edgar Lee Masters) pone su estela. "La muerte es la maestra de Caracas", dice parafraseando a Celan y su poema "Fuga de muerte". Y Venezuela, un personaje más. En "Posible comienzo" o "Sobre la utopía (en Venezuela)". Y siempre el lenguaje como clave para comprender la realidad y para desenmascarar la mentira. "Esto que somos no tiene remedio", se lee. En medio de la basura ("Hombre basura"), otro elemento esencial de esta trama. En medio de la violencia.
Tras una breve narración acerca de la experiencia del poeta con presos en una cárcel de Caracas, llegan unos pocos poemas más amables, donde podemos al fin reconciliarnos con la vida. Otra, la misma.