22.12.17

Desvelos de Victoria León

La Isla de Siltolá cuenta con una colección para los libros de aforismos que lleva, por cierto, ese mismo rótulo. En ella hay incluso una antología editada por el poeta y aforista León Molina, Verdad y media. Antología de aforismos españoles del siglo XXI (2001-2016). Ya he dicho alguna vez que no debo ser un buen lector del género. Más por la avalancha, no en vano se ha convertido en moda, que por otra cosa. Desconfío, sí, de este tipo de obras en las que, sin duda, encuentro no pocas veces destellos de inteligencia y hasta de genialidad. Con ese ánimo me enfrenté a Insomnios, de Victoria León (Sevilla, 1981). Su nombre me resultaba, cómo no, conocido. Por sus traducciones (de Wilde, Ruskin, Pepys o Chesterton) y por sus reseñas. Traducciones, a veces, a cuatro manos, con Luis Alberto de Cuenca, del que editó una antología de poemas para Renacimiento. En Clarín, por ejemplo, o recientemente, ya se anotó aquí, en Anáfora.
Aunque en el florilegio de Molina que he citado más arriba ya estaban algunos aforismos suyos (y en Bajo el signo de Atenea, de Manuel Neila), esta es su ópera prima, si bien, como señala el prologuista, Javier Salvago (autor de Hablando solo por la calle, publicado en este misma colección), era fácil sospechar que había una escritora "tímida, pudorosa, secreta" detrás de su labor crítica y de traducción. La califica de "rara", algo que, en el mejor sentido y como elogio, se aprecia mejor después de leer estas sentencias. Subraya Salvago una de ellas: "Todo libro de aforismos tiene algo de tímida autobiografía", algo que viene a justificar que en estas páginas se mezclen la literatura y la vida; caminos, sí, que aquí "no se bifurcan". Como "pesimista moderada", en fin, la define. Desde luego estos pensamientos no son los de una optimista o una ilusa. Si por algo me gustan es por su carga de razón, de sensatez. Por su elegancia intelectual. Por su lucidez y su elocuencia. Por su clasicidad. Porque cita con naturalidad en latín (y no traduce, a la espera de un lector culto), y a Heráclito. Porque abomina de los "fríos" sin que su pasión la delate. Por frases así: "Todo lo verdadero es silencioso", que suscribiría Pablo d'Ors. Por su melancolía: "En el agua de las fuentes antiguas se leen crónicas de la melancolía". O: "A los rincones más secretos de muchos lugares solo se entra por la puerta de la melancolía". Por su tristeza, que es una voz: "Hasta el mayor desalmado puede sentir rabia, miedo, angustia o frustración. Tristeza, en cambio, no. La tristeza no está al alcance de cualquiera". Por su condición de solitaria: "Siempre sentimos en soledad". Por sus realistas reflexiones sobre el amor. Por su ironía, su "debida distancia" y sus gotas de humor. Por sus paradojas. Porque no sobreactúa. Por la poesía, que la delata: "Qué difícil oír lo que dice la lluvia". O: "Los cisnes saben versos de Rubén Darío". Y: "Qué extraña belleza hecha de nada y de silencio encontramos en la nieve".
Al leer, por el tono (que es el estilo), he recordado otro libro de aforismos que comenté en su día, me refiero a Bajas presiones (Trea), de la asturiana Azahara Alonso. No es casualidad que ambas sean mujeres. Alguno de estos aforismos no podría haberlos escrito un hombre. Al menos éste. No hace falta explicar el porqué.
"Hay que vivir hacia dentro para tener algo pertinente que contar fuera", escribe. Se nota. Lo que de vida interior hay aquí, quiero decir. Qué buen principio.