28.10.17

Carta de Salamanca

La tarde era veraniega y casi perfecta. Según costumbre, conducía con la radio puesta. Cambiando de emisora en función de las interferencias. En medio de un paisaje abrasado por culpa de la sequía. Al entrar en Salamanca, se confirmó lo peor: Puigdemont se negaba a convocar elecciones. Hablé solo. Vamos, lancé algunos insultos en voz alta. Me disgusté. En mi ignorancia, había atisbado una pequeña luz al final de este largo, agobiante túnel. Tras dejar el coche en el garaje habitual, fui dando un paseo hasta el Palacio de Anaya, sede de la Facultad de Filología. Paré en el Novelty a tomar un café. Ah, las rutinas. La tarde, insisto, era, a pesar de todo (del laberinto catalán y del veroño), una delicia. Por una vez, caminé despacio. Ya en el claustro, encontré a Mariángeles Pérez López. Arriba, a las puertas del Aula Magna, estaba Cristián Gómez Olivares, siempre de paso. Nos había invitado Luis Arturo Guichard a leer las versiones en español (traducidas por Xavier Farré, hay que decirlo) de dieciséis poemas de Adam Zagajewski. A los tres citados y a Catalina García García-Herreros, Antonio Colinas, Fernando Díaz San Miguel y Ana María Fraile, directora de los másteres de Creación Literaria y de Escritura Creativa en Español (online) de la ocho veces centenaria Universidad de Salamanca, másteres de los que el mencionado Guichard es coordinador. Luego, fue llegando el resto. Para entonces, el Aula estaba llena y los cuadernillos agotados. (La tirada, según creo, era de 125 ejemplares.) De todo tipo de gente, mayores y estudiantes. En primera fila, las amigas del club de lectura de la Torrente Ballester, con Isabel Sánchez al frente, que ya se acercaron hasta Oviedo para escuchar uno de los recitales del poeta polaco, con motivo de la entrega del Premio Princesa de Asturias de las Letras. También saludé a Charo Ruano y a Salvador Retana, que se presentó por sorpresa, uno de los más conspicuos lectores de poesía que conozco. Con Colinas crucé unas palabras sobre nuestro reciente viaje a Ibiza. Fue el único que ya en la lectura (leímos dos poemas cada uno, incluido Guichard; por decisión de Zagajewski, primero en español y luego en polaco), tras los preceptivos discursos preliminares a cargo de las autoridades académicas, elogió la sistemática defensa de la poesía llevada a cabo por la Facultad que nos acogía, ponderó los versos del de Lviv, se declaró lector y crítico suyo (en El Cultural reseñó Deseo) y le hizo entrega de la antología que se publicó después de que se le concediera el Premio Reina Sofía.
Del noble, bonito lugar donde se celebró el acto destacaría los medallones con los retratos de mi paisano El Brocense y de uno de mis poetas favoritos, Fray Luis de León. Desde su altura, presidían la escena. Más divertido me resultó, aunque maldita la gracia, que los lectores en español lo hiciéramos debajo de un retrato enorme de... ¡Felipe V! Con la que a esas horas estaba cayendo.
Zagajewski leyó a su modo. Su tono, tan natural y atemperado como sus poemas. Sonreía a veces y se saltó más de uno de los textos (en polaco) cuando comprobó que el tiempo se le echaba encima. Lo que quería, así lo explicó Guichard, era dialogar con los asistentes y así se hizo. Doce preguntas fueron formuladas y Ana Fraile hizo de ejemplar intérprete. En inglés, claro. Por cierto, también estaba allí la simpática e incansable Iwona Zielińska, del Instituto Polaco de Cultura, que hubiera podido hacerlo en su lengua materna. La luz, Cracovia, la pintura y la música, el amor... Cualquier asunto concierne a este poeta vital por excelencia. Uno de los que intervino, por cierto, fue el placentino Pablo Sánchez González, ganador del III Premio Hispano-Portugués de Poesía Joven 'Ángel Campos Pámpano', ahora estudiante de Filología en la citada facultad salmantina. 
Después de leer en español, a modo de colofón, "Aquel día la nada" (Aquel día la nada / como para llevar la contraria / se convirtió en fuego / y quemó los labios / a los niños y a los poetas.), Zagajewski dijo que había cuadernillos y que él tenía una pluma. La larga fila de las dedicatorias se formó en un momento. Me colé para despedirme de Guichard, quien me invitó a hacer lo propio con Adam, como dice él. Éste se levantó, me tendió su mano y me dio las gracias en español. Luego me dedicó la plaquette. Una pequeña joya literaria y sentimental que colocaré junto a sus libros en la estantería. 
Salí con las prisas que me distinguen. Dije adiós, desde lejos, al poeta Urbano Pérez Sánchez. Y a algunos más: Cristián, Fernando... En la Rúa alcancé a Colinas, que iba deprisa a otro acto del Liceo. Las calles estaban abarrotadas. Las terrazas de la Plaza Mayor, llenas. La gente caminaba en manga corta. Y eso a dos días de noviembre. De vuelta a casa, con la luna en cuarto creciente, evoqué ese fervor por la poesía que siente Zagajewski y que nos hace sentir a cuantos leemos sus iluminadores, serenos versos. Para entonces, lo de Cataluña...