31.10.17

Vuelve Cultura

I Congreso Nacional de la Lectura. EFE
No será uno quien afirme que un simple artículo es capaz de conseguir que todo un presidente autonómico se replantee su política cultural y resucite, a ese fin, toda una Consejería de Cultura. 
Según el diario Hoy, "Fernández Vara ha explicado que al principio de la legislatura pretendía reforzar esta área al asumir directamente su tutela. Sin embargo, ha reconocido que parte del sector cultural en la región ha entendido que en realidad ha supuesto un freno. «En la vida es necesario tener los oídos despiertos y abiertos», ha apuntado". 
El Periódico Extremadura recoge: "[Vara] reconoció que era necesaria para reforzar la acción de gobierno, máxime después de que su decisión de incluir las competencias de Cultura en Presidencia para «poner en valor» este área «no haya sido suficientemente entendida» por el sector en la región. Así, como «en la vida hay que saber escuchar», ha tomado la decisión de crear un departamento específico para esta materia con Leire Iglesias al frente".
¿Formará uno parte de ese "sector cultural"? Lo ignoro. Lo que al cabo importa es que haya vuelto a poner a la cultura en el mapa. Me lo decía aquí atrás mi viejo amigo Paco Muñoz (a raíz del citado artículo, que algún eco tuvo, y no sólo para que el de siempre, me cuentan -hace tiempo que por higiene mental no leo al energúmeno-, sacara a pasear su mala baba), Muñoz, decía, tal vez el mejor consejero del área en este angosto rincón: para influir, hay que tener, antes que nada, presupuesto y, además, estar sentado en la mesa del Consejo de Gobierno. Pues eso. Ahora a ver si la medida sirve para algo. Porque doy por hecho que la Igualdad es cosa que sabrá defender doña Leire; ahora bien, ¿la cultura? De ese sector, desde luego, no procede.

28.10.17

Carta de Salamanca

La tarde era veraniega y casi perfecta. Según costumbre, conducía con la radio puesta. Cambiando de emisora en función de las interferencias. En medio de un paisaje abrasado por culpa de la sequía. Al entrar en Salamanca, se confirmó lo peor: Puigdemont se negaba a convocar elecciones. Hablé solo. Vamos, lancé algunos insultos en voz alta. Me disgusté. En mi ignorancia, había atisbado una pequeña luz al final de este largo, agobiante túnel. Tras dejar el coche en el garaje habitual, fui dando un paseo hasta el Palacio de Anaya, sede de la Facultad de Filología. Paré en el Novelty a tomar un café. Ah, las rutinas. La tarde, insisto, era, a pesar de todo (del laberinto catalán y del veroño), una delicia. Por una vez, caminé despacio. Ya en el claustro, encontré a Mariángeles Pérez López. Arriba, a las puertas del Aula Magna, estaba Cristián Gómez Olivares, siempre de paso. Nos había invitado Luis Arturo Guichard a leer las versiones en español (traducidas por Xavier Farré, hay que decirlo) de dieciséis poemas de Adam Zagajewski. A los tres citados y a Catalina García García-Herreros, Antonio Colinas, Fernando Díaz San Miguel y Ana María Fraile, directora de los másteres de Creación Literaria y de Escritura Creativa en Español (online) de la ocho veces centenaria Universidad de Salamanca, másteres de los que el mencionado Guichard es coordinador. Luego, fue llegando el resto. Para entonces, el Aula estaba llena y los cuadernillos agotados. (La tirada, según creo, era de 125 ejemplares.) De todo tipo de gente, mayores y estudiantes. En primera fila, las amigas del club de lectura de la Torrente Ballester, con Isabel Sánchez al frente, que ya se acercaron hasta Oviedo para escuchar uno de los recitales del poeta polaco, con motivo de la entrega del Premio Princesa de Asturias de las Letras. También saludé a Charo Ruano y a Salvador Retana, que se presentó por sorpresa, uno de los más conspicuos lectores de poesía que conozco. Con Colinas crucé unas palabras sobre nuestro reciente viaje a Ibiza. Fue el único que ya en la lectura (leímos dos poemas cada uno, incluido Guichard; por decisión de Zagajewski, primero en español y luego en polaco), tras los preceptivos discursos preliminares a cargo de las autoridades académicas, elogió la sistemática defensa de la poesía llevada a cabo por la Facultad que nos acogía, ponderó los versos del de Lviv, se declaró lector y crítico suyo (en El Cultural reseñó Deseo) y le hizo entrega de la antología que se publicó después de que se le concediera el Premio Reina Sofía.
Del noble, bonito lugar donde se celebró el acto destacaría los medallones con los retratos de mi paisano El Brocense y de uno de mis poetas favoritos, Fray Luis de León. Desde su altura, presidían la escena. Más divertido me resultó, aunque maldita la gracia, que los lectores en español lo hiciéramos debajo de un retrato enorme de... ¡Felipe V! Con la que a esas horas estaba cayendo.
Zagajewski leyó a su modo. Su tono, tan natural y atemperado como sus poemas. Sonreía a veces y se saltó más de uno de los textos (en polaco) cuando comprobó que el tiempo se le echaba encima. Lo que quería, así lo explicó Guichard, era dialogar con los asistentes y así se hizo. Doce preguntas fueron formuladas y Ana Fraile hizo de ejemplar intérprete. En inglés, claro. Por cierto, también estaba allí la simpática e incansable Iwona Zielińska, del Instituto Polaco de Cultura, que hubiera podido hacerlo en su lengua materna. La luz, Cracovia, la pintura y la música, el amor... Cualquier asunto concierne a este poeta vital por excelencia. Uno de los que intervino, por cierto, fue el placentino Pablo Sánchez González, ganador del III Premio Hispano-Portugués de Poesía Joven 'Ángel Campos Pámpano', ahora estudiante de Filología en la citada facultad salmantina. 
Después de leer en español, a modo de colofón, "Aquel día la nada" (Aquel día la nada / como para llevar la contraria / se convirtió en fuego / y quemó los labios / a los niños y a los poetas.), Zagajewski dijo que había cuadernillos y que él tenía una pluma. La larga fila de las dedicatorias se formó en un momento. Me colé para despedirme de Guichard, quien me invitó a hacer lo propio con Adam, como dice él. Éste se levantó, me tendió su mano y me dio las gracias en español. Luego me dedicó la plaquette. Una pequeña joya literaria y sentimental que colocaré junto a sus libros en la estantería. 
Salí con las prisas que me distinguen. Dije adiós, desde lejos, al poeta Urbano Pérez Sánchez. Y a algunos más: Cristián, Fernando... En la Rúa alcancé a Colinas, que iba deprisa a otro acto del Liceo. Las calles estaban abarrotadas. Las terrazas de la Plaza Mayor, llenas. La gente caminaba en manga corta. Y eso a dos días de noviembre. De vuelta a casa, con la luna en cuarto creciente, evoqué ese fervor por la poesía que siente Zagajewski y que nos hace sentir a cuantos leemos sus iluminadores, serenos versos. Para entonces, lo de Cataluña...


26.10.17

Presente

«"Ninguna época ha estado tan dispuesta como la nuestra a tolerarlo todo y a la vez a encontrarlo todo tan intolerable". Como todas las frases redondas, esta de Giorgio Agamben admite mil variaciones. Por ejemplo, esta: ninguna época ha estado tan empeñada como la nuestra en emplear el diálogo como tema para sus monólogos». Así empieza Javier Rodríguez Marcos su artículo "No cortéis lo que podáis desatar", en El País, donde también leemos: «Imposible no recordar el pecio de Ferlosio: “Tener ideología es no tener ideas. Éstas no son como las cerezas, sino que vienen sueltas, hasta el punto de que una misma persona puede juntar varias que se hallan en conflicto unas con otras. Las ideologías son, en cambio, como paquetes de ideas preestablecidos, conjuntos de tics fisionómicamente coherentes, como rasgos clasificatorios que se copertenecen en una taxonomía o tipología personal socialmente congelada”».

Nota: La ilustración es obra de Robert and Shana ParkeHarrison y se titula "Precipide".

24.10.17

Zagajewski en EC

Adam Zagajewski
Traducción de Xavier Farré
Acantilado, Barcelona, 2017. 80 páginas

La presentación en España de la obra del poeta polaco Adam Zagajewski (1945) no vino de la mano de la poesía, sino de la prosa. De la excelente prosa de un poeta, por cierto. Me refiero a En la belleza ajena, una suerte de memorias de juventud. De quien se inicia en la poesía. Un “ciego canto de amor a una ciudad y su tiempo”, según Ida Vitale. Fue en 2003, lo tradujo Á. Díaz-Pintado y lo publicó Pre-Textos, que dos años después, en versión de E. Bortkiewicz, incluía en su catálogo Poemas escogidos, con selección y prólogo de M. López-Vega. Ya allí destacaba éste “el estigma del desarraigo” de alguien que nació en Lvol o Lviv, ahora Ucrania, pasó su infancia en Gliwice (Silesia) y acabó adoptando como suya la ciudad de Cracovia, protagonista del citado diario. Allí volvió en 2002 tras un periplo que le llevó a París y Houston. Desde ella viaja a numerosos sitios, como Chicago, de cuya universidad es profesor.
Conviene recordar que Zagajewski es autor de una exigente labor ensayística. Buena prueba de ello son los libros En defensa del fervor (donde, tras citar a Robert Lowell, se declara partidario de “la literatura de lo concreto, de la pasión y de la conversación” y demuestra que es un apasionado lector), Dos ciudades, Solidaridad y soledad y Releer a Rilke. Los tres primeros están traducidos por A. Rubió y J. Slawomirski y el último por J. Fernández de Castro. Todos han aparecido en Acantilado.
Perteneciente a la Generación del 68 o de la Nueva Ola, sus primeros poemas son políticos. Como en el caso de su paisana y amiga Szymborska (otro de los hitos de una noble tradición lírica), pronto renegó de esos versos tempranos. En español disponemos, también en Acantilado, de varios volúmenes poéticos; así, Tierra de fuego, Deseo, Antenas y Mano invisible. Su traductor, Xavier Farré, a quien debemos parte del prestigio que tiene el premio Princesa de Asturias de las Letras, candidato al Nobel, entre los lectores de poesía de nuestro país. Eso es algo que confirma Asimetría, su nueva entrega (de la que se adelantaron en junio tres poemas en El Cultural) que Farré vierte de nuevo con maestría a nuestro idioma. Los habituales no encontrarán muchas diferencias con sus libros anteriores. Dueño de un estilo propio (elevado, pero en absoluto retórico, “entre lo sublime y lo cotidiano”, según su traductor) y de una voz personal, su tono sereno y la claridad siguen aportando todo lo que esta sobria poesía necesita. A “la búsqueda del resplandor”, diría él.
“Hay un exceso de elegías, de memoria”, escribió en Deseo, y en Solidaridad y soledad: “para pensar hay que recordar”. La infancia, por ejemplo (“devolvedme mi infancia”, “Ahora seguro que sabría / cómo ser niño”). Y el “Viaje de Lviv a Silesia en el año 1945”, el primero de su vida errante, cual judío (qué poeta no lo es). Y las calles Radiowa, en Gliwice, y Karmelicka (la de Władzio), en Cracovia. Y el cine Grażyna y el olvido: “esférico como una pelota, / dulce con las fresas, definitivo / como una sentencia” (ah, las comparaciones, su recurso favorito). Y la adolescencia. En “Jungla” alude a “un fantástico caos que después, / durante toda la vida uno intenta entender, ordenar / en vano porque siempre falta tiempo”.  Y su juventud en otra calle, la parisina Armand Silvestre. Y el verano del 95 en el luminoso Mediterráneo provenzal donde, según costumbre, lo amable se torna trágico. “La luz del sur es mi luz”, indicó en Dos ciudades.
Y recuerda a su padre, tan presente siempre (ya asoma en el primer poema y en “Conversación” y “Nocturno”: “padre escuchaba / un concierto de Chopin”), y a su madre, que en este libro cobra un especial protagonismo. En el precioso “Acerca de mi madre” (“no sabría decir nada”), “Studniówka” (de donde procede el título del volumen), “Concurso” y el emocionante “Ensayo”. En un momento dado dice: “Sólo ahora sabría hablar con mis padres, / pero no puedo escuchar sus respuestas”.
Y no faltan las evocaciones de amigos. Y sus pérdidas: “Ese día”, “Desconsuelo por la pérdida de un amigo”, un poema sin puntos en el que se lee: “Mi amigo se esconde de mí / Mi amigo vive”. Y de otros “desaparecidos”, como el filósofo Krzyś Michalski, los poetas Jerzy Hordyński (en Roma) y Ósip Mandelshtam (en la prisión de Feodosia), el escritor Bertolt Brecht, la abogada judía Ruth Buczyńska o el físico alemán Werner Heisenberg (autor del principio de incertidumbre, central en la teoría cuántica), que visita en la Cracovia de 1943 al que fuera Gobernador General de Polonia durante la ocupación nazi, Hans Frank (“Lo que es mudo / que permanezca mudo”). O de familiares, como “El primo Hannes”, pastor en Zúrich. Sí, la muerte sobrevuela Asimetría, otra obsesión zagajewskiana. “Escribimos poemas escuchando a los muertos, pero los escribimos para los vivos”, ha dicho.
Como el arte (“Valoramos el arte / porque quisiéramos saber qué es nuestra vida”). La música. Donde encuentra “fuerza, debilidad y dolor”. Su paisano Chopin, ya citado, Rajmáninov, Bach (“Chacona”, dedicado al editor Vallcorba: “también nosotros soñamos / poder decir la verdad de nuestra propia vida”). La pintura (Manet, Delacroix). La poesía, sujeto de reflexión, pues no en vano es un culto poeta de las ideas. Y los poetas (“son presocráticos. No entienden nada”) y los poemas (“Sabemos qué puede ser la gran poesía, un poema / escrito hace tres mil años o ayer mismo”, “por eso cada poema tiene que hablar / de la totalidad del mundo”).
En “Maleta” reaparece el poeta viajero. El que deambula por los aeropuertos. El que recorre amadas ciudades extranjeras: Venecia, Atenas, Chicago, París... Y las “ciudades del Norte”, las del poema que abrocha este libro. “Introvertidas”, como se declaró él mismo en Mano invisible. Las que “nos han encadenado”. Las de su amada Europa, siendo Zagajewski paradigma del poeta europeo.
Se embosca entre estos versos, limpios y legibles, habitables, la melancolía, esa “alegría disfrazada”, como dijo En defensa del fervor. Cierto humor: el gato en el gueto. “La poesía es la alegría bajo la que se esconde la desesperación”, escribió en Antenas. Y el misterio, “al lado”, “en un estado de eterna inseguridad estimulante”. Y la inevitable ironía. También la anotación y el aforismo, como en “Cuaderno naranja”. Y el asunto de la identidad: “Vivimos, pero no siempre sabemos qué significa”. Y, cómo no, la historia.
“Lo que esperamos de la poesía es la poesía”, sostiene Zagajewski, y eso es que lo encontrará aquí el lector. Lo desconocido envuelto en lo conocido. Luz.

Nota: Esta reseña apareció publicada en El Cultural el pasado viernes 20 de octubre, el mismo día en que el Rey hizo entrega al poeta polaco del Premio Princesa de Asturias de las Letras en el Teatro Campoamor de Oviedo.



23.10.17

"Évora" en portugués

El profesor y poeta Luis Leal, eborense y destinatario de una de las partes del poema que publiqué ayer aquí, ha tenido la deferencia de traducirlo a su lengua materna, el portugués. Con una rapidez sorprendente. Quizá es ahora cuando el poema está completo. Y uno, del todo feliz. Lo ha publicado en su blog, Senderos da mão esquerda.
Allí escribe: "Poderia ser quem sou sem ela? Todos os domingos mo denunciam que não. Este não foi exceção. O reconhecido e prestigiado poeta espanhol Álvaro Valverde, obsequiou o mestre Antonio Sáez, e este vosso amigo, com este poema dividido, em duas partes, intitulado “Évora”. Na verdade, dedicou-o à cidade branca, à cidade amuralhada que nunca ergueu fronteiras, dedicou-o todos aqueles que sentem Évora como sua cidade". 
Sí, puede que el poema "en verdad" esté dedicado "a la ciudad blanca, a la ciudad amurallada que nunca levantó fronteras, (...) a todos los que sienten Évora como su ciudad". Gracias, Luis. 

ÉVORA

1

                                  Para Antonio Sáez


A três horas, dizes para ti, outro mundo.
Tão próximo, é verdade, porém tão longe
para o acaso uma fronteira justificar
a sua posição geográfica no mapa.
À medida que te aproximas, de repente uma miragem:
vês o mar confundido com o céu.
De oliveiras e de vinhas a paisagem.
E já ali, a lenta cidade branca,
presa e alheia a qualquer época. 
Idades sucessivas levantam-se
em forma de colunas e muralhas.
De praças, de conventos, de jardins
encerrados ao comum dos mortais.
E ali esse velho claustro
da universidade que foi colégio,
clausurada à força por ideias,
razão, quanto ao demais, da sua existência.
A luz aqui é tudo. Reverbera
contra os azulejos que decoram
corredores e aulas e paredes.
Rapaziada com as suas capas negras cruza
veloz as arcadas.
Por dentro cada um percorre serenos labirintos
que a pedra envelhece. Do silêncio,
estâncias amparadas pela história.
De todas é numa onde com o tempo
ficarias a viver: na biblioteca.
Se olhares para cima não parece
ser um sítio fechado. As janelas
aproximam o verde de algumas árvores.
Povoarão com os seus chilreios essas mesas
onde os estudantes leem ou escrevem
sobre madeiras nobres que suportam
o brilho artificial dos ecrãs.
Aqui ficarias, abrigado
entre muros incólumes à pressa.
Mas a realidade impõe-se. Sais,
voltas a percorrer esse caminho
que finaliza o teu périplo: grato, breve.
A três horas de carro de outro mundo.



2

                Para Luis Leal


Poderia outra cidade
servir de réplica
à mesma em que vives?

Que tivesse muralhas
e também aquedutos
e praças com pórticos
e restos arqueológicos
e ruas tão estreitas
como estas que transitas.

Uma cidade levítica
acompassada ao ritmo
de um tocar de sinos,
ao do que vagueia só
por caminhos labirínticos
que conduzem a um centro
que sabemos secreto.

Um lugar melancólico
onde a saudade fosse
uma expressão corrente.

Existe essa cidade,
ainda que sem rio,
e nela encontras hoje
a tua sublimada.
Mais serena e mais branca.
Misteriosa e, por isso,
invejável e distinta.

És ali esse homem
que sonha ser outro;
desconhecido para si,
mas o qual sentes
com tanta convicção
como a ti mesmo.

(Tradução de Luis Leal)

22.10.17

Évora

1

                         Para Antonio Sáez

A tres horas, te dices, otro mundo.
Tan cerca, es verdad, pero tan lejos
que acaso una frontera justifique
su posición geográfica en el mapa.
Mientras te acercas, de golpe un espejismo:
ves el mar confundido con el cielo.
De olivos y de viñas el paisaje.
Y ya allí, la lenta ciudad blanca,
detenida y ajena a cualquier época.
Edades sucesivas se levantan
en forma de columnas y murallas.
De plazas, de conventos, de jardines
cerrados al común de los mortales.
Y allí ese viejo claustro
de la universidad que fue colegio,
clausurada a la fuerza por ideas,
razón, por lo demás, de su existencia.
La luz es aquí todo. Reverbera
contra los azulejos que decoran
corredores y aulas y paredes.
Muchachos con sus capas negras cruzan
veloces las arcadas.
Por dentro uno recorre serenos laberintos
que la piedra envejece. Del silencio,
estancias amparadas por la historia.
De todas es en una donde al cabo
te quedarías a vivir: la biblioteca.
Si miras hacia arriba no parece
que sea un sitio cerrado. Las ventanas
acercan el verdor de algunos árboles.
Poblarán con sus trinos esas mesas
donde los estudiantes leen o escriben
sobre maderas nobles que soportan
el brillo artificial de las pantallas.
Aquí te quedarías, cobijado
entre muros indemnes a la prisa.
Pero la realidad se impone. Sales,
vuelves a recorrer ese camino
que cierra tu periplo: grato, breve.
A tres horas en coche de otro mundo.     



2
            Para Luis Leal
¿Podría otra ciudad
servir de réplica
a la misma en que vives?

Que tuviera murallas
y también acueducto
y plazas porticadas
y restos arqueológicos
y calles tan estrechas
como estas que transitas.

Una ciudad levítica
acompasada al ritmo
de un tañer de campanas,
al del que vaga solo
por rutas laberínticas
que conducen a un centro
que sabemos secreto.

Un lugar melancólico
donde saudade fuera
una expresión corriente.

Existe esa ciudad,
aunque sin río,
y en ella encuentras hoy
la tuya sublimada.
Más serena y más blanca.
Misteriosa y, por eso,
envidiable y distinta.

Eres allí ese hombre
que sueña con ser otro;
desconocido para sí,
pero al que sientes
con tanta convicción
como a ti mismo.

Nota: Este poema se ha publicado en el número 51 de la revista Sibila.
La fotografía del claustro de la Universidad de Évora está tomada de aquí.

20.10.17

Tres antologías

No dejan de publicarse antologías. De la obra de un determinado autor o, como éstas, de poetas jóvenes (o no) y periféricos que uno considera centrales para intentar comprender el rico, variado panorama de la poesía española actual.
13. Antoloxía da Poesía Galega próxima, de María Xesús Nogueira, publicada al alimón y de manera exquisita, en edición bilingüe, por la compostelana Chan de Pólvora y la madrileña papelesmínimos, reúne poemas de trece jóvenes poetas, de ahí el título, nacidos entre 1982 y 1996. Seis son mujeres. De entre los elegidos, destacaría a Berta Dávila y a Gonzalo Hermo, ambos consiguieron en su día el Premio de la Crítica y el segundo el Nacional de Poesía Joven 'Miguel Hernández' por Celebración. El prólogo de Nogueira es ejemplar. Allí explica que estos poetas llegan a la vida cuando en Galicia, años 80, surgen hechos tan sustanciales como la aprobación del Estatuto de Autonomía, el Decreto de Bilingüismo o la Ley de Normalización Lingüística. Entre los criterios de la muestra, además del de la edad, haber publicado al menos un libro (desde 2005) y que los versos de cada uno tengan la debida calidad (por la capacidad de crear "universos poéticos propios y coherentes"). Lo objetivo y lo subjetivo.
Destaca que no hay trazos grupales ni generacionales, que todos tienen estudios universitarios (otra constante de la joven poesía española), que son nativos digitales (el uso de las tecnologías es un asunto insoslayable, sobre todo en lo referente a la difusión de estas obras), que tienen mucha cercanía a la música, etc. Analiza en su minucioso limiar todo lo referente a los premios, las revistas (Dorna, Expresión Poética Galega, por ejemplo), los blogs y el modesto, pero efectivo, mundo editorial gallego
No se trataba, aclara la antóloga, de ofrecer una "panorámica, sino una "muestra de voces representativas". La diversidad. La versión en dos lenguas le aporta una riqueza que no quiero desdeñar.

Mucho por venir. Muestra consultada de poesía asturiana (2008-2017) es un curioso florilegio, publicado por MaremágnuM Ediciones, del que no es responsable una sola persona, como suele ocurrir, sino un puñado de críticos y lectores, diez en concreto, a los que se preguntó por el nombre de sus jóvenes poetas asturianos preferidos. Con estos requisitos: la selección tenía que ser de poetas arraigados en Asturias y nacidos después de 1985. Se recomendaba también que dichos poetas tuviesen al menos un libro publicado o que sus poemas hubieran aparecido en revistas o suplementos de difusión nacional.
De esa encuesta ha salido esta variada selección: Alba González Sanz, Laura Casielles, Cristian David López, Rodrigo Olay, Diego Álvarez Miguel, Sara A. Palicio, Miguel Floriano, Mario Vega, Xaime Martínez, Candela de las Heras y Rocío Acebal. Como en la antología anterior, la presencia femenina es notable. O significativa, cuando menos. Cinco de once. Ya era hora. 
Ya que fui consultado, me agrada comprobar que de los diez nombres elegidos, entre los diecisiete preseleccionados, sólo uno no está en la lista definitiva. Eso sí, de algunos de los libros de estos autores se ha hablado en este rincón y algunos estaban incluidos en la antología Siete mundos, de Carlos Iglesias Díez y Pablo Núñez. No soy especialista en poesía asturiana, pero no cabe duda que los poetas norteños, nada nuevo, están entre los mejores de este país llamado (todavía) España. 
Como bien dice en el prólogo-entrevista José Luis García Martín (una persona fundamental si de la poesía del Principado se trata, incansable animador de iniciativas líricas), "Las antologías consultadas —si se elige bien a quien se consulta— presentan una mayor garantía de objetividad, no dependen solo del criterio de una persona". Ojalá sea el caso. Por lo leído, eso parece. 
Destaca el crítico la "pérdida de provincialismo" de esta nueva poesía. "El centro puede estar ahora en cualquier parte", matiza. Luego declara que "Entre los veinte y los treinta años, hay muchos poetas por los que apostar, un pelotón de promesas. A partir de los cuarenta, ya van quedando menos. La mayoría se dedican a otra cosa o, lo que es peor, a ganar premios" y que en la muestra "podemos encontrar algunas muestras de realismo, ecos del surrealismo, ejercicios de culturalismo, abundante poesía elegíaca, el omnipresente simbolismo". Con la causticidad que le caracteriza concluye: "Los poetas jóvenes tienen una próxima fecha de caducidad, en seguida son sustituidos por otros. Solo unos pocos siguen siendo poetas después de ser jóvenes; la mayoría dejan de serlo, aunque sigan publicando libros de poemas". 

El peligro y el sueño. La escuela poética de Albacete (2000-2016)está publicada por Celya y su editor es el poeta albaceteño Andrés García Cerdán. Aquí la restricción es mayor: no una región o comunidad autónoma, sino una provincia. Con todo, en las cuatrocientas páginas del volumen encontramos lo único que importa, venga de donde venga (no nos vamos a poner ahora, con la que está cayendo, nacionalistas): poesía. Los reunidos son veintiocho poetas, de los cuales sólo seis son mujeres. Tampoco se circunscribe la muestra a la poesía joven, con haberla. Si bien faltan muchas fechas de nacimiento (un gesto de coquetería), el poeta mayor nació en 1959 y el más joven en el 92.
La antología lleva un curioso frontispicio de Antonio Gamoneda, realizado con fragmentos de los poemas de los distintos autores, y un epílogo múltiple que firman los poetas, críticos y editores Antonio Lucas, Carmelo Guillén, Luis Bagué Quílez, Pablo García Casado, Carlos Alcorta, Dionisia García, Javier Lorenzo y Javier Sánchez Menéndez.
Los poetas son, entre otros: Arturo Tendero (el de La siesta del lobo), Rubén Martín Díaz (ganador de los premios Adonais y Ojo Crítico de RNE), Constantino Molina (Premio Nacional de Poesía Joven), Antonio Rodríguez, León Molina (aforista y antólogo de aforismos), Juan Carlos Gea (gijonés de residencia, director del Semanal de Cultura de La Voz de Asturias) y Ángel Antonio Herrera (más conocido en su faceta de periodista). Y el seleccionador, Andrés García Cerdán, que acaba de publicar  Puntos de No Retorno, un libro sólido y solvente que mereció el Premio San Juan de la Cruz de Fontiveros. Tiene razón cuando afirma, en su encendido y pormenorizado prólogo, que a principios del siglo XXI se ha dado en Albacete una suerte de eclosión poética intergeneracional. Digna de estudio y, ante todo, de lectura, añade uno. Desde la periferia, sí, y desde la independencia. Al amor de empeños como Barcarola, una isla de modernidad en ese llano en llamas. O en hielo, si del invierno hablamos. Esto es una prueba de que tan mal no han resultado las cosas en esta España de las Autonomías. Muchas regiones alcanzaron su redención cultural gracias a eso; tan criticado, sin demasiada razón, ahora. 

19.10.17

Con Zagajewski en Salamanca

Este año celebraré en Salamanca el cumpleaños de mi hijo Alberto asistiendo a la lectura de Adam Zagajewski que ha organizado la Universidad pública de la ciudad castellana (sesión inaugural del máster de Creación Literaria) el 26 de octubre, a las seis de la tarde, en el Aula Magna de la Facultad de Filología, sita en el Palacio de Anaya.
Luis Arturo Guichard, coordinador de esa maestría, ha tenido a bien invitarme a leer un par de poemas del Premio Princesa de Asturias. Acompañaré a Antonio Colinas, Fernando Díaz San Miguel, Catalina García García-Herreros, Cristián Gómez Olivares, Mariángeles Pérez López y al propio Guichard.
Para la ocasión, el poeta polaco ha seleccionado dieciséis poemas, reunidos en un elegante cuadernillo que se repartirá a los asistentes al acto. La traducción de esos versos corre a cargo del gran Xavier Farré, cómplice necesario de este encuentro, como el Instituto Polaco de Cultura. Los últimos pertenecen a su libro Asimetría, que acaba de editar Acantilado, y del que El Cultural publicará una extensa reseña (que le ha caído a uno en suerte) mañana viernes, coincidiendo con la entrega del mencionado premio.
En esta ocasión, Alberto no podrá acompañarme, está demasiado lejos, aunque sí estuvo a mi lado en la lectura poética de la Fundación BBVA que conmemoró el 20 aniversario de la revista Sibila y donde, además de escucharle recitar, tuvimos la fortuna de compartir, junto a otros amigos, una animada conversación.


17.10.17

Anadón y Piquero

Pablo Anadón
Pre-Textos, Valencia, 2017. 98 páginas. 

El poeta, profesor, ensayista y traductor argentino Pablo Anadón (Villa Dolores, Córdoba, 1963), autor, entre otros, de Lo que trae y lleva el marLa mesa de café y otros poemasEl trabajo de las horas y Estudios de la luz, así como de antologías y estudios sobre la poesía de su país, escribía a propósito de la lírica de Rodolfo Godino: “la modulación de los textos es llana, conversacional incluso, sin perder su distintivo carácter enigmático”. Hablaba después de “depuración y estilización”, de confidencias y secretos. Podría aplicarse a su propia obra. También él ha sido capaz de “tomarse el pulso a sí mismo”, por seguir a López Velarde. Sistema poético en consonancia con el crítico. A pesar de que el uso de la rima y el rigor métrico (que da en espléndidos sonetos entre clásicos y borgeanos) pueda parecer anacrónico. Para contrarrestar esa impresión está el encabalgamiento. O la escéptica ironía. Y la intención, moderna a carta cabal.
“Siempre escribo a partir de mí”, confiesa Anadón, quien podría decir, con Fernández Moreno, “no me repito, me aumento”. En torno a la cincuentena, hace balance. Los recuerdos: “Recorres lentamente tu pasado / Como el dedo la herida”. “Lo que es, lo que no ha sido, lo que fue”. Aunque “La vida siempre sigue, y no hay regreso”. “Tiene raras reliquias la memoria”. “Y crece a nuestra espalda lo perdido”.
A lo largo del libro, además del poeta (que se autodenomina el “dividido”, el “sobreviviente”), sus hijos, sus padres y la mujer que ama (y a la que ya no), la casa familiar (donde se guarda “la luz dormida de la infancia”) y el paisaje, el miedo, las lecturas y la soledad, encontramos un asunto central: la culpa: “No es el tiempo que pesa, sólo pesa / El dolor que causamos en la vida”. “Hizo sufrir. No halla perdón. / Olvido busca: no sentir, no ser”.
Con todo, sobre el recuento de “culpas, logros y derrotas”, prevalece el “raro privilegio de existir”: “Ha amado, ha sido amado y a otras vidas / Ha dado vida. No hay lamento”.
“El poema tiene un poco / De oficio, pero mucho de problema / Matemático”. Por eso desea “Que otros sigan haciendo divertidos/ Malabarismos con la poesía”. “Jugando al juego de olvidar la vida. / Yo no puedo”. Eso que ganamos todos. Con versos luminosos por su claridad y profundos por su sencillez.

José Luis Piquero
La Isla de Siltolá, Sevilla, 2017. 94 páginas. 

Piquero (Mieres, 1967) suma este libro a Autopsia (su poesía reunida), El fin de semana perdido y la antología Cincuenta poemas. En la “Nota final” explica que está escrito de “un tirón de ocho años”. Si bien se trata de “un discurso continuo”, se divide en partes: “Merma”, o la “rendición” y el “despojamiento”; “La visita”, o el “desamor”; “Quemaduras”, o el desgarro y la muerte; y “Nolugar”, o la inquietud y el miedo. Sigue fiel al “uso de máscaras y escenario”. En efecto, estamos ante una poesía de la ficción, sin que por ello el autor y su vida no queden reflejados en ella. Se trata, advierte, de manipular la escena y los personajes. Así, el vidente, el insomne, el héroe, el abducido, el inmortal...
A esto cabe añadir, de una parte, el lenguaje coloquial y el tono narrativo. De otra, la ironía (con visos de humor y sarcasmo) y la desolación existencial; una rebeldía que no elude cierta agresividad. Más que “realismo sucio”, veraz malditismo; no como el impostado de tantos. Su estilo es cortante, inmediato, directo.
Con preguntas y respuestas: “¿En qué me he convertido?”. “Ya sé quién soy ahora: el que ha olvidado / su secreto: el fervor”.
Hay algo de fantasmal y misterioso en el movedizo personaje central de un libro que juega con la realidad sin prescindir de la imaginación. En busca de la identidad. De la encontrada o de la perdida. Porque “Ser irreal también es un estado”. “Lo único cierto en mí es que soy mentira”, leemos. O: “He desaparecido de mí mismo”. Y: “ahora soy un extraño, un eremita. / Alguien que está viviendo en mi lugar”.
“Un hombre necesita una tarea, / como contar su historia”. Es lo que hace aquí Piquero. O cualquiera de los seres que le habitan.

Nota: Las reseñas de los libros de Anadón y Piquero se publicaron el pasado viernes, 13 de octubre, en El Cultural.

15.10.17

Dos raros: Llera y Mateos

En el mejor sentido de la palabra. Lo son como poetas, con poéticas muy distintas entre sí, y como diaristas, si ése es el término que les corresponde, algo que pongo desde el principio en duda.

Cuidados paliativos, de José Antonio Llera (Badajoz, 1971), autor de los libros de poemas Preludio a la inmersión (1999), El monólogo de Homero (2007), El síndrome de Diógenes (2009) y Transportes de animales vivos (2013), así como de otros de ensayo sobre el humorismo español, Camba, Lorca o Cernuda, no es un diario más. Ni al uso, ahora que la moda impera. Publicado por pepitas ed. (donde publica los suyos Iñaki Uriarte) y en una cuidada edición, lo leí el pasado mes de julio en unas condiciones muy particulares, dentro de una habitación de hospital, mientras alguien estaba a punto se ser sometido a lo que el título, en sentido literal, indica. Ya anticipamos aquí un adelanto de estos diarios que vieron la luz en la veterana revista Cuadernos Hispanoamericanos hace cuatro años. Hacían presagiar lo mejor.
Lo primero que destacaría de este libro es la fuerza de su lenguaje. Uno le explica a sus alumnos, no sin dificultad, que la literatura es, sí, un arte que utiliza las palabras como medio de expresión, pero insiste en la deliberada voluntad que ha de ejercer quien se dedica a ella para elevar a esa categoría el uso común de la lengua. Aquí esa voluntad de estilo, unida a un alto grado de exigencia, es evidente y me atrevo a decir que se antepone a cualquier otra consideración. No es tanto contar como hacerlo de ese modo personal con el que Llera lo hace.
La primera palabra del libro es "escribir" y la cita que lo abre, de Louise Glück. En sus páginas, reflexiones sobre la escritura y la poesía (siempre desde la conveniente humildad de la duda), la enfermedad, los padres y el hijo (Tristán), Extremadura ("la realidad corrosiva de la luz extremeña") y la infancia, los sueños (acaso "la forma más elaborada de la autoficción"), el cine y la lectura. De numerosísimos escritores que van de Rosario Castellanos a Kafka, pasando por Cernuda, Miguel Labordeta (entonces escribía Vanguardismo y memoria: la poesía de Miguel Labordeta, el libro con el que ganó hace unos meses el XVII premio internacional Gerardo Diego de Investigación Literaria), Cirlot, Lezama Lima, Azúa e, insisto, mil más. Que es un lector, no se puede negar. En el más amplio y hondo sentido. Con criterio, de ahí sus invectivas contra el reseñismo y los reseñistas (que se limitan "a planchar la ropa del autor"), contra la crítica literaria académica (la página que dedica a García Berrio no pasa desapercibida) y periodística. "Lo esencial es el hecho estético", dice citando a Berkeley. O: "Se habla de amor, pero se piensa en la escritura", a propósito del soneto V de Garcilaso. Sostiene que el crítico "bueno" de poesía "se pregunta de qué está hablando en realidad". "Irritables: el colon, el canon".
Aparecen aquí y allá compañeros, profesores (como César Nicolás, profesor suyo en la Universidad de Extremadura, donde Llera se formó) y amigos. Y su primer editor, Fernando Pérez, en la Editora Regional de Extremadura.
No faltan, es imposible, la ironía e incluso el humor, así cuando comenta que el líder de la línea clara, Luis Alberto de Cuenca, firma un prólogo de la obra de Heráclito... el Oscuro.
Se cuelan entre líneas los aforismos: "La atención es la primera forma de amor", "Toda entrevista, la miremos por donde la miremos, es un allanamiento de morada", "Los mejores cobradores del frach: las palabras que hemos dicho", "El Orden siempre lleva una camisa de fuerza", etc.
Elogia, como uno de sus diaristas preferidos, a Miguel Sánchez-Ostiz, toda una pista.
Afirma, en fin, que "Un cuaderno como este también debería contener los moldes de las cosas, solo los moldes y nada más". "Vivir -concluye- es solo un hábito".
Este es un diario que sólo se puede entender, insisto, como artefacto literario, como obra concebida en ese sentido y no como mero acarreo de desahogos, chismorreos, confesiones y anécdotas. Para eso ya están otros.

Un mundo en miniatura, del poeta José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963) no es en rigor un diario, pero, en su rareza, ostenta también esa condición. Ya nos entregó hace poco el celebrado Un año en la otra vida, publicado en su editorial habitual, Pre-Textos, un libro híbrido donde los géneros se entremezclan. Ahora es Renacimiento (el libro está dedicado a sus editores, Marie-Christine del Castillo y Abelardo Linares) quien pone en las librerías, para la inmensa minoría, esta delicia ilustrada con once dibujos originales de Pedro Serna (más murciano y gayesco que nunca). ¿De qué trata? Pues de la vida. Y de su revés: la muerte. De la enfermedad y la lectura, "una manera de activar el pensamiento". "Como pasear", otro ejercicio que practica. Aquí, la poesía y su misterio, los amaneceres y los crepúsculos, la pintura y la música, las cosas y el amor, la felicidad (que "es ahora") y el perdón, el dolor y la angustia, el sueño y la vigilia, la religión y uno mismo. Y todo compuesto a la luz de la lentitud. Tal vez porque "En el trabajo gustoso, constante y sin recompensa encuentro destellos de santidad".
Más sentencias y aforismos que diario, esta miniatura del mundo no decepcionará a los lectores de Mateos ni, me atrevo a decir, a los que nunca se han acercado hasta ese refugio. No en vano, es verdad (la que aquí habita), "la poesía colecciona milagros".

CODA. Otro diario espera. Me refiero a La vida a medias, de Avelino Fierro, de profesión fiscal, publicado por Eolas, como las dos entregas anteriores: Una habitación en Europa y Ciudad de sombra. Lleva un prólogo de otro leonés, Andrés Trapiello. Tras lo ya leído de este escritor escondido y singular (algunas páginas se dieron en la revista Suroeste), no es difícil suponer que nos deparará unas horas agradables de lectura. Seguro. 

12.10.17

Mi hermano Fernando

Este es mi hermano Fernando, el cura, que tomó posesión de su nueva parroquia, San José, el pasado domingo día 1 de octubre. Por eso será recordada esa fecha entre sus familiares y amigos. No pude estar a su lado (volvía uno, de condición estable, de un fugaz viaje a Ibiza), pero de corazón allí estuve. No le faltó compañía. La de mi madre, por ejemplo. Le deseo lo mejor y mucha suerte, aunque los que le conocemos somos conscientes de que esta intención sobra. Espero, en fin, que sus parroquianos y parroquianas no le hagan trabajar demasiado. Carissimo fratello, un abrazo enorme. Seguimos.

11.10.17

Mesanza, Nacional de Poesía

La Opinión de Murcia
“Por insuflar un aire nuevo a la tradición clásica, avanzando en profundidad en esta nueva entrega poética, plena de belleza formal y sentido de la rebeldía ante el pensamiento único vigente” le han concedido a Gloria, libro del poeta Julio Martínez Mesanza (Madrid, 1955), a la sazón director del Instituto Cervantes de Estocolmo, miembro de la Generación de los 80 o de la Democracia, el Premio Nacional de Poesía. Fue publicado el pasado año en la colección Adonais (es miembro del jurado de su famoso galardón). En su momento, sugerí a la redactora jefe de El Cultural una reseña de la obra que ella aceptó de buen grado. Apareció el 14 de abril de este año. 
En el jurado, poetas que han venido defendiendo la particular poesía del madrileño, que durante años fue reuniendo sus poemas al amor de un único título: Europa; así, Luis Alberto de Cuenca (su principal mentor), Julia Barella (que lo incluyó en su singular antología Después de la modernidad) y José Luis García Martín (otro de sus antólogos, que también reseñó elogiosamente el libro). Esto no quita mérito a la decisión, pues eran muchos más los integrantes del alto tribunal lírico. El libro se basta.
Porque me gustan su mundo y su tono, siempre he defendido la poesía clásica de Mesanza. Y a él mismo, ajeno a camarillas, que tuvo que soportar, cuando éramos jóvenes, injustas acusaciones por culpa de sus creencias religiosas y políticas, así como por el tono épico que transmitían sus versos. Sus endecasílabos son inigualables. 
No me olvido, en fin, de los libros de Fermín Herrero, que no he visto (y me extraña) entre los finalistas, y de Jordi Doce, que según las filtraciones (públicas a través de Facebook), quedó entre los últimos aspirantes al Nacional. Lo hubieran merecido, Como, por ejemplo, Juan Bonilla, José Mateos, Verónica Aranda o María Ángeles Pérez López, por citar autores de libros que he comentado y que también figuraban en la lista. Premios. 

10.10.17

Novedad: antología ilustrada

Está a punto de salir. Se trata de una antología de poemas publicados a lo largo de treinta años que ilustra con sus dibujos de línea clara mi paisano Esteban Navarro y está destinada, en principio, a los lectores más jóvenes. No en vano forma parte de la colección El Pirata (de la Editora Regional de Extremadura), impulsada por el Grupo de Investigación LIJ de la Universidad de Extremadura (que forman los profesores Barcia, Parejo y Soto). Hace el número 4, tras los libros de Espronceda, Ada Salas y Carolina Coronado. Los dos primeros están ilustrados por Fermín Solís y el de la poeta romántica de Almendralejo, por Navarro igualmente. A uno le gusta cómo ha quedado. Por el conseguido trabajo de Navarro, mayormente. Ojalá les agrade también a sus presuntos lectores. De cualquier edad. 


8.10.17

Carta de Ibiza

Salí de clase, comimos algo en casa y antes de las tres ya estábamos camino de Barajas. Dos vuelos, dos destinos. Nuestro hijo Alberto se iba a Sofía, en Bulgaria; nosotros, a Ibiza. Una estancia larga y otra breve. La casualidad quiso que al día se uniera la hora: los dos aviones partieron a las siete y media. Aún con la congoja de la despedida, el vuelo a la isla fue tan corto como plácido. Al llegar, ya era noche cerrada. A las nueve estaba prevista la lectura en el Museo de Arte Contemporáneo (MACE) dentro del VI Ciclo de Lecturas Poéticas 2017. La pericia al volante de Pepita Escandell, que nos esperaba en el aeropuerto, nos permitió llegar con puntualidad a la cita. Si suelo leer deprisa, esa noche más. Demasiadas emociones. Mucha velocidad. A las atinadas palabras del coordinador del ciclo, el poeta y crítico de arte Enrique Juncosa, siguieron mis poemas y las consiguientes claves y acotaciones. Salvo el primero, "Mediterránea", escrito a partir de un comentario personal de Antonio Colinas, que residió durante años en Ibiza, en el que recalcaba el parecido paisajístico entre el norte de Cáceres, mi territorio, y el del interior de la isla, ambos "reinos de la huidiza lagartija", salvo el primero, decía, los poemas que leí pertenecen a mi nuevo libro, aún inédito: El cuarto del siroco. Lo ya publicado está en las librerías y en las bibliotecas (y hasta en internet), de ahí que prefiriera ofrecer una primicia a quienes tuvieron la amabilidad de ir a escucharme un viernes por la noche. Siempre lleva uno a mano la frase de Gamoneda, que nos contó la anécdota. Me refiero a la de saludar a los asistente a las lecturas, la inmensa minoría, con aquello de "distinguido público" y añadir: "y digo distinguido porque os distingo perfectamente a todos". Bromas aparte, tuve la suerte de verme rodeado de no pocas personas en aquella placentera "conversación en la penumbra" (Eliseo Diego dixit), el número habitual en cualquier parte cuando uno no es del exitoso grupo de los marwanes y las sastres. Al terminar mi lectura, por supuesto breve, Juncosa propició un sugerente diálogo que ninguno de los presentes se atrevió a interrumpir.
Al salir del bonito museo, nos acercamos a cenar. En la mesa redonda de Ca n'Alfredo, Elena Ruiz Sastre -directora del MACE-, Totona Sert -sobrina del arquitecto catalán Josep Lluís Sert y dueña de Sa Totona-, el citado Enrique Juncosa, el poeta ibicenco Ben Clark (que había leído el día anterior), Yolanda, y yo. En medio de una animada conversación (donde no faltó el espinoso asunto catalán), me comí una exquisita rotja (o cabracho), probé unos calamares estofados y, ya al final, apenas di unos bocados al surtido de tradicional repostería ibicenca. Pisamos la habitación del hotel ya de madrugada y el sueño sólo se vio interrumpido, a eso de las cuatro de la mañana, por una típica discusión de pareja en el cuarto de al lado. 
Ben, que participará el año que viene en Centrifugados, nos facilitó un coche para el sábado. No hay mejor plan para visitar una isla que tiene 41 kilómetros de norte a sur y 15 kilómetros de este a oeste, según la informada Wikipedia. Empezamos por Santa Eulària, que atravesamos sin más, y seguimos por Sant Carles de Peralta donde nos topamos, sin previo aviso (íbamos a la aventura), con el mercadillo hippy de Las Dalias. Lo peor, la cantidad de coches y personas que por allí pululaban. Fue un alivio seguir viaje y ver con calma la preciosa iglesia del pueblo. Más tarde nos dirigimos a Es Figueral, frente a la islote de Tagomago, donde nos dimos unos baños. En una tienda nos aprovisionamos de crema solar y toalla. Aguas limpias, plácidas y transparentes que en poco se parecen a las más bravas y saladas que encontramos cada verano en el atlántico y habitual Conil. Por suerte, apenas había gente. No quiero pensar cómo se pone ese coqueto lugar en verano. Después, nos fuimos a comer un arroz estupendo en Cala Boix. Todo a un paso. La tarde se nos fue en recorrer Sant Joan de Labritja, Portinatx (que me encantó, donde tomamos un café mirando al mar), Sant Miquel de Balansat (en fiestas, con una imponente iglesia en lo alto) y otros pueblos que fuimos encontrando por carreteras intrincadas y secundarias que en nada envidian a las de aquí en lo que respecta a las curvas. Lo mejor, el paisaje. Semejante, sí, en muchos aspectos al de la Extremadura del norte. Vimos viñas, zarzas, higueras, almendros y olivos. Algunos surgen entre rocas, como nuestras encinas. También algarrobos y sabinas. Y pinos, muchos pinos. Bosques de pinos que habrían hecho las delicias de Francis Ponge. Y casas emboscadas con piscinas y jardines donde uno se imagina un modesta representación del paraíso. Aunque nunca había estado en Ibiza, ese paisaje era para mí reconocible. Está en los poemas de mis poetas ibicencos preferidos: Marià Villangómez (vi una calle dedicada a él en Sant Miquel, donde más tiempo ejerció la docencia), Antoni Marí, Vicente Valero, Ben Clark... Y Colinas, claro. O W. Benjamin, que no fue poeta, pero que lo parecía. Terminamos la excursión en Sant Antoni de Portmany, que nos decepcionó un poco. Traíamos demasiada naturaleza idílica en la mirada. Ya en la capital (con un número de habitantes censados muy parecido al de Plasencia, por cierto, al que hay que sumar el de los turistas), salimos a dar un paseo por el puerto, que se veía desde nuestro balcón, y a cenar algo en una de las terrazas de la Plaza del Parque, muy animada. Ya nos explicaron lo de "los cierres", esto es, la clausura de la temporada de discotecas. En el Diario de Ibiza vi un suplemento especial dedicado al tema que me dio la verdadera dimensión de ese negocio del ocio. Dentro de poco la ciudad será otra. Y la isla.
El domingo, en el desayuno, la anécdota de 1-O, dizque referéndum. Una señora con una niña pequeña, al pasar delante de la mesa de al lado, le espetó con desprecio a un señor mayor, que había estado comentando en voz alta (imprudente) y con acento andaluz lo que veía en su tableta sobre los acontecimientos de Barcelona: "¡ignorante, ignorante!". Su tono era de insulto. Su cara, un mal poema. A nosotros, que no habíamos dicho ni pío, nos miró también con conmiseración. Es lo que tiene creerse de una casta superior.
Después, un poco desconcertados, de nuevo paseo por el centro (me gustan los lugares con murallas) y vagabundeo por el puerto para ver barcos y yates con dulces promesas de sitios lejanos y de vidas distintas. Y vuelta al aeropuerto, y a Madrid, y a casa. Qué poco dura lo bueno. En fin, algo es algo. Amigos de Ibiza, gracias. Y a la pobre poesía, verdadera culpable de la efímera escapada. 

5.10.17

Sobre la poesía de Louise Glück

Aunque apenas escribo reseñas para el blog y leo a otro ritmo, me sigue costando sacar adelante muchos libros que se amontonan encima de la mesa casera de novedades. Voy haciendo pequeñas pilas con los volúmenes que no siempre, ya digo, menguan según lo esperado. Además, salvo que se imponga un encargo, nunca fuerzo una lectura.
Por Louise Glück (Nueva York, 1943), cuya última entrega llegó el pasado mes de enero, siento una admiración indeclinable y sin embargo... Le he sido fiel desde que su editor español, Manuel Borrás, me recomendara El iris salvaje. Apareció en 2006. Luego he venido comentando aquí los libros que la casa valenciana le ha publicado. Con éste, seis. Praderas (que, por cierto, no hace referencia a las del campo sino a Meadowlands, el antiguo estadio de los Giants) está traducido por el poeta Andrés Catalán (que acaba de publicar la poesía completa de Robert Frost, 868 páginas, y está a punto de sacar la de otro Robert genial: Lowell, 2.000 páginas). No me ha decepcionado. La poesía de Glück fomenta, o eso creo, la perplejidad. Un estado de ánimo, personal e intransferible, que ha contado con un cómplice necesario, justo es recalcarlo: el traductor. Antes que él, también lo fueron quienes nos han acercado al castellano la manera de decir de la autora neoyorkina: Gragera, Chirinos, Rosenberg y Peyrou. Muñoz Molina, tan amigo de la poesía ultramarina del norte (Simic, Ashbery), ya está tardando en descubrírnosla en una de sus columnas de Babelia, o lo mismo ya lo ha hecho y no me he enterado. 
Los poemas de Praderas siguen un patrón. Relacionado con los personajes odiseicos de Penélope y Telémaco, sobre todo, si bien no faltan las figuras de Ulises (aquí Odiseo) y Circe; y por las "parábolas" que contiene. Algunas tan logradas como la de los cisnes ("mientras / el macho creía que el amor / es lo que uno siente en su corazón / la hembra creía / que el amor es lo que uno hace"), el vuelo o el regalo.
A Telémaco le dedica numerosos poemas. Alude en ellos (desde el título) a su desapego, sus remordimientos, su bondad, su dilema, su fantasía y su confesión. De Penélope resalta su terquedad. Más allá de este tipo de poemas escritos mediante el recurso del monólogo dramático (habla de ellos, pero también de ella), destacaría los que dedica al amor y al desamor, al matrimonio y a la pareja. Como "Puerto deportivo", El deseo más sincero", "El deseo" ("Pedí lo que pido siempre. / Pedí poder escribir otro poema") o "El sueño". No falta la sutil ironía marca de la casa y cierto, sereno desgarro. Todo, claro, desde la elegancia que caracteriza a esta mujer. Y la inteligencia. En "Nostos" leemos: "Miramos el mundo una sola vez, en la niñez. / Lo demás es memoria". En "Parábola de la paloma": "cambia de forma y cambiarás de naturaleza. / Y esto es lo que nos hace el tiempo". Y en el precioso "Mañana lluviosa": "Todos podemos escribir sobre el sufrimiento / con los ojos cerrados".
El tono conversacional, incluso con fragmentos dialogados, dota a estos versos de esa genuina naturalidad a que nos tiene acostumbrada la mejor poesía estadounidense.
Los libros de Glück despiertan en uno la inmediata necesidad de relectura. Porque soy consciente de que a la primera no agotan su potencial poético y porque su poesía es, en mi caso al menos, adictiva.  Puede que por eso le perdone lo que tiene de oficio. Sus temas reiterados y la repetición de metáforas, ritmos y estructuras: el taller. Como bien dice su traductor: "Eso no quita para que pocos tengan la agudeza (y a la vez, delicadeza) de análisis psicológico que tiene ella. Aún así, creo que tiene cosas provechosas para un lector/poeta/tradición español(a): esa forma de construir el relato de una experiencia a base de destellos y puntos de vistas diferentes, sin caer en lo puramente narrativo ni lo puramente lírico (o precisamente porque cae en las dos a la vez), me parece algo de lo que podríamos aprender".
Si no tiene formada una opinión, lo tiene fácil.