6.8.17

Leer, leer, leer...

William Faulkner
Algo, no demasiado, ha sacado uno en claro de la lectura de El odio a la poesía, de Ben Lerner (Topeka, Kansas, 1979) de la muy cara y exquisita Alpha Decay, en traducción de Elvira Herrera Fontalba. El año pasado cité unas declaraciones suyas a Eduardo Lago en torno a este libro, aún no traducido entonces al castellano. Puede que haya gente que odie la poesía, que muchos la desprecien, pero a mí los que me interesan son los que la aman. Lerner pone al frente de su ensayo “Poetry”, el famoso poema de Marianne Moore: “A mí también me desagrada. / Al leerla, sin embargo, con el más completo / desdén hacia ella, / uno descubre que, a fin de cuentas, en ella hay / un espacio para lo genuino.”. De ahí parte. «Podría decirse de la poesía que es el arte imposible, porque trata de llegar, según Allen Grossman, más allá de lo finito y lo histórico y alcanzar lo trascendente y lo divino, algo imposible teniendo en cuenta el carácter de finitud que condiciona su creación».“El poema es siempre el registro de un fracaso”, escribe.
Confieso que he leído su libro con un ojo puesto en la polémica lírica de moda. Que ahora sean muchos (y más que van a ser, según Juan Palomo) los que se digan lectores de poesía es tal vez la prueba de que no se refieren a lo que hasta ahora (y mira que van siglos) hemos denominado así. Siempre para la inmensa minoría, mal que nos pese. Aunque si sumamos lectores, siglo a siglo... Veremos lo que aguantan los parapoetas. En algo tiene Lerner razón: «lo único inimaginable es un mundo sin poesía».
Para demostrar lo que ésta es, basta con leer el impresionante Partitura, del sueco Gunnar Ekelöf (Estocolmo, 1907-Sigtuna, 1968), libro póstumo que ha traducido, quién si no, Francisco J. Uriz (gracias al cual conocí, como tantos, sus Poemas, que publicó Plaza & Janés en 1981), autor de un sucinto e iluminador prólogo. Se publica en la colección Voces sin Tiempo de la benemérita Fundación Ortega Muñoz. Ha cuidado la edición (con diseño de Julián Rodríguez y J. L. López Espada) Jordi Doce, que codirige con uno un invento que, poco a poco, va creciendo y consolidándose. Este es el quinto libro. Y no hay quinto malo, dicen. 
Enfermo de cáncer (ya se ve que mis últimas las lecturas se han cruzado inevitablemente con la situación familiar que uno ha sufrido), a punto de partir hacia Túnez (lo que al final no pudo ser), Ekeloöf compone una serie de poemas (amén de algunas anotaciones a propósito de alguno de ellos y de su precaria salud) que huyen del exhibicionismo y la queja, que van más allá, a lo más hondo. "Porque a mí / se me concedió / ver", dice en el primero. Personajes de la antigüedad griega (hay unas oportunas notas al final) se mezclan con la pasión y el amor (a su mujer, a quien dicta estos versos), la enfermedad y el dolor (que era mucho, constante). Al final, todo se resume en ese "pensar en la muerte, ver la vida a través de la muerte" que anticipó en un escrito de 1930. 
Luis Bagué Quílez (Palafrugell, 1978) se presenta a los premios de Visor. Y los gana. En esta ocasión ha sido el Tiflos, con Clima mediterráneo, un libro, lo diré pronto, que me ha gustado. Al final del volumen publica una "Nota mediterránea" donde aporta detalles acerca de los poemas, además de explicitar procedencias y dedicatorias. Algunos ya los habíamos leído; por ejemplo, en la revista Suroeste, los de la serie "Hecho en España". La política, la sociología, la literatura, el arte (hay relación entre este libro y otro suyo reciente: La Menina ante el espejo. Visita al museo 3.0), la publicidad y la historia son fuente de inspiración de los versos de un libro unitario y magníficamente construido. Los poemas son breves y no faltan veloces haikus. Del Mare Nostrum surgen casi todos (ese mar da para bastante, ya se sabe) y de entre ellos destaco "Contra lo sublime (Variación sobre un tema de Kay Ryan)", un poema sin duda redondo. "Estos versos constituyen un caleidoscopio cultural cuyas estampas salen a un mundo que ha suplantado la verdad por la interpretación para no caer postrado ante lo insoportable”, dice de ellos Ángel L. Prieto de Paula.
Dije haikus y haikus son los que agrupa el profesor y haijin Ricardo Virtanen (Madrid, 1964) en Nieve sobre nieve (El sastre de Apollinaire), un título que toma de Fujiwara No Teika. Es el tercer libro de este tipo de poemas de origen japonés que publica, tras La sed provocadora y Sol de hogueras. Son haikus clásicos, donde la naturaleza cobra la máxima importancia y casi todo el protagonismo. En la sección "Casi silencio", eso sí, se adelgazan aún más y tienen sólo dos versos y no tres, como suele ser habitual. A instancias mías, me comenta Virtanen que "no son haikus propiamente dichos", al modo tradicional, y precisa que "se trata de un invento mío, al menos en el haiku en castellano". "En japonés, añade, ha sido Taneda Santoka mi referente". Y sigue: "Recuerdo ese haiku magnífico: Moscas que sobreviven / Y guardan mi memoria. Es complejo así, a bote pronto, hablarte de cómo he llegado a esa depuración extrema, pero mi meditación sobre el haiku y sobre su esencialidad me ha llevado a experimentar en dos versos, debido a que el haiku de tres versos en definitiva conlleva un planteamiento / nudo / solución, en la mayoría de los casos. Al eliminar un verso suelo prescindir del planteamiento. O incluso del desenlace, o de una parte de ambos. (...) De esta manera dejo un poema mucho más abierto y esencial. Es el lector el que debe imaginar, lejos de mi imposición". No hace falta añadir que son una delicia de sensibilidad y lirismo.