12.6.17

Vuelve Tejada

Razón de ser, de José Luis Tejada (El Puerto de Santa María, Cádiz, 1927), se publicó por primera vez en 1966, aunque en el prólogo se desmienta lo que reza en la contracubierta, esto es, que fue en el 67. Sólo por ese texto, firmado por Juan Bonilla ―que el de Jerez me permita el exceso― ya hubiera merecido la pena rescatar este libro del injusto olvido, algo que no sólo tenemos que agradecerle a él, sino también al arriesgado editor Javier Sánchez Menéndez, un hombre convencido de que no sólo los poetas jóvenes merecen una oportunidad.
Tejada no tuvo suerte, digamos, de pertenecer a una generación como la suya: la del 50. Tampoco le vino bien empezar a publicar tan tarde. Con todo y con eso, lo ha dicho mucho mejor el prologuista: “Las jerarquías literarias, el afán por reducir la literatura a una serie de nombres, la selección nacional de cada época, el hecho mismo de que las antologías suelan ser antologías de poetas y no de poemas, suele tener como consecuencia que los nombres de un buen número de poetas interesantes, verdaderos, queden rezagados u ocultos, fuera de los templos en los que se veneran a los autores del canon”. Más adelante advierte de “los riesgos que corre el deporte de dividir a los poetas en grupos generacionales”, que aquí se practica, “al menos, desde el 98”, y del peligro de “convertir la literatura ―y la poesía― en una competición”. Y lo dice, claro está, porque esa es la razón de que, no ya poetas, libros, se hayan quedado en las cunetas de los manuales y, en consecuencia, lejos de los lectores más desavisados.
Por razones de edad, conozco la obra de Tejada desde joven, aunque, como tantos, no haya sido capaz, hasta ahora, de situarlo en el lugar que sin duda merece. Ya advierte Bonilla que Jaime Siles hizo por rescatar sus versos en la antología Desde un fracaso escribo (Fundación José Manuel Lara. Colección Vandalia, Sevilla, 2006), que pasó hace una década, ay, sin pena ni gloria. Allí, el autor de Semáforos, semáforos escribe: “La obra poética de José Luis Tejada participa de los rasgos generacionales del 50, pero con significativas diferencias que explicitan su singularidad. La primera de ellas es su idea del lenguaje como habla más que como lengua, que Tejada interpreta y asume al modo de Lope y en la línea de la lírica popular; la segunda es el tono moral, que Tejada entiende como testimonio, por un lado, y como compromiso ético por otro, aunque, en su caso, ambos traducen una visión transcendente y cristiana que lo aparta del grueso de su generación”.
Somos con frecuencia, como sostiene Bonilla, “el peor tipo de cosmopolita que se puede ser: aquel que piensa que todo lo que viene de fuera es interesante y nada de lo que se produce a quinientos quilómetros a la redonda puede tener mucha importancia”. Acierta también con las palabras que explican el alcance e intenciones de este libro que quedó finalista del premio Leopoldo Panero en 1965. Lo ganó La carta, del militar ferrolano de Intendencia José Luis Prado Nogueira, quien ya había alcanzado, aunque nadie lo recuerde, el Premio Nacional por su libro Miserere en la tumba de R. N. en 1960. Por cierto, el año que se publicó el libro de Tejada, 1966, el que consiguió el Nacional fue Arde el mar, de Pere Gimferrer (cuando aún el galardón oficial se llamaba Premio Nacional de Literatura “José Antonio Primo de Rivera”). Decía, tras esta arqueológica digresión, que Bonilla da en el clavo cuando dice: “Aquí quien manda es una soledad existencial que parece producto de un desencanto al que no se le puede oponer otra cosa que los mismos versos en los que se nos da cuenta de él”. Y contra el desencanto y la soledad, el amor. Porque, y cita Tejada a San Juan, “El que no ama permanece en la muerte”. Sí, contra la muerte está escrito también, lo que evidencia el poema “Hijo de la muerte”, que figura en la sección final, “Otros poemas”, dedicado a la de un hijo que no llegó a nacer.
No es extraño, en fin, que Bonilla mencione “la vida auténtica” y la “autenticidad que emociona” para referirse a poemas como el que acabo de citar. Ni que apele al “lector sensato” que busca poesía para encomendarle la lectura de Razón de ser. Empieza: “No hay solución. Ni a solas ni con nadie”. Sigue: “¿Quién no está solo?” No se olvida de “los solitarios incurables”. Y en el primer poema de “Consolaciones” (por la carne, la amistad, la estirpe) leemos: “Amar es más difícil que parece; / ser amado, imposible”. Se atreve a orar (años sesenta) por “los españoles sin España”: “que nadie les pregunte ni les haga / fiesta a ninguno nadie, como que son de casa”, Y escribe incluso la palabra “exilio”.
Al principio, para abrir la sección que da título al libro, hay un epígrafe de Wilfred Owen que dice: “Hoy día lo más que puede hacer un poeta es advertir”. Pues eso. 

Razón de ser
José Luis Tejada
La Isla de Siltolá, Sevilla, 2017

NOTA: Esta reseña se ha publicado en el número 3 de la revista de creación y crítica Heterónima