28.6.17

Lo jondo

La Sevillapedia dice de Lutgardo García Díaz (Sevilla, 1979): "médico y cofrade". Luego menciona su Pregón de la Semana Santa de 2012. Olvida, en consecuencia, que, además de ginecólogo (ejerce en el Hospital Universitario Virgen del Rocío) y pregonero, es poeta. Autor de La viña perdida (Rialp, 2014), que mereció un accésit del Premio Adonais y de Lugar de lo sagrado, Premio Hermanos Machado, que convoca el Ayuntamiento de su ciudad natal en colaboración con la Fundación José Manuel Lara, publicado en la colección Vandalia. Se suma a esa lista La llave misteriosa, su tercera entrega, que edita Renacimiento en Calle del Aire. Mal que me pese, es el primer libro suyo que leo y me ha sorprendido. 
En la dedicatoria, donde figuran su padre y su tío Manuel, ambos muertos, alude a los "que me contaron esta historia". ¿A qué historia se refiere? A la del flamenco, que es "misterio y memoria", al decir de Juan Lamillar, quien firma el breve pero vigoroso texto de la contracubierta. Y usa, sí, la poesía para desvelar esa memoria y ese misterio. ¿Qué instrumento mejor? En según qué manos, cabría precisar. Las de este hombre resultan perfectas a tal propósito, incluso para quienes no somos aficionados, y, todavía menos, conocedores de ese noble y antiguo arte que, casi sin querer, identificamos con Andalucía.
Aborda ese asunto desde el retrato. El de los cantaores, bailaores y guitarristas a los que dedica los poemas que lo componen. Al fondo, primer maestro y guía, Federico García Lorca.
Trae a colación Lamillar el dramatis personae que se incluye al final del volumen, más que mero "complemento", prosa tersa e informada, llena de emoción, sobre esos personajes, donde la literatura prima. Del diecinueve y mediados del veinte en su mayoría, por más que alguno siga vivo, como José Valencia. Quiero decir que el autor recurre a las fuentes, que más que de agua son de fuego. Pura fragua, por volver a lo lorquiano (y a la cita de Aquilino Duque).
"La queja", el primer poema da la medida exacta de la ambición de su autor al escribir este libro. "Yo he visto..." o "Yo vi..." ¿Qué? Lo que lograron transmitir con su arte Juan Talega, don Antonio Mairena, Franconetti, La Niña de los Peines, Antonio el Chocolate, Gloria, Naranjito, Joaquín de la Paula, José de Paula, Manuel Torre...
En la segunda parte, "Orígenes", se aprecia a la perfección la tarea lingüística, digamos, que justifica, en tanto que poesía, este libro. Sus osadas metáforas, pongo por caso, y el rico vocabulario que se ajusta, en lo barroco, a lo que se cuenta y canta. La imaginación al servicio del misterio, diría, porque encontrar las palabras precisas para desvelarlo no es tarea sencilla. Se trata, acaso, de poner voz a algo que es, por su naturaleza, inmaterial y abstracto. El ay, el quejío, el lamento como alma flamenca.
Me gustaría destacar las composiciones que trasladan al lector una atmósfera, un clima de época que da a estos versos la tonalidad más pura de esa forma de ser; así, "D. Antonio Chacón en Villa Rosa", "Juanito Mojama" (donde encontramos la expresividad de ese arte capaz de aunar a un cantaor con Rilke), "19 de agosto" (con la Guerra Civil al fondo), "Zambra 1947" (y Cádiz), "London Palace, marzo de 1955", "Córdoba, mayo de 1962"... Impresiona "Muerte de Manuel Torre".
"Mirad...", se nos dice, con la intención de que seamos testigos de lo que se narra.
Lo autobiográfico no falta. En el poema "El número cuatro", por ejemplo.
"La verdad sólo existe en la pureza", leemos, lo que no deja de ser una clave poética para comprender el fundamento de esta obra. Y en otro sitio: "Es un don la elegancia", que podría aplicarse al tono que usa Lutgardo García.
Con Sabicas, Agujetas, Chano Lobato o José Menese se cierra este emocionante ciclo por la memoria y filosofía del flamenco. Del más puro, sí, y por eso de las más genuino o verdadero.
Ningún aficionado debería perderse esta lección por derecho. Tampoco los lectores sin anteojeras, de cualquier de los puntos cardinales. Al fin y al cabo, esto es poesía.