2.1.17

Poemas de Eugénio de Andrade

Ya anunciamos aquí que la editorial Polibea (que ha iniciado la serie "Poesía Latinoamericana de Ahora" con sendos libros de Zurelys López Amaya -que prologa Verónica Aranda- y Jamila Medina Ríos -que introduce Ariadna G. García- , las dos cubanas) había fundado la colección Orlando Versiones y que en ella ya habían visto la luz tres títulos. Además de las Odas de Keats y los Claros de Ramos Rosa, Blancura, una antología de poemas de otro portugués: Eugénio de Andrade, en versión de Miguel Losada. 
Dije antes luz y esta es una palabra clave en la poesía del de Póvoa de Atalaia (1923), en La Raya, y en este "itinerario poético" de alguien al que Losada califica, en su apasionado y entusiasta prólogo, de imprescindible. Así es. Como que la suya es "una de las escrituras más intensas y más llenas de misterio de la poesía europea del siglo XX".
Esa luz andradiana, fruto de "una obsesión por la claridad", "blanco en lo blanco",  es la que a uno le acompaña desde hace mucho, desde que me deslumbró por primera vez (al menos en forma de libro) gracias a la antología de Ángel Crespo en Plaza & Janés (1981) y a las traducciones ejemplares que hizo de sus poemas Ángel Campos Pámpano (como Materia solar y otros libros, en Galaxia Gutenberg, o Todo el oro del día, en Pre-Textos), donde uno se ha sentido más cerca de la voz del portugués que se carteó con Cernuda.
Su "oficio de paciencia" se centra, sí, en la luz, una luz que viene de su tierra natal, del sur, de los veranos y la cal. De la limpia pobreza que define sus orígenes. Andrade es un poeta mediterráneo al que no le falta el mar (no en vano vivió y murió en Oporto, en 2003). "Canto solar", sin duda. "Contra la luz, nada podéis". Poesía "hecha con la sustancia de la luz".
Y con esa suerte de transparencia, más que un mero fenómeno físico, la onmipresente figura de la madre. La infancia y su más perdurable paraíso. Y el amor: "Nunca el amor fue fácil, nunca". O: "la belleza de los jóvenes que se aman es melancólica".
En la muestra (bilingüe), treinta y cuatro poemas decisivos. Destacaría: "Corazón habitado", "Casa en la lluvia", "Había una palabra... (de su libro Materia solar), "Dejo a Miguel..." (su sobrino), "Surcos del verano", "Sur" (Assim: arder do ar), "Último poema", "El lugar más cercano", "La poesía no va" ("Lengua de fuego del no, / camino estrecho / y sordo a la abdicación, la poesía / que es una especie de animal / en lo oscuro que rechaza la mano / que lo llama"), "No llueve" ("No podría vivir donde la luz / fuese extranjera"), "La pequeña patria" (La del pan; / la del agua..."), "Escribo" ("Escribo para subir / a las fuentes. / Y volver a nacer").
Este verso resume lo que Andrade logró: "Hablé de todo cuanto amé". Ha sido un placer volver a recordarlo. 

Dejo a Miguel las cosas de la mañana:
la luz (si no estuviera ya corrompida)
camino del sur,
el suelo limpio de las dunas desiertas,
un verso donde los guijarros son
de porcelana,
el ardor casi animal
de una granada abierta.