21.1.17

Los Diarios de Robayna

Mundo, año, hombre es el título (tomado de la "rueda" de San Isidoro) de la tercera entrega de los diarios del profesor, poeta, ensayista y traductor Andrés Sánchez Robayna (Santa Brígida, Gran Canaria, 1952). Antes había publicado, también en FCE, La inminencia (1996) y Días y mitos (2002)El subtítulo precisa las fechas de estas nuevas anotaciones, que van de 2001 a 2007. En el "Prólogo" resume el alcance de este "combate contra el tiempo" —una suerte de "memorial"— en dos palabras: "Testimonio y crítica". ­­
"Escribo Diarios porque no puedo hacer pensamiento puro", afirma, aunque el tono meditativo marque el devenir de estas páginas (550) donde podemos encontrar, sin orden de importancia, reflexiones sobre la poesía, suya y de otros (como en muchos diarios, el diarista, que lee, incluye citas de distintos autores para hacerlas suyas o debatir sobre ellas); sobre la pintura (es un acreditado especialista y son constantes las menciones a pintores como Tàpies, Morandi, Gaya, Balthus, Sicilia, Broto, Chillida...) y la música (resultado de su condición de apasionado melómano); la traducción (que lleva a cabo solo o en el Taller de Traducción Literaria de la Universidad de La Laguna); las religiones y lo sagrado (anterior, según él, a aquéllas y que "las sobrevivirá"); la neurología en todas sus variantes, etc.
La casa familiar de Tegueste es uno de los centros de interés del libro. Desde allí observa el mundo. Y el paisaje. El cercano (que describe con frecuencia en términos de sensibilidad climatológica: lluvia, viento, atardecer, amanecer, noche, rayo verde, estación...) y el lejano, algo natural en este isleño cosmopolita, lo que demuestra que se puede vivir en la periferia y no ser provinciano. De hecho, una parte sustancial de estos Diarios (como él los nombra, con mayúscula) se dedica a los viajes, casi siempre relacionados con su trabajo docente o con su faceta de traductor y escritor. Viajes, cabe añadir, de un hombre culto, pendiente de los museos, los libros, la historia, los monumentos, las ruinas y, en fin, todo cuanto tenga que ver con esos lugares. Así, los que realiza a Grecia (en dos ocasiones), Marruecos (con escala en Tánger), Alemania, México, Cuba, Colombia... Y a ciudades como Bruselas, Roma, París, Londres, Lisboa, así como a sitios de la península: Madrid, Barcelona (donde estudió), Menorca, Almería, Soria, Bilbao, Salamanca, Sevilla, Santiago de Compostela, León... Mil destinos que visita este inquieto viajero muy relacionado, a lo que se ve, con ese selecto club internacional de poetas que rondan el Nobel. Zagajewski, por ejemplo, con el que tiene varios encuentros. Y ya que nombro a alguien, bueno será destacar que abundan las referencias a sus maestros, Octavio Paz y José Ángel Valente, y a otros autores como Juan Goytisolo, Yves Bonnefoy (que prologa su última antología: Al cúmulo de octubre, recién aparecida en chez Visor), Eugenio Montejo, un joven Jordi Doce... No faltan, en este mismo sentido, menciones a los amigos muertos: Haroldo de Campos, Eugenio Granell, Claudio Guillén, Mario Luzi... Rara vez menciona Robayna en sus diarios a Pepe o a Juan, digamos. De ahí, entre otras razones, lo de "diario de escritor", como reza en la solapa. 
En lo que respecta a sus lecturas, abundan los comentarios sobre los diarios de Gide, Seferis, Jünger, Ferreira, Cioran... O sobre los Cuadernos de Valéry, que traduce en esos años.
Dije viajes y no añadí que casi siempre los hace acompañado. De M. A veces, de A. Su mujer y su hijo, respectivamente. Por eso uno ha sentido una mezcla de dolor y felicidad mientras leía esas páginas, a sabiendas de que esos intensos relatos en los que apreciamos la compañía de M. como cómplice necesaria no volverán. No a partir de los diarios de 2015: Marta Ouviña Navarro, que fuera jefa de la Sección de Humanidades del Servicio de Biblioteca de la Universidad de la Laguna, falleció en octubre de 2015.
Son sustanciales los razonamientos sobre su libro más conocido: El libro, tras la duna, publicado en 2002.
La Provincia
Menudean las reuniones con poetas a los que admira, como Eugénio de Andrade, en su casa de Oporto. O con otro portugués, António Ramos Rosa, ya en su decrepitud, al que visita, en compañía de Ángel Campos Pámpano, en su piso de Lisboa. (Por cierto, me hubiera gustado que, además de nombrar al poeta extremeño, hubiera añadido algún comentario acerca de él o de su obra.) Emocionante me ha resultado también la visita a la casa del arquitecto mexicano Luis Barragán. Como acertada le parece a uno su apreciación sobre las bibliotecas personales, no tan autobiográficas como Manguel sugiere si tenemos en cuenta la cantidad de libros que ocupan sus estantes por voluntad ajena, o el capítulo de  los sueños, que narra con cierta asiduidad.
Se echan de menos algunas reflexiones sobre la tensa recepción de la antología Las ínsulas extrañas, si bien aborda ese asunto de pasada; en relación, pongo por caso, a su crítica negativa y general de la poesía española actual y a la irrenunciable naturaleza americana de nuestra lírica. También llama la atención, en sentido anecdótico, la pormenorizada lista de los hoteles y restaurantes que visita en todos y cada uno de sus viajes (que aparecen aquí con sus nombres respectivos), así como ciertos, inevitables rasgos de vanidad que sin duda chirrían en un poeta tan elegantemente invisible como él. 
Las opiniones sociales y políticas añaden poco al conjunto. Tampoco aportan gran cosa sus ataques a un singular poeta de las tradiciones (y acreditado diarista) al que no nombra. Lo curioso es que ambos comparten íntima amistad con otro protagonista de este diario: Juan Manuel Bonet. Vuelve, con sentido crítico, sobre Cernuda y muestra reparos por la poesía de Szymborska (al menos en español) o por las reflexiones de Steiner, con el que coincide en uno de sus viajes a Marruecos.
Como en su poesía, el rigor es aquí virtud y éste un memorial que ante todo da fe de la vida de un hombre.  

Nota: Esta reseña (sin enlaces) ha aparecido publicada en la revista Clarín, nº 126.