30.11.16

El que escribe

Antonio Moreno lleva un año intenso. Primero publicó en Renacimiento Unos días de invierno, inesperado libro de haikus; ahora, No lejos, en Newcastle Ediciones (una aventura de Javier Castro), con la imagen de Il tuffattore en la cubierta; y queda por salir un diario de viajes extremeño, coeditado por Pre-Textos y la Fundación Ortega Muñoz. Eso por no hablar de Cantó un pájaro. Antología esencial 2002-2016 de Vicente Gallego que ha editado (prólogo y selección de poemas) para FCE. Sus lectores, no cabe duda, estamos de enhorabuena.
Recoge en éste una excelente colección de prosas reflexivas en torno a la memoria y al paisaje que se localizan, de ahí el título, cerca de su propia casa, en Elche. Pocos viajes, sin embargo, más exóticos y lejanos que los que uno realiza por los alrededores de su cuarto. Por eso, uno de los textos es tan elocuente: Genius loci, inspirado, en parte, por un libro del arquitecto noruego Christian Norberg-Schulz sobre el espíritu del lugar.
En todos utiliza, lo que da unidad y coherencia al conjunto, la fórmula "el que escribe", sin apenas variaciones: "quien ahora escribe", "el que esto escribe"... "Ver, andar, leer" podría ser su lema. El de quien explica que "escribir para él es más bien una forma de mirar". En ellos, con la "mirada atenta", este solitario "observador de la naturaleza" lo mismo relata las sencillas peripecias de un paseo en bicicleta que recuerda a sus amigos en la Plaza del Arrabal; que comenta un cuadro de Carlos de Haes (uno de los fragmentos más interesantes de la obra) o evoca los recuerdos de su abuelo José Guerrero (como mi abuela Feliciana, de 1900) en su casa de Murcia, viajero en los trenes de España. Además del paseo, la arquitectura o la pintura, está entre sus intereses la arqueología, a la que dedica otra de las entradas, siempre trufadas de citas de autores clásicos o de referencias artísticas sin que por eso parezca el que escribe un pedante o un erudito. Si por algo se caracteriza la poética de Moreno (en su obra no cabe hacer distingos por géneros) es por su naturalidad, esa voluntad de llaneza cervantina que se va acrecentando a medida que pasan los años.
En la segunda parte reúne sus meditaciones en torno al silencio (plasmadas en el ensayo que prologaba la antología Vida callada), así como los artículos "Un conflicto antediluviano", que vio la luz en la revista Clarín, y "Hamlet, nostalgia del silencio", que apareció en su blog Aquí y ahora, donde se recogieron en su día otras páginas del libro.
Un puñado de imágenes relacionadas con lo dicho (el saltador de la tumba de Paestum y una fotografía de su padre en salto parecido, su abuelo en un andén de la estación de Alicante a finales de los cincuenta, Cezanne caminando, reproducciones de distintos cuadros: de Ramón Casas o el mencionado Carlos de Haes) cierran el delgado volumen que, además, guarda en medio una pequeña joya: el poema "Camino de la Piedra Escrita", que tuvimos ocasión de dar aquí como primicia. Gracias.

28.11.16

La poesía de González-Haba

Vayamos por partes. En mi reseña sobre Se pierde la señal, de Joan Margarit, había una postdata que rezaba: «Le queda a este lector una pequeña duda patriótica: quién será ese "Baudelaire / ressec d'Extremadura" (ese "seco Baudelaire de Extremadura") que aparece en el poema "J. A. G. H."». En otra entrada posterior se develaba el misterio. La titulé "El Baudelaire extremeño" y en ella me hacía eco de lo que me contó al respecto el propio Margarit, a quien uno había escrito para que me desvelara el misterio: "Se trata de mi amigo José Antonio González-Haba Guisado, de Trujillo", decía en su carta. En efecto, en la ciudad extremeña nació, en 1948.
Dos personas se pusieron en contacto conmigo a partir de ese momento. Un antiguo compañero suyo en el colegio de Villafranca de los Barros (donde estuvo Ferlosio) que me mandó una fotografía de la orla colegial (de 1955), y un vecino suyo de Madrid que le trató mientras estuvo casado con Marichita. Éste, que tenía 8 años entonces, me contaba que "era una persona divertida, un genio original, cercano y tremendamente cariñoso. Pasaba todo el tiempo que podía con él en su casa participando de tú a tú de todas las genialidades que se nos ocurrían. Los dos éramos personas muy creativas y fue la primera vez que me sentí de igual a igual con un adulto. Pintábamos, escribíamos poesía, forramos una pared de cajas de huevos para insonorizarla, hacíamos maquetas que llenaban la casa entera... Un sueño. Me acuerdo del día que nacieron sus gemelas, Sonia y Eva (a las que Toño y yo llamábamos "Evisonia", como si fueran una sola, dice luego), que lo acompañé al hospital y no hacía más que preguntarme si estaba bien peinado. Luego se separó y no volví a saber de él hasta que he leído tu preciosa entrada". 
Su viejo y fiel amigo Joan Margarit, que coincidió con él -de 1956 a 1961- en el Colegio Mayor San Jorge de Barcelona, ha conseguido que, ya muerto (falleció en 2009), con la ayuda de Eva, una de las hijas de G-H, de Javier Bozalongo, el editor, y de varias personas más a las que menciona en el capítulo de "Agradecimientos", ha conseguido, digo, que la obra de este hombre deje de ser por fin inédita y su poesía pase a formar parte de la literatura española del siglo XX. Gracias a  Puente de Hierro, el libro que publica Valparaíso, rescatado de una carpeta encontrada entre el caos de sus últimos días donde rezaba "papeles importantes". Amén del prólogo de Margarit, cuenta con un epílogo de otro cómplice necesario en esta aventura: Luis García Montero, quien alude a estos poemas como "el testimonio íntimo de un esfuerzo", de "una experiencia solitaria", de "un diálogo de soledades". El libro, afirma, "rescata la experiencia de alguien que buscó en la poesía la configuración de una identidad". Antes, al principio, Margarit, en un prólogo que es más que eso, porque la emoción aflora, nos explica que G-H "había programado una obra mucho más vasta, casi imposible, diría yo", ya con el título de este libro.
Si, como recuerda Trapiello, toda vida da para una novela, la del Einstein, como le llamaban sus compañeros de estudios, es sin duda apasionante. Nació en el seno de una familia trujillana católica, numerosa y acomodada. No terminó Derecho. "No quiso un oficio" (de hecho vivió mucho tiempo de los amigos). Fue un outsider, un desplazado, y "no sólo literario". "Era inteligente y buena persona". Un tipo lúcido de "mente delicada" que no encontró la suya (la vida a que aspiraba o merecía, quiero decir), entre otras cosas porque aquella era la España franquista, una nación que menospreciaba (y menosprecia, ahí seguimos) la cultura. "Temía la complejidad de la vida", según Margarit.
Cuenta éste que tenían su cuartel general en el Café de la Ópera, donde descubrieron a Neruda, ese "gran mal poeta", al decir malévolo de Juan Ramón.
Su periplo empezó, ya se dijo, en Trujillo y pasó por Barcelona, Madrid y Paredes de Melo (Cuenca) donde, tras ser concejal de cultura, acabó viviendo en un edificio abandonado de la estación. Para Margarit, un Hölderlin "ya sin refugio. Ni material ni poético". La suya fue "una larga decadencia". Su matrimonio con Marichita Peña (1970) duró poco, pero le dio lo mejor que tuvo: sus hijas mellizas, Eva y Sonia, a quienes se dedica el libro, que nacieron ese mismo año.
¿Y los poemas? Es posible que el lector desavisado se fije demasiado en esa agitada vida de maldito y no atienda como es debido a los versos que la justifican. Y son, me temo, lo que más importa. Lo que, hijas mediante, queda de él. Su pequeña verdad.
En un momento dado leemos: "Provocadas o sufridas / nunca fueron mediocres mis desgracias". "Estáis solos. Atrozmente solos. / Peligrosamente solos. / Sobre el volcán de toda soledad". "No soy un poeta jubiloso. / No soy un poeta insomne. / No soy un poeta maldito. / Estoy sordo. / No soy un poeta". "Lector, cuánta grandeza en lo que es / y cuánta amargura, cuánta, cuánta, / en lo que nunca fue". "Lector, tampoco yo soy yo". Y: "nada es más que un solo hombre". Son versos que he subrayado y que demuestran de qué poesía estamos hablando.
En otro sitio alude a su "pueblo", con ironía y distancia. Muchas veces se retrata en su cuarto escribiendo: "Esta tarde / estoy sentado a la mesa / de tu cuarto / y sé que soy un extraño". La casa es otro motivo recurrente: "Del mundo de las casas / hay siempre algo que huye".
Y más y más versos: "Por estos tiempos de arrastre / sentimos más que pensamos". "Las noches me aplastan, me derrotan".
Confiesa Margarit que nunca le escuchó hablar de sus padres "en términos de afecto o consideración", de ahí: "Como los potros / olvidad a vuestro padre / y olvidad a vuestra madre".
El poeta que fue se afirma en versos como: "A solas bajo un cielo / espléndido y remoto". O: "el salvaje silencio de mi selva". Los veinticuatro cantos de "El caballo", en fin, ese largo poema que mandaba una y otra vez a su amigo, dan fe de su intensa batalla con la poesía, aunque fuera desde la digna posición del derrotado.
"No es nada la tristeza. / No es nada la alegría", escribió, y cosas tan terribles y lúcidas como "donde yo estoy no está nadie" o "a mí mismo me reúno / y nada tengo que decirme".
Termina Margarit sus memorias de González-Haba -del que ha sido, digamos, su Max Brod- evocando al hombre con sus "eternas gafas oscuras" que él relaciona con el deslumbramiento. El que le produjo "la dureza del mundo y de la vida", pero también, ay, "la belleza".

27.11.16

Con Jordi Doce

La penúltima vez que atravesé de noche placentina bajo el diluvio fue el pasado mes de febrero, para asistir a la lectura de Pablo Fidalgo en Centrifugados. La última, el pasado viernes, para acompañar a Jordi Doce en la presentación de No estábamos allí. Fue, gracias a Álvaro y Cristina, en La Puerta de Tannhäuser (donde anoche escuchamos encantados a Cristina Fernández Cubas). Se ve que esta ciudad fundada ut placeat Deo et hominibus se empeña en cumplir con su lema y apenas recibe a un poeta del norte le ofrece el natural (para ellos) amparo de la lluvia. Por otra parte, también en las presentaciones de Sevilla y Salamanca le acompañó el agua. Íba con Marta Agudo y con Jordi por la plaza cuando se me escapó la frase políticamente incorrecta: era, sí, una noche perra. Eso debió afectar al ánimo de los lectores placentinos que se quedaron en casa y a lo calentito. Porque no era sólo la lluvia, que había estado cayendo inmisericorde todo el santo día, sino el frío, envuelto en el aire que venía de la cercana nevada piornalega. Un puñado de valientes, con todo, no se arredró. Y eso que ganamos. 
Estuvimos de acuerdo en dedicar la velada a la memoria de Ángel Campos Pámpano, porque era el octavo aniversario de su muerte y aún le queremos. A esa misma hora era recordado, como cada año, en su pueblo, San Vicente. Echamos de menos a Gonzalo y María José y deseamos al novelista Bayal suerte con el premio que al final ganó en Oviedo, el Tigre Juan. Como no pretendía ser un acto vulgar donde se echan flores a los amiguetes, defendí el lugar central de Doce en la poesía de nuestro tiempo, por su ejemplar trayectoria como poeta, traductor, ensayista y editor, entre otras tareas. Posición que ha venido a justificar del todo el magnífico libro que nos reunía, más que uno de los mejores del año. Tras el análisis crítico de la obra, tomó la palabra el protagonista que, además de comentar algo de lo dicho por uno y acerca del libro, leyó algunos poemas. Era la primera vez que asistía a un lectura suya de versos, o eso creo. Me gusta mucho cómo los lee y renuncié de inmediato, apenas empezó, a mi primera intención de decir en voz alta "Suceso", uno de los mejores poemas del conjunto. Ya que lo menciono, a ese poema le dedica en "Notas y agradecimientos" un texto que en su día se publicó en la revista Ínsula y que favorece su lectura. Algo que volví a apreciar no sin inquietud cuando fue comentando algún detalle o anécdota que se esconde detrás de otros, lo que abrió esos poemas a nuevas o más exactas interpretaciones que a mi modo de ver los enriquecían. Por eso me gustan las lecturas públicas con poeta de por medio. Supongo que para otros, incluidos algunos autores, esas explicaciones no deben producirse. En todo caso, porque no implican una limitación al libre entendimiento de quien lee, prefiero que el poeta se preste a descifrar algunas claves de lo escrito, como hizo al caso. Tras un breve diálogo entre quienes (sí) estábamos allí, nos fuimos a tomar algo al Ansano. La noche no estaba para exploraciones más profundas ni para rutas más largas. Eso lo dejamos para ayer, mientras Jordi y Marta iban Vera arriba camino de Madrid.

26.11.16

Sibila, y van 50

Parece mentira y sin embargo ya han pasado cincuenta números de la revista Sibila por encima de nosotros. Estuvimos allí, en la Residencia de Estudiantes, en la presentación del número 1 del memorable invento de Juan Carlos Marset (que acaba de publicar libro en Tusquets: Días que serán). Corría el año 1995. Aquella primera entrega ya era lujosa, en el mejor sentido. De parte de la elegancia, que nunca es llamativa, y no de la ostentación. Diseñada por Joaquín Gallego e impresa en ese papel de Amalfi fabricado por la casa Amatruda que da verdadero placer tocar (Marset contó en una ocasión: 'Es un papel que se hace en Amalfi desde hace siglos. Se dice que lo trajo Marco Polo cuando regresó de China. En el Valle de los Molinos, en la parte alta de Amalfi, están documentadas más de 20 fábricas de papel. La única fábrica que queda es la Casa Amatruda, que nos hace el papel'). Fue la noche que conocimos a Vila-Matas, uno de tantos fieles colaboradores de esta aventura ultramarina cuya larga existencia celebramos con alegría. 
Tras su primera época, seis números del 95 al 98, llegó la segunda, a partir de 2001, la que sigue en pie contra viento y marea gracias, entre otras cosas, al patrocinio de la Fundación BBVA. Y ahí, con Marset, la infatigable Patricia Ehrle, su mujer, que la dirige. En su consejo editorial: José Cobo Romero, Luis de Pablo, el citado Joaquín Gallego, Antonio Gamoneda, Antonio Garrigues Walker, Cristóbal Halffter, Cristina Iglesias, Hans-Ulrich Gumbrecht, Mercedes Monmany, Pedro Lastra y Mario Vargas Llosa. 
La revista, no se olvide, incluye grabaciones musicales y audiovisuales en formato digital y tiene en el arte ese tercer pilar que la sostiene. Porque la ocasión lo merecía, este número lleva en la cubierta una obra de Miquel Barceló, del precioso Cuaderno de artista realizado en Sudán que ocupa las páginas centrales del volumen. 
Los textos reunidos, también son de lujo. Un par de certeros sonetos de Caballero Bonald ("La vida es un larga sucesión de batallas / y apenas si recuerdas las que ya se han perdido"); un canto en las postrimerías de Gamoneda ("Fragmentos de lo que puede ser una despedida", lo titula); poemas de Circe Maia (seguimos a la espera de la antología de Jordi Doce que la coloque, digamos, en nuestro mapa); versos sicilianos de Jaime Siles; hasta diez inéditos de Luis Alberto de Cuenca; poemas de Blanca Luz Pulido, Courtoisie, el propio Marset, Mujica (con libro nuevo en Visor), Morábito, Fran Cruz, Restrepo, Ripoll (flamante Loewe de este año, que aquí publica un extenso poema que ganó el 'Ángel García López' de Rota), Deltoro, Duque Amusco (Alejandro), Erri de Luca (del que Seix Barral publica su poesía completa)... 
Granés escribe sobre Octavio Paz... y el arte. Hay relatos de López Ortega y Haslinger. Un interesantísimo artículo del pensador portugués Eduardo Lourenço titulado "Religión, religiones, laicidad". Unas prosas en torno a la memoria de Elisa Lerner. Beatriz Amorós presenta la música vocal de Fabián Panisello y Silvia Dabul, las "Canciones de Silvia", incluidas en el cedé que acompaña esta entrega. Por fin, el jurista Antonio Garrigues Walker, el diseñador Alberto Corazón, el exministro César Antonio Molina (al que recuerdo, junto a su mujer Mercedes Monmany, en la cena que siguió a la presentación del primer número de la revista), Pedro Ordóñez e Ilan Stavans (viejo compañero de estudios de Marset en Nueva York) hablan de Sibila, de su espíritu, de su forma, de sus logros...
Mención aparte merecen algunas colaboraciones. Así, el ensayo de Adam Zagajewski, "Café a la turca", sobre Wisława Szymborska y los tres poemas de la premio Nobel polaca en versión de Abel Murcia y Gerardo Beltrán. También el emocionante texto de José Miguel Oviedo sobre la muerte de su amigo, el poeta peruano Eduardo Chirinos, del que se publican cuatro poemas (Pre-Textos acaba de publicar un libro póstumo: Naturaleza muerta con moscas).
Porque es necesaria, deseamos larga vida a Sibila. Lo conseguido no es poco. Que sirva de acicate para lo que vendrá. Sus lectores seguimos a la espera. 

25.11.16

Poesía en femenino

"Lo siento, pero creo que la poesía femenina en España no está a la altura de la otra, de la masculina, digamos, aunque tampoco es cosa de diferenciar. (…). No hay una poeta importante ni en el 98, ni en el 27, ni en los 50, ni hoy. Hay muchas que están bien, como Elena Medel, pero no se la puede considerar, por una Medel hay cinco hombres equivalentes”.
Estas declaraciones a la periodista Nuria Azancot del editor Chus Visor, publicadas en El Cultural, el suplemento más serio de la prensa española, levantaron hace unos meses una gran polvareda en el pequeño patio de la lírica patria. Y sin embargo, en estos últimos tiempos, algo ha empezado a cambiar en lo que respecta a la recepción de la poesía escrita por mujeres en España. Vaya por delante que uno no hace distingos, que para mí la poesía es una y, de clasificarse, bastaría con decir que es buena o mala. O mejor: que lo es o no. Sí, con independencia del género de quien la escribe. Lo único que me preocupa, más allá de la incómoda guerra de sexos que suscita, es que este asunto, como parece, se acabe convirtiendo en una moda. Como la del haiku o la del aforismo. Por lo pronto, han aparecido recientemente varias antologías de poemas escritos en exclusiva por mujeres. Así, Poesía soy yo. Poetas en español del siglo XX (1886-1960) (chez Visor), de Raquel Lanseros y Ana Merino, una amplia antología de casi mil páginas que reúne poemas de ochenta y dos mujeres de este y el otro lado del Atlántico. O (Tras)lúcidas. Poesía escrita por mujeres (1980-2016), de Marta López Vilar (Bartleby Editores), donde se reúnen versos de veintinueve poetas nacidas a finales del siglo XX.
Y no sólo antologías. Rosa García Rayego y Marisol Sánchez Gómez han editado 20 con 20: diálogos con poetas españolas actuales (Huerga & Fierro) y la citada Medel, la poeta de moda, da a conocer en forma de libro Cien de cien. Poetas españolas del siglo XX (La Bella Varsovia), otro florilegio (que surgió en forma de blog) destinado a rescatar voces apartadas o no del todo reconocidas.
Otra muestra de poesía joven publicada este año, Nacer en otro tiempo. Antología de la joven poesía española (Renacimiento), de Miguel Floriano y Antonio Rivero Machina, optó por la paridad, de manera que el número de hombres y mujeres incluidos se iguala.
En la misma línea vindicativa, Genialogías (Tigres de papel), una colección de libros de poesía femenina que han inaugurado María Victoria Atencia y Juana Castro. Y ya que lo menciono, conviene recordar que la veterana editorial Torremozas, centrada en ellas, ha alcanzado ya los 300 títulos.
Más allá de vanas polémicas, de sangrantes olvidos, de modas efímeras, de desequilibrados recuentos de ganadoras de premios literarios o de sillones con letra de mujer en la Real Academia, lo que importa, en mi modesta opinión, es que ningún poema de ningún poeta (dignos ambos de tal nombre) quede fuera del alcance de los lectores. Esté escrito, faltaría más, por un hombre o por una mujer.

Nota: Este artículo, destinados en principio a los lectores griegos (como todos los que publico en esa revista), ha aparecido en el número 16 de Frear.

24.11.16

Atwood dixit

Mi amigo Carlos Medrano me envía una bonita respuesta de la poeta y novelista canadiense Margaret Atwood a la pregunta "¿Cómo se enfrenta a las críticas?", que le hace Inés Martín Rodrigo (para ABC): "Ahora yo misma hago reseñas basándome en la teoría de que si nadie donase nunca sangre, no habría sangre. No tengo un trabajo de crítico, sólo hago reseñas de libros que me gustan o que tengo algo que decir sobre ellos".

23.11.16

Lanseros y Hernández en EC

Raquel Lanseros
Madrid, Visor, 2016. 268 páginas. 

Raquel Lanseros (Jerez de la Frontera, 1973) es autora de Leyendas del promontorio, Diario de un destello, Los ojos de la niebla, Croniria y Las pequeñas espinas son pequeñas, libros que se agrupan ahora en Esta momentánea eternidad. Poesía reunida (2005-2016), una edición que incluye poemas exentos e inéditos.
Al frente de la obra, once años de "largo camino", firma un breve prologo que resulta al lector útil y preciso. En él declara que la poesía es ante todo un "acto de amor" y que en ella se mueven "muchas fuerzas de índole afectivo". Amor a las palabras, a las raíces, a los libros, etc. Cita a Brodsky para explicar que ambos "operan en la misma dirección pero en sentido contrario", que "parte de lo finito para llevarnos hasta el infinito".
También indica que pretende facilitar el acceso a libros agotados o inencontrables; cinco entregas que recupera íntegramente, "sin ningún cambio", tal cual se editaron, por "devoto respeto a lo que quedó escrito". Lo otro sería "falseamiento", dice. El título, procedente de un verso propio, alude a "un modo personal de encapsular un tiempo y unos sueños". Aboga por la libertad y la rebeldía.
Los poemas están escritos con un lenguaje donde conviven el tono narrativo (y dialogado) con el lírico, la línea clara y la imaginativa (lo real y lo imaginario), lo racional con lo inspirado. Cabe destacar su elegante ritmo lento, una música personal y encabalgada que realza, sin forzarlo, cuanto expresa. O el uso de una abundante adjetivación, así como de suaves metáforas terrestres o geográficas, digamos, basadas en símbolos asequibles como barcos, islas, reinos, ríos, cataratas o fronteras.
Poemas viajeros y ultramarinos, con nombre de lugar, propios de alguien que ha vivido en muchos sitios, pero que siempre vuelve. Poemas sentenciosos y reflexivos. De la memoria y el conocimiento. Poesía autobiográfica, en torno "a la existencia propia". De mujer. Frágil, más allá del tópico (fragilidad y poesía van de la mano), a la intemperie. Poesía del amor (y del desamor), un asunto clave para cualquiera que acaso sea el más frecuentado por Lanseros. Léase “Contigo”.
Sus personajes suelen ser seres anónimos o genéricos: un hombre, una mujer (más en Los ojos de la niebla) y no faltan presencias insoslayables: la de su familia, por ejemplo, ya sea la madre o un bisabuelo. 
"No hay verdad más profunda que la vida", escribe. De eso da fe.

Antonio Hernández
Calambur, Barcelona, 2016. 176 páginas. 

Con su libro anterior, Nueva York después de muerto, publicado en 2013, Antonio Hernández (Arcos de la Frontera, 1943) consiguió el Premio Nacional de Poesía y el de la Crítica. Perteneciente a la denominada Generación del 60, junto a poetas como Diego Jesús Jiménez, Félix Grande o Jesús Hilario Tundidor, brumosa tierra de nadie de la poesía española comprimida entre dos famosas promociones: el Grupo del 50 y los Novísimos, Hernández, reconocido con números premios y honores, es autor de una profusa obra poética que agrupó en Insurgencias (Poesía 1965-2007).
Viento variable reúne poemas escritos entre 2010 y 2015, como se nos explica en la “Nota de autor”, y forma parte de lo que llama “poesía total”, porque toma recursos de otras artes; versos de carácter “dicotómico y epicolírico -canto y cuento-“ donde poesía y literatura “se funden” con oficio. Aunque hay una “voluntad de autonomía de cada poema”, se organizan en “grupos temáticos emocionales” que encabezan diferentes epígrafes de autores dilectos.
El tono, más prosaico que prosístico, se adapta bien a los asuntos relatados, que tienen que ver, sobre todo, con la biografía del autor (“Voy a contarles mi vida”). Recuerdos y anécdotas de cuando era niño (la infancia protagoniza una de las partes, la de “Ruego”, “Primeros pasos”, “Nostalgia”, “Rumor de la infancia”, “El embargo”); paseos de jubilado por calles y parques (la vejez es otro tema habitual); situaciones cotidianas con nietos, hijos, mujer y demás familia (con evocación del abuelo Manolito Ramírez y del primo Pepito el Rana) o con amigos (Claudio Rodríguez, por ejemplo); los “paraísos perennes” o “imperdibles” (con menciones a los maestros: Borges, Rosales, Lorca, Alberti); la música (donde no falta el flamenco); la preocupación social (una constante en su poesía)… Sí, este libro es, entre otras cosas, una suerte de memorias y tiene algo de balance o ajuste de cuentas. Principalmente, consigo mismo (así en el machadiano “Mea culpa”). O cuando alude a lo sucedido con los citados premios (“Pavoneo”, “Pompas fúnebres” y los que componen la sección que inaugura una cita de Vallejo), si bien cifre su “éxito definitivo”  en “poder / jugar con los nietos”. La ironía (léase “Anónimo veneciano”) juega a favor del libro, a pesar de poemas como “Tautología” o “Insidias”. “¿Cómo se puede odiar a un tipo como yo?”, pregunta. “Nunca me las di de maldito”, subraya. Ahí ve uno esta poesía entre la autocomplacencia y la acritud respecto a sí mismo. 

Nota: Las reseñas de los libros de Raquel Lanseros y Antonio Hernández se publicaron el pasado viernes en El Cultural.

22.11.16

Sol Gallego-Díaz dixit

Henri Cartier-Bresson
En un precioso y atinado artículo, como suelen todos ser los suyos, el titulado "Buenas enseñanzas para la ley de educación", donde recuerda la carta que Albert Camus envió a su maestro con motivo de la concesión del Premio Nobel de Literatura ("Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza no hubiese sucedido nada de esto"), la periodista de El País escribe: "La educación debería hacernos comprender que leer, dominar la técnica o sobresalir en el manejo de Internet no nos hace mejores ciudadanos ni mejores personas. Finlandia, el país que ofrece la mejor educación del mundo, según multitud de estudios y de expertos, tiene un alto porcentaje de votantes ultraconservadores y xenófobos. Se puede recibir una educación exquisita y utilizarla para ser intolerante o cruel, o para lo contrario. Lo que deberíamos aprender en la escuela es justamente que una cosa u otra dependerá de nuestra propia decisión, individual, y que no está prefijada". Sí, como le decía el autor de El extranjero al señor Germain: “Creo haber respetado, durante toda mi carrera, lo más sagrado que hay en el niño, el derecho a buscar su verdad”.

Presentación


21.11.16

Afro

Guillermo López Gallego (Madrid, 1978) es traductor y diplomático. Publicó su primer libro de poesía en 2008: El faro, en la misma editorial, Pre-Textos, donde aparece Afro, un libro compuesto por un solo poema. Éste ocupa impreso desde la página 11 hasta la 32 (21) y las notas del autor que le acompañan van de la 35 a la 50 (15).
El título no tiene pérdida. Estamos en África, en Liberia, un país a orillas del Atlántico asolado por las guerras civiles, y más en concreto en su capital: Monrovia. Por eso indiqué un dato necesario: que López Gallego trabajaba como diplomático. 
La lectura del libro me ha resultado gratificante, es verdad, pero con un punto de desazón. Me explico. Cuesta un poco centrarse en los versos si a cada paso se ha de ir a las mencionadas indicaciones que figuran al final del libro. Tampoco ayuda, hablo de mí, que la primera palabra de cada verso esté escrita siempre con mayúscula, a la manera, por ejemplo, de Cernuda, una costumbre muy inglesa, ni que, por no dominar como es debido precisamente el inglés, se inserten en el texto numerosas citas en ese idioma, sobre todo de los letreros religiosos que llevan los taxis monrovianos o de las inscripciones y grafitis que pueblan los muros de las calles de esa ciudad ruinosa y apocalíptica, cuyo sentido, siquiera en parte, uno se pierde. Cabe decir que una segunda lectura lineal, sin necesidad de consultar esas glosas, devuelve a esta suerte de crónica su fuerza originaria y nos hace apreciar, en su verdadera dimensión, sus altos logros. Sí, porque estamos, sin duda, ante un libro importante. Poema y notas, ya que éstas forman parte del mismo y no faltan en ellas fragmentos de un diario personal y otras referencias ineludibles para una cabal comprensión. A uno le recuerda, cómo no, el famoso The Waste Land, de Eliot, siquiera sea por esa suma de versos sobre la devastación y por el detalle de las acotaciones que lo acompañan, ya decía que para nada prescindibles.
Estamos ante el paisaje después de una batalla. O en medio de la guerra, no sé. La mirada del testigo es cruda, nada complaciente. Más cuando enferma y narra su delirante experiencia hospitalaria contra el paludismo, la malaria, las fiebres tifoideas y la tuberculosis, acaso la parte más intensa de Afro.
Mujeres, niños-soldado, platos típicos y playas vírgenes se entremezclan con ácidas visiones de miseria y desolación: "No diferencio realidad de presente", leemos. Ahí "el oscuro deseo de sufrir", un verso de Césario Verde que, como otros epígrafes de distintos poetas, incorpora López Gallego a su obra. "Lo pintoresco no necesita testigos", escribe. Y: "Aquí llega la lírica con la lengua fuera". O: "Compiten las buenas maneras / Y el horror, / El horror". 
A uno le gustaría escuchar este polifónico canto triste en voz alta, leído, pongo por caso, por quien lo ha concebido. Me da que su oralidad es clave a la hora de abarcar su sentido por completo, de ahí lo que comentaba acerca del inglés y de cómo a uno ese pormenor se le escapaba.
Luis Bagué Quílez remata su reseña de Afro en Babelia con estas palabras: "un libro original y deslumbrante. Todo un acontecimiento". Tal vez no le falte razón. 

20.11.16

Picoteo revisteril

En la ovetense Clarín, por ejemplo, los artículos de Aitor Francos sobre la melancolía de su paisano Blas de Otero y el que dedica a los Panero José Manuel Benítez Ariza; la conversación de Bueres con Prada, que no tiene desperdicio; los diarios de Rivero Taravillo, que viaja a la Hidra griega del desaparecido Cohen; los deliciosos paseos familiares de Àlex Figueras por el Bajo Ampudán de Josep Pla o por L'Empordanet, como le gustaba decir al autor del Cuaderno gris; así como las notas venecianas de Lamillar en busca de 1951 y de la fiesta que dio en esa mítica ciudad acuática el francés de origen vasco Carlos de Beistegui tras adquirir el Palazzo de Labia.

En Años Diez, las sabias notas sobre traducción del políglota Jesús Munárriz (que acaba de publicar en su editorial, Hiperión, Las flores del mal, de Charles Baudelaire, una tarea que inició a los quince años y que ha culminado a los setenta y cinco); los poemas rescatados del argentino Rodolfo Wilcock; la "Quête de Cirlot", a cargo de Enrique Andrés Ruiz (que la coordina), Luis Alberto de Cuenca y Enrique Granell, con motivo del primer centenario de su nacimiento; y los versos de dos poetas griegas (en versión de María López Villalba y Juan Manuel Macías): Katarina Anghelaki-Rooke y María Lainá.

En Quimera, Jordi Gol entrevista a mi admirado José Luís Peixoto, que acaba de publicar en España Galveias, y María Bastianes y Andrés Catalán traducen "Poema de las rosas", de Franco Fortini.
El número incluye un completo dossier sobre el misterioso escritor Thomas Pynchon, uno de esos autores al que cabría llamar de culto.
Laura Gomara dedica, por su parte, un texto a Nápoles, que "como todas las grandes urbes, afirma, tiene muchas caras"; con visita, entre otras, a la tumba de Virgilio.

En la neoyorkina Cuadernos de humo, en el cuarto número de Donde está el fuego, los versos de Dickinson y Tate y los del resto de colaboradores de esta nueva entrega que edita Hilario Barrero con humildad y primor: Nicolás Corraliza, Antonio Cruz Romero, Gema Estudillo, Ernesto Frattarola, Manuel Gahete, Francisco Javier Gallego, Juan Ignacio González, Antonio Jiménez Millán, Isabel Marina Valdés, Gregorio Muelas, Antonio Praena y Mª Rosa Serdio. 

19.11.16

Borges en Sevilla

Lo cuenta José Luis García Martín en sus diarios: «Abelardo Linares paseó con Borges por Sevilla (también estuvo con él en Buenos Aires) y mientras tomamos un café en el Starbucks de la calle Alemanes me cuenta algunas de sus anécdotas. Un pésimo poeta local se empeñó en leerle, frente a la Giralda, media docena de sonetos que le había dedicado. “Debe ser triste, maestro, no poder contemplar esta maravilla”, le dijo. “Sí –respondió Borges–, es triste para mí ser ciego y es una suerte para ella ser sorda”».

17.11.16

De un eco extraño

Siempre que voy a hablar de un presunto desconocido, consulto antes el buscador del blog. Por si lo he mencionado ya, a pesar de que no me lo parezca. La memoria es frágil, ay, más a estas edades. Hice lo propio con Constantino Molina. Me sonaba mucho. Fue después de leer el libro que voy a comentar y antes de ponerme a esta tarea. Di con él. Claro, lo cité porque figura en la antología de poesía joven que prologué hace poco: Nacer en otro tiempo, y a propósito de un verso suyo incluido en la antología Tenían veinte años y estaban locos. Decía: «Ustedes que no han leído nunca a Claudio Rodríguez / me van a comer la polla». "Dan ganas de salir corriendo", añadí. No era para menos. Ahora, tras la lectura de Silbando un eco extraño, me cuesta trabajo reconocer al autor de aquellas palabras y de poemas como el que figuraba en esa antología que critiqué a costa de que la poeta de moda, no sin antes recriminarme la opinión, me retirara el saludo tal vez para siempre. Entonces, Constantino Molina (Pozo-Lorente, Albacete, 1985) aún no había publicado su primer libro, Las ramas del azar, Adonais en 2014. Ahora, se nos informa de que ese libro acaba de ganar el Premio Miguel Hernández, esto es, el Premio Nacional de Literatura en la modalidad de Poesía Joven.
Leído sin prejuicios (ya dije que todo lo que cuento viene más tarde), el libro me ha parecido espléndido. La cabra de la cubierta, de Fernando Ferrara, fue el primer estímulo, además de que lo avalara Hiperión y tuviera por añadidura un premio que tuvo en su jurado al editor, Jesús Munárriz, a Amalia Bautista y a Carlos Marzal. Que Molina fuera de provincias y, en concreto, de Albacete, donde se ha consolidado un grupo de poetas importante (que cuenta ya con su correspondiente florilegio), fue otro acicate. No me equivocaba. Es lo que tiene la madurez, poco importa cuándo se alcance. Así, en "El círculo perfecto" (que me lleva a Vinyoli), leemos: "Ahora ya no buscas la manera / de cerrar ese círculo perfecto. / Ahora sólo aprendes de las cosas / la manera de verte calmo y lúcido, / seguro pero injusto, / incierto pero vivo". "Soliloquio en mí mayor" comienza: "He llegado a un lugar / en el que sólo puedo ya decirme/ de una sola manera". Y termina: "Ya tan sólo me asombro, / escucho y miro. Canto y lo celebro". En "Alfiler", por fin", escribe: "Muchas veces me sobran los adornos / y con saberme vivo / ya tengo suficiente". Creo que estas pinceladas apuntan siquiera por dónde van los tiros. Nada que ver, sí, con viejos alardes vanguardistas ni rancias peroratas provocadoras. La vida y sus consecuencias ("Tú le hablabas al cielo. / Yo tenía los pies en la tierra." reza "Lost in translation"), esto es, un puñado de poemas que hablan de un individuo que vive, observa y se asombra. Dan fe de ello piezas tan logradas como "Piedra negra", "Flores de plástico", "La ducha", "Marathon blues", "Canción atávica", "La caja de zapatos" (paradigma de esta forma de decir, una suerte de poética), "Cuatro poetas", "El olor de la victoria", "La cabra" (tan sustancioso como el dibujo de la portada, un himno vital: "Aunque penséis que no / yo siempre tiro al monte, / lugar que no desgasta las palabras, / y me pierdo en la voz que siempre dice / aquello que se esconde tras el verbo.") o el que cierra el volumen, que da título al libro, que concluye: "Hacia un lugar sin nombre me dirijo, / y camino, desnudo, como el aire, / silbando un eco extraño." Para mí (lo digo como elogio), ese eco no es sino el de la poesía de siempre. Por eso copio "El luthier", que recalca, según creo, cuanto acabo de decir.

Ya afilados la gubia y el formón
elige una madera envejecida.

Con el lento contacto de sus manos
comprueba su secado y su tersura.
Palpa la veta y huele sus aromas.

Respira la madera que se mantiene viva
a pesar de los años sin su bosque.

Al mismo tiempo, en Bosnia, 
la semilla de un arce cae al suelo
lentamente, girando en espiral,
al compás de una pieza de Stravinsky.

El Premio de Ángel

La Asociación Cultural «Vicente Rollano» de San Vicente de Alcántara convoca el III Premio Hispano-Portugués de Poesía Joven «Ángel Campos Pámpano», dedicado a la memoria del profesor, poeta y traductor sanvicenteño que con tanto afán enseñó, difundió la poesía y fomentó su lectura entre los jóvenes estudiantes, según las siguiente bases:

1ª En este premio podrán participar todos los autores entre 14 y 18 años que estén cursando estudios de Educación Secundaria y Bachillerato en centros de Extremadura y Alentejo, y en el Instituto Español «Giner de los Ríos» de Lisboa,  durante el curso académico 2016-2017.
2ª Los concursantes podrán presentar un poema o un conjunto de poemas, que no haya sido publicado con anterioridad, en lengua española o portuguesa, de forma y temática libres, y de una extensión entre 40 versos y 100 versos, o una equivalencia en líneas si se tratase de un poema o varios poemas en prosa.
3ª Los textos presentados podrán estar escritos en portugués o en español y deberán remitirse, preservando el anonimato, a la secretaría del Premio, preferentemente por vía electrónica preservando el anonimato, a premiocampospampano@gmail.com o por correo postal al IES Joaquín Sama (Departamento de Lengua Castellana y Literatura). Avda. Las Laudas, s/n, 06500 San Vicente de Alcántara. Badajoz. España, antes del día 21 de marzo de 2017. Si se hace por correo electrónico, la obra se presentará en archivos word o pdf, y la plica, con los datos del autor (nombre, dirección postal y teléfono), se incluirá como otro archivo adjunto —se denominará «Plica»— en el mismo mensaje. Si es por correo postal, la plica irá en un sobre cerrado con el seudónimo en el anverso. Para los envíos por vía electrónica se recomienda la utilización de una cuenta del centro educativo del que provenga el concursante u otra que no desvele su identidad.
4ª Se otorgarán un primer premio que consistirá en 500 euros, diploma acreditativo y una obra original del pintor Javier Fernández de Molina; y, en su caso, un accésit  con diploma acreditativo y un lote de libros o material informático por valor de 100 euros. A los premiados se les obsequiará con un ejemplar del libro La vida de otro modo [Poesía, 1983-2008] (Madrid, Calambur Editorial, 2008), de Ángel Campos Pámpano.
5ª La entrega del premio, que deberá ser recogido en persona por el galardonado, se celebrará en San Vicente de Alcántara en el mes de mayo de 2017.
6ª El jurado, compuesto por escritores y profesores españoles y portugueses, muy vinculados a la figura de Ángel Campos Pámpano, que podrá declarar desierto el premio, hará público su fallo en mayo de 2017. La Asociación Vicente Rollano de San Vicente de Alcántara propiciará la publicación de los textos premiados.
          7ª La participación en el concurso implicará la aceptación total de sus bases.
San Vicente de Alcántara, 2017.

Nota: Se agradecería a los lectores de este blog que además sean profesores de Secundaria y Bachillerato su amable colaboración para difundir estas bases. Si animan a sus alumnos a participar, mejor. Muchas gracias. Muito obrigado.


16.11.16

Pérdida del ahí

Tomás Sánchez Santiago (Zamora, 1957) es autor de los libros de poesía La secreta labor de cinco inviernosVida del topoEn familiaCiudadanía y El que desordena, así como de la antología Detrás de los lápices. También de las prosas de Para qué sirven los charcosLos pormenores Salvo error u omisión, y de la novela Calle Feria (Premio "Ciudad de Salamanca"). Tras una larga espera de diez años vuelve a la poesía con Pérdida del ahí, que publica Amargord.
El libro consta de tres partes. La primera, "La fruta está quieta", gira en torno a la propia escritura, "el proceso con que el poema va cuajando a su modo en el creador, que conoce la indefensión verbal en principio y llega, generalmente a duras penas, a la convicción consciente de que está escribiendo un poema, de que se expresa por fin en el perímetro de la poesía", como ha explicado con la debida clarividencia el propio Sánchez Santiago. "No tengo de mi lado al lenguaje", dice. O: "Pero habrá que cantar". Este es un viaje hasta "las palabras escondidas, / las que la nieve atravesó / con su dulzura enorme". Aunque en "Último recado" leamos: "No esperes demasiado de la lucidez / si de nombrar se trata". Y: "escarbar: / el oficio del poeta". De ahí, tal vez, la constante presencia de la palabra "uña".
La segunda, "Las acumulaciones", agrupa poemas (escritos, digamos, en prosa) donde los motivos, acumulados a lo largo de la última década, tienen un marcado carácter "de denuncia social". Ahí, entre otros, la tala de árboles de las márgenes del Duero por su Zamora natal, la dejadez, "los maridos cansados" ("Maridos" es un poema que impresiona), los curas pedófilos, "las palabras del frío", los enfermos en los hospitales ("Perfectamente, perfectamente"), los relojes que consuelan en la noche, el Norte (sus hombres, sus ciudades), las "cosas que nos han seguido", el padre, la lección de Holan contra "lo llamativo": "No, ya nunca buscarás las horquillas del mundo en la brillantez. Crees cada vez más en los residuos y en las constelaciones del desdoro" (la emoción de la mugre, que diría el poeta de Praga, ciudad a la que dedica un poema), la crisis (más que un mero accidente histórico), la incompetencia, "la amistad terminal", la memoria histórica y los muertos que perviven en las cunetas y, cerrando la serie, Ángel Campos ("Cuarto aniversario"), su amigo del alma. Por encima de todo, el dolor, que supura en cada verso, y la memoria; de finales de verano, por ejemplo, cuando joven o niño, por tierras castellanas, a la orilla de un río. Más allá, el precario consuelo que proporcionan las palabras. Siquiera este refugio...
La tercera parte, "Pájaros extremos", se sitúa, según su autor, en "ese territorio desbordante que linda con la incertidumbre: poemas a recién nacidos, poemas a ancianos que ya viven en la calcinación, poemas sobre seres que experimentan un dolor intransferible, poemas sobre el desamor... La experiencia de lo extremo en diferentes versiones". Ahí, la madre y el "niño innumerable" que somos cada uno de nosotros, "estos días baratos / y sin amor", "manifestarse / y basta", "a nieve muerta, a lo que saben / los arrepentimientos", la desaparición del poeta José Diego, la vergüenza, la vulnerabilidad de todo, la compasión (una de las clave del libro), "la sinfonía hermosa del vacío", los nombres que se paran en la noche y sólo suenan como deben en el "hermoso desentono" que es la poesía, porque "aquí huele a nombres", leemos en el poema final (con cita de Muñoz Rojas).
Unas cuantas palabras verdaderas podría ser el resumen perfecto de este libro afilado, "sombrío como un trueno al anochecer", de resonancias gamonedianas, tal una "oscura melodía", en el que el resistente Tomás Sánchez Santiago se nos muestra desnudo y entero, sin trampa ni cartón, a tumba abierta, aunque aquí haya de todo menos vulgares frases hechas.
El lenguaje manda. Es él quien gobierna con mano firme esta dolorosa, lenta travesía por el desierto que habitamos. Sí, la verdad se abre paso por entre la fragilidad y el sufrimiento y nos deja un poso de amargura al tiempo que un firme sedimento de esperanza. No está todo perdido, como al cabo parece. No mientras haya hombres como Sánchez Santiago y libros como éste. La autenticidad puede ser revolucionaria. 

15.11.16

Berger dixit

"Yo no entiendo la ficción como categoría. Si quieres contar una historia no te vas a una categoría llamada ficción. Lo que haces es escuchar a la gente. El contador de historias es ante todo uno que escucha. Y lo que busca son historias que cuentan los demás, normalmente sobre su vida o sobre la vida de sus amigos. Para mí de eso va el contar historias, no la ficción”, dice John Berger a Juan Cruz en Babelia, ahora que cumple 90 años. Y añade: “Cuando estoy escribiendo un libro todo lo que pasa está, de una manera u otra, tocado por mi vida en ese momento. Pero cuando acabo el libro, buah, me olvido, lo borro de mi mente para hacerle sitio a otra historia”. Y luego: "Me vuelvo consciente de que hay algo que necesita ser dicho. Puede ser algo grande sobre el mundo, o algo sobre el aspecto de una flor en un jarro, por alguna razón o por otra. A veces me digo: quizá lo diga otro. Y a veces la respuesta es: no, si no lo dices no será dicha. Y entonces tengo que escribir".

14.11.16

Donde escribo

Proyecto Escritorio empezó siendo, allá por 2012, un blog ideado por Jesús Ortega que se ha transformado ahora en un precioso libro gracias a la exquisita editorial granadina Cuadernos del Vigía. Con todo, no es lo mismo, y no sólo porque el papel le dé un empaque distinto. Setenta y siete son los autores que reflexionan sobre el lugar donde escriben, aunque pocos lo llamen escritorio. No están todos los que estaban en el mencionado blog (alguno ha modificado incluso su texto) y se han incorporado al volumen veintitrés nuevas colaboraciones. Que escriben y, añado, que fotografían esa suerte de habitación propia, cuando hace al caso, lo que suele suceder la mayor parte de las veces. 
El libro lleva una introducción de Ortega que no deja de ser un breve ensayo sobre la escritura y sus espacios, subtítulo de la obra. Recuerda que ya abordó este apasionante asunto en Álbum. Una historia visual de la Huerta de San Vicente, la finca de la familia Lorca a las afueras de Granada. Explica, tras rastrear la pista de algunos teóricos del género, con Bachelard a la cabeza, que "toda fotografía es un relato", que "contiene una dosis de espectáculo" (para muchos, mostrar este espacio de la intimidad es una forma de desnudarse) o que esto es más que "un mapa de poéticas del espacio" porque la reflexión de cada escritor asume un papel fundamental y aporta un marco teórico que no estaba previsto en principio. 
Resume Ortega dos concepciones del espacio: "el escritorio que no precisa anclarse en un lugar concreto y el escritorio que necesita aislamiento, protección, encierro. Al primero le podríamos llamar escritorio mental o escritorio portátil". Entre los segundos estarían los "escritorios refugios, los escritorios islas, los escritorios sótanos..." Luego está el "escritorio cuerpo", el de la dramaturga Angélica Liddell
Esto no es una antología, precisa Ortega. La lista de colaboradores ha sido elaborada tan premeditada como azarosamente y, cómo no, faltan nombres que al compilador y a los lectores nos hubiera gustado que estuvieran. Entre los seleccionados hay tres extremeños: Gonzalo Hidalgo Bayal, Javier Rodríguez Marcos (de nueva incorporación, no estaba en el blog) y uno mismo. 
Sergio del Molino, que también está, escribía en El País, para celebrar el Día de las Librerías, un bonito artículo de libros sobre libros donde éste podría haber tenido cabida. Muy parecido a lo realizado aquí con los escritorios es lo que ha venido haciendo Jesús Marchamalo con las bibliotecas privadas de los escritores. Sí, como a Jesús Ortega, también a uno le "interesan los lugares por donde merodea la escritura". Por eso celebro desde mi humilde escritorio su feliz idea.

Nota: el libro se pone a la venta el próximo día 14. 

13.11.16

Primera entrega

Al umbral de las horas (Valparaíso) es el primer libro que publica Mario Vega (Oviedo, 1992), estudiante en la Universidad ovetense y editor de la revista maremágnum de arte y poesía; uno de tantos poetas, por cierto, de cuantos pululan, y para bien, por las calles de esa ciudad de la cultura donde el magisterio de García Martín, ya se comentó aquí, no puede ser esquivado. Dentro de ese amplio, plural grupo, que no empieza precisamente hoy, predomina una marcada línea experiencial o figurativa, la más cercana a su promotor y a la que pertenecería Vega; la misma que impulsa la revista Anáfora, la última de las inspiradas por el de Aldeanueva. Bastaría con señalar que la nota de la contracubierta del libro está firmada por Luis García Montero, quien, entre otras cosas, dice: "El poeta da ejemplos de admiración y de personalidad. El conocimiento de la poesía clásica y la herencia de sus maestros, que son convocados de forma directa o indirecta, se equilibra con una personalidad en la que inteligencia y sentimiento sirven para evocar, meditar, vivir y crear emociones. La poesía de Mario Vega es regreso, instinto de plenitud y pérdida, soledad y diálogo. Su memoria es un verdadero punto de partida. Su relación con el lenguaje quiere evitar los excesos y las rutinas. Quien sabe desde joven sentirse acompañado por la poesía puede acompañarnos con su palabra a los demás, convertirnos desde hoy en sus lectores". Y sí, de compañía puede hablar este lector que casi lo primero que querría destacar es que el libro venga sin la muleta de un premio; cosa rara, sin duda.
La juventud sería el asunto capital del libro. ¿Cómo iba a ser de otra manera? Y ya allí, el amor (al que dedica la serie "Amarilis"). Un amor diluido y sucesivo, por las almas y los cuerpos de diferentes muchachas en flor. Y con la juventud y el amor, claro está, los veranos. Y los recuerdos de playas y de chicas y amigos y atardeceres. A un paso de la infancia, la memoria evoca también momentos felices. 
Apoyado en los clásicos, ya se dijo (traduce a Catulo, cita a Marcial, Propercio y Píndaro), y en los contemporáneos (cercanos como LGM, Felipe Benítez Reyes, Fernando Ortiz -al que dedica un poema y con versos suyos cierra el libro- y Víctor Botas, o más alejados como Cavafis, Eliot, Cernuda, Gil de Biedma y Ángel González), la poesía de Vega, donde no faltan sonetos y tankas, transita por caminos conocidos o reconocibles, acaso demasiado frecuentados. Estamos, no se olvide, ante una ópera prima que, sin embargo, al decir de su mentor "es un excelente primer libro porque muestra ya las cualidades de Mario Vega y anuncia un camino abierto del que se puede esperar mucho". Eso es lo que deseamos y lo que se atisba en la parte final del libro, más desengañada y menos previsible, donde no faltan referencias a la soledad o a la muerte, donde encontramos poemas como "Al umbral de las horas", el que da título a la obra, o "La madurez", donde leemos: "La madurez tan solo es una máscara / que nos oculta el miedo a morir jóvenes". Antes, poemas como "La orilla", "Poética", "La tarde", "El tiempo" o "Desmemoria" nos confirman que hay, digamos, poeta. El que escribe: "La vida es bella en su imprecisa calma". El de "Introito":

Mi juventud lograda en tantos años,
mi rebeldía, mi inocencia intacta
las perdí en el instante
en que tomé la grave decisión
de medir estos versos
y entregártelos libres de ceniza,
sin las manchas que poco a poco, lento,
el paso de los días va dejándonos;
sin aquellas palabras que me llevo,
que arrastro y me hacen ser umbrío, necio,
y transido de vida.

12.11.16

Palabras de familia

Portada de Fermín Solís
Cualquier aficionado al cine o a la literatura, o a ambas cosas a la vez, sabe que en El desencanto, de Jaime Chávarri, Felicidad Blanc, viuda del poeta Leopoldo Panero, y sus tres hijos: Juan Luis, Leopoldo María y José Moisés "Michi", “narran sus vivencias, entrecruzan sus recuerdos, y aprovechan para cobrarse deudas pendientes”. Eso dice al menos la sintética Wikipedia. Se trata, con todo, de mucho más, de ahí que uno haya elegido ese título, ahora que cumple cuarenta años, para esta edición especial de Versión Original que alcanza su número 250.
Aunque rodada en 1974, doce años después de la muerte prematura del poeta, se estrenó en 1976 y para muchos es un hito de nuestro cine, si se me permite el exceso, y de lo ocurrido en ese periodo fundamental de nuestra historia que se dio en denominar la Transición.
No está del todo claro si es una película o un documental. Para uno es ambas cosas. Lo primero, porque en la pantalla aparecen cuatro actores consumados que desarrollan un más o menos ensayado guión: el de sus vidas. Lo segundo, porque, a pesar de los pesares, lo que ahí aparece es simple y llanamente la verdad. La cámara asume el papel de testigo y la excelente fotografía de Teo Escamilla, bajo la dirección del citado Chávarri, hace todo lo demás. Que esas imágenes estén en blanco y negro es un acierto capital. Lo mismo que la música: del romántico Frank Schubert. Le da a uno que la poesía, al menos la que aquí se destila, es propensa a los tonos grises. Que el misterio, que abunda, se lleva mal con los colores llamativos. También aporta esa luz en penumbra que toda buena conversación exige. No se imagina uno esos planos melancólicos de la casa familiar de Astorga con otros brillos. Mejor, ya digo, los apagados para un recóndito lugar castellano y para una época, la dictadura franquista (de la que el falangista Panero fue genuino representante como “poeta del Régimen”), definitivamente griste, que diría otro leonés: Andrés Trapiello. Es cierto que en algunos momentos la luminosidad impera, como esa secuencia donde la madre y dos de sus hijos visitan el Liceo Italiano y rememoran momentos felices de la infancia. La infancia, sí, y el verano bajo las encinas (“En estas encinas está toda mi vida”, reconoce Felicidad), que no dejan de evocar los únicos momentos felices vividos por esa familia. Una familia en diálogo permanente con la figura del marido y padre muerto, el mismo al que representa la estatua levantada en su honor en su ciudad natal, acto al que acuden la viuda y los hijos tal y como se muestra en las primeras escenas del documental (y en otras a lo largo del mismo), teñidas aún de rancio franquismo.
Los monólogos y conversaciones de los cuatro protagonistas giran en torno a muchas cosas y en ellas se entremezclan por igual la sinceridad (que se reconoce poco frecuente entre ellos) y la hipocresía. El teatro es consustancial a esta tragedia de tintes clásicos. Se aprecia en la serenidad y belleza con la que se conduce Felicidad Blanc, tanto cuando recuerda a su marido, al que sin duda quiso, como cuando intenta justificar su duro y complicado papel de madre. La burguesita madrileña que encuentra en la oscura provincia “silencio, tranquilidad, soledad”. En Juan Luis, en sus gestos y muecas, en su displicencia y su distancia con respecto a sus hermanos. En Leopoldo María, el loco de esa casa de locos (“La gran complicación de mi vida”, según su madre). En Michi, el asustado espectador. 
Como ha repetido el citado Trapiello, Leopoldo Panero, y su amigo Luis Rosales (que también aparece en la película) y, en fin, algunos poetas afectos, como ellos, al régimen de Franco, ganaron la guerra pero perdieron su sitio en los manuales literarios; en el canon de su tiempo. Panero no fue un mal poeta. Mucho mejor que otros situados, sin porqué, en ciertos pedestales. Lo curioso es que dos de sus hijos también dieran en poeta. El primogénito, Juan Luis, lo fue, digamos, de la experiencia y sus versos destilan un tono cernudiano, borgeano y anglosajón indiscutibles. Leopoldo María quiso ser un poeta maldito que siguió los pasos de otros atormentados como él; drogadicto y bebedor desde muy pronto, carne de cárcel y de sanatorio psiquiátrico. Esa tensión literaria se traslada a la vida, o viceversa, y las diferencias poéticas demuestran a las claras sus disensiones existenciales.
Los Panero, ahora que todos han muerto sin descendencia, jugaron a un “fin de raza astorgano”, y lo consiguieron.
La frustración, la derrota, el dolor, la enfermedad (en diferentes patologías), el exceso, la locura (“que no se deduce de la palabra, sino del gesto”), la bebida y las drogas fueron signos inequívocos de sus respectivas identidades y de eso da buena cuenta El desencanto, una palabra, por cierto, que define muy bien la temporada en el infierno que les tocó vivir. Al fondo, cómo no, la muerte. La del marido y padre, ante todas. “Me rejuvenecí”, dice Felicidad. A “la feliz muerte de nuestro padre”, alude uno de los hermanos. Por lo que supuso de cambio de rumbo para todos. De nueva historia. Desde la desconsolada viuda (qué intensos esos momentos en los que narra las últimas horas de su marido) a Juan Luis, que parece querer “ocupar el lugar del padre”, pasando por cualquiera de sus hijos que reconocen, por ejemplo, las dificultades económicas a que se vieron abocados desde ese fatal instante. Esa muerte marca un antes y un después para todos.
Gente rara, estos Panero. Personajes molestos. Histriónicos. Entre lo sublime, siquiera sea por la poesía que revelaron, y lo patético, a consecuencia de su sordidez angustiosa. Película o documental raro, el de Chávarri, que tuvo, conviene recordarlo, una secuela: Después de tantos años, de Ricardo Franco (1994), donde, esta vez en color, los tres hermanos vuelven sobre sus asuntos tras la muerte de su madre.
En los fotogramas finales de El desencanto aparece un poema impreso de Leopoldo Panero, “Epitafio”, que reproduzco aquí como colofón de este artículo sobre una película donde, para bien o para mal, la poesía y los poetas son un protagonista más.

Ha muerto
acribillado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días,
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina. 

Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne
aquí, bajo esta piedra.

Nota: Este texto se ha publicado en Versión Original. Revista de cine, nº 250, julio-agosto, 2016, págs. 28-29.

11.11.16

Diablotexto Digital

Diablotexto Digital es una revista de crítica literaria de periodicidad anual que publica la Universidad de Valencia. Su principal objeto de estudio, nos explican sus responsables (está dirigida por Josefa Badía Herrera y Javier Lluch Prats; la secretaría es de Luz C. Souto; la editora de sección «Sobretextos», Xelo Candel Vila; y tiene dos comités: uno de redacción y otro científico), lo constituye la literatura hispánica. "Primordialmente propone un acercamiento al campo literario desde diversos frentes de análisis, como la teoría, la crítica y la práctica literarias, la sociología y la historia cultural", explican. 
Pretende recuperar, en fin, el espíritu de diablotexto. Revista de Crítica Literaria (1994-2004), que, nos recuerdan, también vio la luz en el seno del Departamento de Filología Española de la Universitat de València, bajo la dirección de Joan Oleza, que es Director Honorífico de esta nueva etapa.
Sus secciones son: "Baza de textos: Estudios críticos" (en este número se trata de un monógráfico sobre la función social de la historieta coordinado por Luz C. Souto Larios y José Martínez Rubio), "Pretextos para el debate" (con un texto de Alfons Cervera: "Ese tiempo que avanza a trompicones") y “Sobretextos: Reseñas” (en esta nutrida sección aparece mi reseña sobre Di, realidad, el magnífico libro de Rafael Fombellida). 

10.11.16

Ángel Crespo en Badajoz

Oto/EP Extremadura
Antes de ayer se presentó en Badajoz el libro La voluntad de perdurar, de Ángel Crespo, que forma parte de la colección Voces sin tiempo de la benemérita Fundación Ortega Muñoz. Asistieron a la misma el sobrino del pintor, Clemente Lapuerta, la viuda del poeta, Pilar Gómez Bedate, y Jordi Doce, editor del volumen. Más información en El Periódico Extremadura y en los informativos de Canal Extremadura (a partir del minuto 30:18).

9.11.16

Claudicaciones

De dos libros del estudiante, poeta y antólogo Miguel Floriano (Oviedo, 1992), Tratado de identidad y Quizá el fervor, ya hablamos en su día aquí. Además, es autor de Diablos y virtudes y de Claudicaciones, que publica Renacimiento, así como de un par de plaquettes, una de ellas incluida en el libro que acabo de mencionar. Sí, este activo y apasionado estudiante de Filología en la universidad de su ciudad natal está incluido en varias antologías de poesía joven y es coautor, junto a Antonio Rivero Machina, de otra: Nacer en otro tiempo.
El que hoy nos ocupa es, parece una obviedad, su libro más maduro. No siempre ocurre, bien lo saben. Un libro ensimismado que gira en torno a lo amoroso (como desamor: una historia de amor fallida), y a él mismo, en tanto que sujeto desconcertado por los avatares de la vida. Alguien que intenta explicar lo que sucede desde la perplejidad y el desconocimiento. Con ingenuidad, a veces. De ahí que se sucedan las preguntas y que sean escasas las respuestas. "Aunque camino todavía sin respuestas", dice, y "no converjo en mi secreto". 
El poema, sí, como "vestigio vivo", como alumbramiento. De lo que les sucede, para empezar, a un hombre y a una mujer. 
Poesía del yo. Léase "XVI. (Meditación en Salave)", "la que considero mi mejor pieza hasta la fecha". "En demasiadas ocasiones / me busco y solo hallo / esta fatiga de encontrarme", leemos. Del yo y del tú y del nosotros, cabe precisar, pues que a todas esas voces se dirigen estos versos, siendo el tú un trasunto de sí mismo y el nosotros el pronombre que agrupa a su amada y a él. 
Poesía literaria de la memoria y del recuerdo, pero que también se anticipa, en sentido profético a los acontecimientos, según su autor.
Poesía del conocimiento; el que busca quien intenta sobrevivir al inesperado naufragio. 
La desesperación acude en forma de suicida ("Es la hora viva de la muerte") y con Dante, la sonrisa. Y las palabras en una variación sobre un tema de Carnero, suerte de reflexión metapoética que brilla en estos versos: "y la conciencia de que escribo estas palabras / en las que habré de recordarme un día / para dejar de ser".
Poemas, en fin, escritos con fluidez (se nos explica que el grueso del volumen está escrito entre enero y abril de este año), ritmo y clasicidad. Ajenos a otro experimento que no sea el de la poesía de siempre. En busca de consuelo más que de otro efecto o sucedáneo.
La "Nota del autor" termina: "De todos modos es posible, y quisiera que lo supiese ya el lector, que este Claudicaciones clausure una etapa tormentosa y febril de juventud, dejando paso a un quehacer escritural más pausado y desearía más trascendente. Pero quién soy yo para aventurarme a asegurarlo. Nadie". Pues no digamos quien escribe esto. Continuará.