30.10.16

En la muerte de Elvira Muñiz

Marcos León
Me acabo de enterar de que la profesora Elvira Muñiz ha muerto en Gijón a los 93 años. Informan de ellos tanto El Comercio como La Nueva España. Lo siento mucho. Llegué a conocerla personalmente y cruzamos algunas cartas. Nos vimos en Gijón, en el café Dindurra. Vivía en la calle Fernández Vallín, si no recuerdo mal, a un paso del Paseo de Begoña y de esta cafetería mítica. Fue cuando presentamos mi primera novela en esa maravillosa ciudad. Ella estuvo en el jurado del premio Café Gijón en la que quedó finalista. Supongo que la defendió, sobre todo, porque en sus páginas está muy presente su ciudad. 
A modo de homenaje, rescato un artículo donde, entre otras cosas, se habla de ella allí, en su mejor lugar. En él se mencionan proyectos y personas que, como esta admirable mujer, han desaparecido. Se publicó en el diario ABC,el 12 de julio de 2000. 

LA CIUDAD ESCRITA

Gijón es mucho más que una deliciosa y elegante ciudad del norte, a orillas del Cantábrico, donde la gente veranea desde tiempo inmemorial a favor de su clima benéfico, de sus playas, de sus cafés o de sus bulevares. Gijón es una ciudad de la cultura y para ello bastaría remitir a la imponente pero aérea escultura de Chillida que la ciudad ha tomado como emblema, Elogio del horizonte (conocida vulgarmente como "el eulogio"), al Palacio de Revillagigedo (donde se celebran exposiciones temporales), al Museo Barjola (un extremeño en Gijón) o al Piñole, por no citar su ya clásica Semana Negra (dedicada a ese inacabable género literario), al pujante mundo editorial (baste como ejemplo Libros del Pexe) o el patrocinio del viejo premio de novela "Café Gijón". Confieso que más que la playa de San Lorenzo, en el paseo del Muro, y toda la infraestructura veraniega que la rodea, me interesan de ese lugar, además del lugar mismo (con cómodas calles peatonales por donde se puede pasear tranquilamente mientras se miran los escaparates o donde uno puede sentarse sin prisa en una terraza), más decía que el sitio en sí, lo que más me gusta de Gijón son sus cafés. Por cierto, uno de los más famosos, el San Miguel, acaba de cerrar sus puertas para siempre. Nos queda, sin embargo, el Dindurra, en el Paseo de Begoña, donde se encierra la memoria, no sólo de los habitantes sedentarios y conversadores de la ciudad, sino también de los escritores que por ella han ido pasando. Y no son pocos. Precisamente a algunos de esos escritores ha dedicado dos hermosos volúmenes, editados por el legendario Ateneo Obrero, en su colección Fortuna Balnearia, titulados Escritores de Gijón, María Elvira Muñiz, profesora hasta su jubilación del no menos legendario Instituto Jovellanos. María Elvira vive a dos pasos del Dindurra y sigue sentándose, sola o en tertulia (una placa recuerda la que allí mismo animaba el mítico Carantoña), ante sus mesas de mármol, para leer o escribir, según costumbre. Tengo la impresión de que la manera de mirar de los escritores gijoneses tiene no poco que ver con el reflejo del verde de Begoña en los espejos del Dindurra (para decirlos con palabras de la profesora Muñiz). Si me consiente el comentario el pintor por excelencia de Gijón, Pelayo Ortega, diría que la luz, aquí blanquecina y salitrosa, es tanto o más importante para un escritor que para un pintor. No otra cosa brilla de forma portentosa en la levísima novela del gijonés de Somió Julio Ayesta, Helena o el mar del verano, felizmente rescatada para el canon literario; o en las versiones de los poemas del genovés Montale debidas al muy sabio y gijonés Joaquín Arce; o en los versos impolutos del secreto Luis Piñer. De estos y de otros escritores se encarga en sus minuciosas semblanzas María Elvira Muñiz y, al mismo tiempo que los rescata a ellos del olvido, nos devuelve, como friso de fondo, una imagen brumosa pero indeleble de su amado Gijón. Por aquello de los libros, otra de las cosas que adoro de Gijón son sus librerías. Con permiso de las demás, por deformación profesional, he recalado sobre todo en ese puerto benéfico (¡con sección de poesía aún!) que se llama Paradiso (no en vano regentada por Chema, el hijo del escritor gijonés Luciano Castañón). Muy cerca, por cierto, acaban de inaugurar la más pujante: la Central. Por fortuna, no son las únicas. Estas y otras circunstancias van a obligar a mi admirada María Elvira Muñiz a preparar pronto otro volumen porque Gijón no ceja en su empeño de dar escritores. Precisamente en la terraza del Dindurra, a la sombra dulce y memoriosa de Begoña, vi por primera vez al poeta Jordi Doce que acaba de publicar en Pre-Textos Lección de permanencia, un libro, éste sí, capital para la cabal comprensión de nuestra poesía reciente, pase o no por El Escorial.

Keats y Ramos Rosa

La editorial Polibea ha creado la colección Orlando Versiones y en ella ya han aparecido tres títulos. Dos de autores portugueses contemporáneos y otro de un clásico ingles. Uno ha disfrutado de la lectura de dos de ellos, los que traigo aquí; a falta de conocer el tercero: Blancura, de mi admirado Eugénio de Andrade en versión de Miguel Losada.

Odas, de John Keats (Londres, 1795-Roma, 1821), ha sido traducido por el poeta José Cereijo y esa no es poca garantía. Ha puesto delante una presentación que no deja de ser un jugoso ensayo sobre el poeta y su obra (por el que desfilan Eliot, Valverde y Cernuda por aquello del "correlato objetivo" del primero, la "capacidad negativa" del segundo y "asidero plástico" del tercero), donde explicita que este libro no dejan de ser el resultado de años y años de trabajo en torno a las famosas odas. Que son, en español (excelente, por cierto), las que, como lector, quería leer. Es fácil disfrutar con la nuevas versiones de esas viejas composiciones del poeta romántico británico: "Oda a Psique", "Oda a una urna griega", "Oda a un ruiseñor", "Oda a la melancolía", "Oda a la indolencia" y "Al otoño". Un puñado de notas pertinentes cierran el afortunado volumen. 

Verónica Aranda, poeta también, se atreve con Claros, del portugués António Ramos Rosa (Faro, 1924-Lisboa, 2013), un poeta prolífico y exigente que uno siempre asociará a Ciclo del caballo, libro que tradujo en 1985 Ángel Campos Pámpano para la editorial Pre-Textos.
De obra, ya digo, copiosa, Claros se publicó por vez primera en 1986 y sus textos, rigurosos y nada complacientes, cobran forma de prosa poética. Aranda afirma, y con razón, que "su credo estético es la desnudez" (que a uno le recuerda la poesía del último Valente) y Manuel Frías Martins aludió a una "poesía de la interrogación afirmativa".
"Donde acaba Pessoa, comienza Ramos Rosa", afirmó en su día, con la reconocida autoridad que le caracteriza, Eduardo Lourenço, lo que no es decir poco.

29.10.16

Knopfli, Marina, Pontiero

El pasado jueves, 27 de octubre, recogía el diplomático, poeta y traductor Luis Mária Marina el Premio de Traducción Giovanni Pontiero por la de O país dos outros [El país de los otros. Antología poética], del escritor mozambiqueño Rui Knopfli, que publicó la Editora Regional de Extremadura en 2015. Lo otorgan la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad Autónoma de Barcelona y el Centro de Língua Portuguesa/Camões, IP em Barcelona y está destinado, lógicamente, a traducciones del portugués, lengua materna de Knopfli.
Le alegra a uno ese reconocimiento, más si tenemos en cuenta que otros dos extremeños, y amigos, ya lo habían recibido: Ángel Campos Pámpano y Antonio Sáez. Éste último, precisamente, fue quien coordinó en sus inicios la serie Letras Portuguesas, que pusimos en marcha desde la Editora después de que Fernando Pérez abriera fuego con la publicación de Te me moriste, de José Luís Peixoto. Este premio, qué duda cabe, reconoce esa labor, que ha continuado, siquiera a duras penas, en el tiempo. 
En el discurso de recepción del premio, Marina dijo: «El país de los otros vio la luz en las prensas de la Editora Regional de Extremadura, la editorial pública de mi tierra. Desde que la vuelta de la democracia a la península iniciara el deshielo entre nuestras sociedades no es poco lo que desde allí se ha hecho en pro del acercamiento de las literaturas peninsulares. Siempre sobre la base de la desconfianza hacia aquellas fronteras tan artificiales que quieren separar lo que por definición ha de ser uno, pues concita en sí a todos los hombres: el pensamiento y la creación artística. La historia de la incorporación de la poesía lusa del XX a la lengua castellana no estaría completa sin unos cuantos nombres ligados a mi tierra, que en uno u otro momento contaron con el apoyo institucional de la Editora Regional. No puedo más que felicitar a sus responsables, los actuales y los pasados, por sostener su apuesta por las letras lusas incluso en tiempos difíciles como los que corren, y por seguir siendo referencia para los lectores atentos a lo que se escribe al otro lado de la raia».
Por lo demás, que haya sido por la poesía de Knopfli me complace especialmente. Como ya comentó uno aquí, sus versos me entusiasman. Ojalá el impulso del premio permita que su obra llegue a algunos lectores más. ¡Enhorabuena!

28.10.16

Amor, amor, amor

Con Actos de amor, Antonio Praena (Purullena, Granada, 1973), ganó el premio José Hierro en 2011. En el jurado estaban, entre otros, Pureza Canelo y Pablo García Baena. Éste fue, por cierto, quien recomendó a Luis Antonio de Villena, prologuista de esta nueva edición del libro en raspabook, que leyera la poesía del dominico, autor de Humo verde (2003), Poemas para mi hermana (2006, accésit del premio Adonais) y Yo he querido ser grúa muchas veces (2013, premio Tiflos).
Ahora ve de nuevo la luz en una edición cuidada que lleva fotografías de María Alcantarilla en su interior y en la cubierta una del propio Praena, obra de Joaquín Puga, donde aparece desnudo de cintura para arriba y con un corazón rojo tatuado en el pecho. Un rojo corazón con espinas que uno no sabe si está permanentemente ahí. Me recuerda a otra portada, la de uno de los libros de Juan Antonio González Iglesias, un poeta próximo a Praena, menos espectacular pero, como ésta, igual de transgresora, más si tenemos en cuenta la condición religiosa del monje granadino. Por lo demás, heterodoxias al margen (qué poesía no lo es, o qué poeta), ilustra de la mejor manera posible el asunto fundamental de este libro: el amor. El divino, el humano, el fraternal, el amistoso, el familiar... De todos hay aquí. Y cantado con unos versos plenos de inspiración que toman al endecasílabo blanco como pilar fundamental donde sustentar este hermoso edificio de sonido y sentido: "No es una tierra extraña la locura". Ya al inicio nos remite Praena a San Agustín: "Ama y haz lo que quieras", sostén moral de esta poética.
Villena califica la poesía de este poeta maduro de una generación inmadura, según él, de "clara y rotunda, porque está llena de emoción, de idealismo, de clasicidad y de ternura". Y de "límpida", "muy religiosa y profunda" y también de "apasionada" (que "se cumple en la pasión del verso"). Y ello, insistimos, sin olvidar los votos de la vida monástica. De hecho, el autor de Hymnica se pregunta si estamos ante una "nueva poesía cristiana".
"Amar y ser son actos coexistivos", dice el poeta con el teólogo Hans Urs von Balthasar y luego alude a "la eterna profesión de amar en balde", en "Castidad".
Hay en el libro poemas preciosos, como el franciscano "Un hombre entra en la nieve", "Cuarenta", "Poética" "Elegía" y "Responso" (dedicado a los enfermos de sida con los que trabajó como voluntario, nos explica, y a los presos de la cárcel de Topas, donde también estuvo), etc. Prefiero, eso sí, los de la primera parte.
Elocuentes versos los de Praena, escritos -o eso parece- en estado de gracia: "Se dice en esa carta que el amor / cubre la multitud de los pecados. / Y esa es la verdad." O: "Afirmo que el amor son las palabras. / Que no existe el amor si no se dice". O: "Mi vida transcurrió sin ser mi vida", algo que podría, siquiera a ratos, proclamar cualquiera. "Tan sólo soy un hombre, apenas nada", leemos en otro sitio. Y, en fin: "Aquel que no fue amor, no es ser ni puede serlo".
En el parte final dedica unos emocionantes poemas a su padre y a su madre: "Patria", "Melocotones". Con su infancia al fondo. Y a su hermana ("Volver") y a su adorado sobrino Enmanuel.
"No pasaré de nuevo por la vida, / lo sé, / así es que dejo la palabra / por amor", escribe en el último poema del libro, "Para ser sincero". Y un hondo canto al amor y a las palabras es este libro que vuelve a aparecer fresco, limpio y cercano, como recién nacido. 

27.10.16

Harguindey

Me gusta leer, cuando me acuerdo, las breves columnas de Ángel S. Harguindey en El País, arrinconadas en la página dedicada a los programas de televisión. En "Cultura", la del pasado sábado 22 de octubre dijo: "Fue un placer escuchar a Nuria Espert recitar un monólogo de Doña Rosita la soltera, de García Lorca, ante la mirada embobada de los Reyes y del presidente de Asturias en el silencio mágico del abarrotado Teatro Campoamor. Lástima que la sobria y funcional retransmisión de La 1 (7.6% del pastel y 700.000 espectadores) no enfocara al ministro del ramo, suponemos que fascinado también por el oficio de la actriz y sin el menor remordimiento por ese 21% del IVA cultural, el más alto de Europa, una medida de difícil justificación en una política económica que se jacta de ser ejemplar y que se permite amnistiar a los defraudadores, salvo que el desproporcionado tributo se deba a un rencor aún no superado por condenar la participación de una guerra, esa sí, de difícil justificación".
Una anterior, del día 9, titulada igual, un elogio de La 2, la cadena invisible de la tele, donde recordaba al inolvidable Antonio Gasset, terminaba así: "En Conservatorios en Casa de América [aunque debió decir Conversatorios], (24h), pudimos escuchar el viernes a uno de los grandes creadores españoles, Caballero Bonald, y pudimos hacerlo con la tranquilidad y el tiempo suficientes para apreciar una vez más su sencillez y sentido común. Pertenece a ese grupo de escritores en los que la egolatría brilla por su ausencia. Un placer. Como placentero fue escuchar el pasado martes a Fernando Aramburu en Página 2 hablar de Patria, su última novela, a la que José-Carlos Mainer en EL PAÍS describió como “una novela memorable sobre la deriva fascista de Euskadi”. Añádanles La mitad invisible o la serie Imprescindibles y comprenderán el que una televisión pública pueda, incluso, llegar a ser digna". No puedo estar más de acuerdo.

26.10.16

Tres reseñas EC

Ioana Gruia
Visor, Madrid, 2016. 68 páginas.         

Tras los libros Otoño sin cuerpo y El sol en la fruta, Ioana Gruia (Bucarest, 1978), investigadora (suya es la obra Eliot y la escritura del tiempo en la poesía española contemporánea), profesora de literatura comparada en la Universidad de Granada y autora de la novela La vendedora de tiempo, publica Carrusel, premio de poesía Emilio Alarcos.
La imagen de un viejo tiovivo instalado en su ciudad natal tira de los recuerdos y conduce al lector hasta su infancia y, ya allí, a “la sonrisa cansada del fracaso” de su madre que vive “en un país cruel e incomprensible”. “Ningún consuelo en el dolor antiguo”, dice. Y lo hace con un lenguaje claro de estirpe realista que sigue la línea marcada por poetas experienciales granadinos, como ella.
Porque “Nadie escapa a sus sueños, / tampoco a sus canciones”, aquí suena una música melancólica, tan francesa como el París de sus vivencias amorosas. Aquí, “la vida oculta”, “el tercer cuerpo”, “las aéreas raíces”, “nuestro doble atleta y clandestino”, el libro como “jardín oculto” que se cultiva con subrayados. Y la fragilidad (“la solidez que da la ligereza”), otro nombre de la poesía: “convertir un poema en pañuelo”. Y la casa (en “Herencia”) y los muebles y los abuelos: la memoria, “donde nada sucede y todo cambia”, “formas de vivir en el pasado”.
“Que la poesía fuera tu refugio”, anhela, porque “es confirmar la vida / y el amor, una forma de bondad”. 

Rubén Martín Díaz
Nausícaä, Albacete, 2016. 70 páginas. 

Rubén Martín Díaz (Albacete, 1980, aunque descendiente de extremeños de Casares de las Hurdes), ganador de los premios Adonais y Ojo Crítico de RNE, afirmaba hace poco en la revista Quimera que su quinto libro, Fracturas, XXX premio Barcarola, “consigue ser rompedor en todos los sentidos con respecto a mis libros anteriores”.
Le precede, Arquitectura o sueño, una obra en prosa poética, digamos, si bien éste lo es de poemas al clásico modo. En la contracubierta el poeta Basilio Sánchez presenta “una poesía de tradición humanista que, asumida con elegancia y austeridad, expresa las fidelidades de un hombre consigo mismo y con el mundo que le rodea”.
Poemas claros escritos con indudable rigor, casi siempre ajustados al tono de lo que expresan, tan humilde como cercano, salvo cuando el poeta, rara vez, se pone poético.
La vida no es gran cosa / mirada así, de lejos, escribe; un par de versos que son, además, una suerte de poética. La que impera en este libro logrado que habla al lector en voz baja de aquello que a cualquiera le preocupa: la pérdida, el amor, el paso del tiempo, la muerte... Desde la evocación y el recuerdo, como reza la cita de José Emilio Pacheco que Martín Díaz ha puesto al frente. Con la melancolía que le es propia a lo elegíaco.

Ariadna G. García
Diputación de Granada, Granada, 2016. 78 páginas. 

Galardonado con el premio de poesía para niños El Príncipe Preguntón, esta es la primera incursión de Ariadna G. García (Madrid, 1977) en la poesía infantil. Antes había publicado, además de la novela Inercia, los libros de poemas Construyéndome en ti, Napalm, Apátrida, La Guerra de Invierno y Helio.
Como es lógico, la obra está ilustrada con unos bonitos dibujos realistas de Susana Román. De hecho estamos ante una narración metafórica en verso (y en tercera persona): la de una suerte de viaje iniciático, de formación, del búho real Uggeblo, que vive en un archipiélago del Báltico, hasta la “ciudad humana”, en compañía de unos amigos: la lechuza, los mochuelos, el cárabo... Y todo a partir de dos pesadillas provocadas por la fiebre. En una ve hundirse un petrolero que contamina el mar. En la otra, ve cómo los glaciares se deshielan (“Esta noche arde el mundo”). Aunque sabe, al despertarse, que han sido sueños, no se contenta y va a “hacerse cargo”. “Decide si prefieres que te cuenten las cosas / o vivirlas”, leemos.
En ese viaje en busca de la verdad hay un encuentro capital: con un azor japonés que vigila esa última frontera y compone haikus.
No falta el toque didáctico ni la moraleja ecologista. Con libros así, será más fácil conseguir futuros lectores.

Nota: Las reseñas de los libros de Ioana Gruia, Rubén Martín Díaz y Ariadna G. García se publicaron el pasado viernes en El Cultural.

25.10.16

Céntrica

En las aulas de Magisterio aprendió uno aquello de que el hablante es un ser cómodo por naturaleza. De ahí que digamos las cosas como las decimos, sobre todo en estos apartados lugares donde, como en otros muchos sitios, la uniformidad mató hace mucho el ingenio. Con la pereza lingüística también tiene que ver eso de nombrar con una palabra lo que incluye dos o más. Así, y sin salir de mi pueblo, Plasencia, y por doloroso que le resulte a mi querida madre, no hay manera que nadie diga "La estatua ecuestre de Alfonso VIII" y sí que todos se refieran a ella como "El caballo". Va a pasar lo mismo, me temo, con esa nueva plaza o parque o zona verde que se acaban de inventar. El alcalde dice que va a llamarse "Puerto de Béjar" (lo que a uno, por cierto, le choca bastante), pero para la mayoría seguirá siendo la de "Céntrica", por irónica y dolorosa que resulte la supervivencia de la marca de una promoción fallida.

24.10.16

Dos libros de Antonio Manilla

Antonio Manilla (León, 1967), historiador, periodista, fotógrafo y antaño editor en Everest, ha publicado en lo que va de año dos libros de poesía. En caso de duda y otros poemas de casi amor aparece en el sello mallorquín Sloper. El título lo dice casi todo y con Manilla, además, no suele haber ni trampa ni cartón. Su poesía es diáfana, de línea clara, muy vital, de la experiencia cotidiana y tono autobiográfico. Aquí encontramos poemas breves e intensos, vagamente sentimentales y muy irónicos, en torno al amor y a sus variadas y variables circunstancias. A lo Borges, abundan las enumeraciones caóticas (léase "Ante lucem"). Desde el primer poema donde se alude a "todo cuanto es exceso sensitivo". Pessoa, otro ser adicto a las multiplicaciones, se asoma al poema "Marea baja": "En aquello que hagas (...) / pon lo mejor que tengas". Y también allí: "somos huellas de arena en la marea baja". 
De amor, lo que se dice de amor, son, ya se explicó, la mayor parte de los poemas, pero sobre todo algunos como "Secreto". 
El paso del tiempo es otra constante: en "Playa", por ejemplo, o en "solo lo fugitivo permanece", de "Janus vitalis", un precioso poema. Como "La juventud del héroe" donde a la mencionada ironía se añade el desencanto. También aflora el humor, que es marca de la casa, como en el poema que comienza con el verso "Yo quiero ser un pendrive", una metáfora de lo más ocurrente. Lo elegíaco tampoco podía faltar en esta poesía de sesgo clásico: "No es ver volver, / la vida es despedirse"; dos versos entre Azorín y Brines. "En vivir con ausencias".
"El rostro informe" nos acerca al sutil, sugerente erotismo. 
La sencillez, el ritmo fundado en una métrica precisa, la reiteración incluso (aquí la originalidad sobra) no impiden, al revés, que leamos un libro donde la poesía, ese humilde milagro, bulle.

Sin tiempo ni añoranza, que fue Premio “Paul Beckett” de Poesía 2015, está publicado en la colección Beatrice de la Fundación almeriense Valparaíso. Aquí los poemas son más extensos y el tono más hondo y meditativo ("Nieve y silencio" está dedicado a Antonio Cabrera), aunque el amor no falte. 
"No soy presente sólo", dice con Juan Ramón. "Y nada de lo que recuerdo he vivido". Sí, la memoria es el tema fundamental de esta obra breve pero llena, como la anterior, de intensidad. Memoria hecha de recuerdos, claro, pero asimismo de olvidos ("Nos engaña el olvido" y "Nos salva de nosotros" son dos versos de "Canto de sirenas"). La poesía es un "cristal de aumento" que nos acerca la realidad: "Lo que tus ojos vean, / eso existe".
La casa, los padres (títulos de poemas) no podían faltar en un libro que se funda en la memoria. Ni Roma, la ciudad donde Manilla pasó una temporada como beneficiario de la beca Valle Inclán de literatura que concede el Ministerio de Asuntos Exteriores en la Academia de España en Roma. 

23.10.16

Un poema de Luis Feria


A la lenta caída de la tarde
amar la vida largamente es todo
el oficio del hombre que respira.
Alzar la mano y detener el cielo.
Destino de la luz, nunca te acabes.



Este magnífico poema del canario Luis Feria (1927-1998) aparece publicado en el número 22 del Boletín del Taller de Traducción Literaria de la Universidad de La Laguna, dirigido por Andrés Sánchez Robayna. Pertenece a su libro Conciencia, de 1961. Se traduce a otras cuatro lenguas: el inglés (en versión de Sally Burgess y Jordi Doce), el francés (por Jacques Ancet), el italiano (obra de Valerio Nardoni) y el portugués (vertido por Rosa Alice Branco y Jesús Medina Morales).

En la de Ungaretti suena así:

Quando lenta s'aprossima la sera
amar la vita lungamente è tuto
il compito di un uomo che respira.
Alzar la mano e trattenere il cielo.
Destino della luce, non finire.

22.10.16

Benítez Reyes y José Mateos

Aunque habrá lectores que por despiste manifiesto o por razones de edad aún no la conozcan, descubrir a estas alturas la poesía de Felipe Benítez Reyes (1960) no deja de ser una rareza. Para los primeros y sobre todo para aquellos que aprecian su valor, reconocido con todos los premios importantes de este país (algunos de los gordos están aún por llegar), Renacimiento, en su famosa colección 'Antologías', ha puesto en circulación Las formas de la luna, un florilegio con un montón de poemas escogidos por el de Rota (de entre 1979 y 2016), donde no faltan algunos inéditos. El prólogo es de José Andújar Almansa y puedo asegurar que es concienzudo, preciso e informado. Su lectura, una perfecta manera de iniciarse en la compleja poética del autor andaluz que, por cierto, sigue triunfando con su última novela, El azar y viceversa, que va, según creo, por la tercera edición. La visibilidad, digamos, de ésta y el silencio que ha pesado sobre la antología (el mismo que pesa sobre todas) pone de manifiesto las diferencias de recepción crítica y lectora entre géneros. Lo que no obsta para que desde este rincón reivindiquemos una vez más, alto y claro, nuestro incondicional fervor por la pobre poesía. Por muy narrador que sea nuestro poeta. 

Por su parte, otro gaditano, José Mateos (Jerez, 1963), publica Poesía esencial un amplio recorrido por su obra que se ha encargado de prologar, con solvencia, Pedro Sevilla. En ese texto se nos habla del "poeta de las preguntas", de alguien que debido a su alto y riguroso nivel de exigencia requiere "corresponsabilidad a sus lectores".
"No es empeño fácil adentrarse en la lectura de la obra poética de José Mateos", dice Sevilla, y uno, que asiente, se ve en la obligación de explicar que no porque sea de difícil comprensión, vanguardista o hermética, todo lo contrario, sino por su paradójica sencillez que, de puro transparente, desconcierta. Exige, sí, que el lector se sitúe ante ella sin anteojeras ni prejuicios (va por libre y a su aire, sin escuela a la que agarrarse) y, más allá, con la debida atención y calma, algo que en estos tiempos resulta, o eso me temo, complicado. 
Dios ("Aspira a Dios", dice Sevilla), la muerte del padre (la idea de la muerte en general: "Nunca estás solo. La muerte te acompaña"), la memoria ("esa única patria: mis recuerdos"), la enfermedad y el dolor, el inexorable paso del tiempo, la infancia y la juventud perdidas y, sobre todo, la vida son algunos temas recurrentes. La niebla, el símbolo por excelencia; título, además, de uno de sus mejores libros. 
El aforismo ("soleá en prosa", al decir de Sevilla) nunca falta en una poesía concebida desde las tradiciones, en la que el soneto se une al haiku con naturalidad y donde no faltan las canciones. A veces se escucha la palabra del moralista y el tono profético o visionario. Bien está. 
La floresta incluye poemas inéditos, algunas "rememorias" y un puñado de "divinanzas". Un libro, en suma, muy recomendable. Que hará menos secreto a este poeta del retiro, la soledad y el silencio.

Pérez Comendador-Leroux

Museo Pérez Comendador-Leroux

21.10.16

Centrifugados II

Con el fin de conmemorar el segundo encuentro de Centrifugados, José María Cumbreño, como hizo con el primero, publica un libro en sus cosmopolitas ediciones Liliputienses dedicado, in memoriam, a Ángel Campos Pámpano (que ya fue dedicatario de aquella primera entrega) y a Fernando Pérez. En él colaboran en forma de poemas u otro tipo de texto los escritores, editores y artistas que participaron en aquella reunión. Se completa con un amplio álbum de fotos. 
En el libro hay de todo, como en botica, pero me sorprende agradablemente que la mayoría haya optado por escribir algo en tono personal (incluso versos) a propósito de esa experiencia donde, por cierto, Plasencia, sede central centrifugada, sale ganando. Enjundia no le falta al conjunto.
En sentido contrario, me ha llamado la atención lo que cuenta el celebrado poeta cordobés Pablo García Casado quien, ironía mediante, desoye el adagio de Wallace Stevens: "La poesía es una forma de melancolía", y confiesa detestar ese poético, humano sentimiento tanto como odia la bechamel. Comentaba aquí atrás Monika Zgustova que su amiga Susana fundó en Rusia un club de lectura a los 16 años y que a su profesora no le gustaron los poemas que leían allí. “Son antisoviéticos”, afirmó. “¿Antisoviéticos? ¿Y por qué?”, dijo extrañada. “Porque son melancólicos y el hombre soviético no debe estar triste”. Cuenta que replicó: “Estar ahora triste y ahora alegre está en la naturaleza del hombre”.
Tenemos a Cumbreño pergeñando el tercer encuentro. Habrá sorpresas. Como siempre... y más. Atentos.

El espejo, nueva época

AEEX

20.10.16

Los seres y las fuerzas

Después de la oscuridad, de Marta López Luaces (La Coruña, 1964), profesora en Montclair State University (Nueva Jersey, EE.UU), editado por Pre-Textos, llega tras Distancia y destierros, Memorias de un vacío, Las lenguas del viajero y Los arquitectos de lo imaginario
Edwin M. Lamboy afirma en la solapa, con razón, que el libro "se aparta de los patrones estéticos hoy dominantes en gran parte de la poesía española" y que "se inserta en la corriente que une poesía y ciencia para explorar, a través de la imagen poética, la larga relación entre estos dos campos del saber". 
Estamos ante un extenso poema fragmentado. Sus partes se corresponden con los cuatro elementos de la antigüedad: el agua, la tierra, el fuego y el aire, al que se suma el quark, "partícula elemental que es componente de otras partículas subatómicas, como el protón y el neutrón, y que no existe de manera aislada", según el diccionario. Los quark son "las únicas partículas fundamentales que interactúan con las cuatro fuerzas fundamentales", según la Wikipedia.
Desde lo mitológico y lo teológico, mitos y dioses, como destaca Lamboy, López Luaces emprende un viaje por la historia de la ciencia que llega hasta nuestros días. Desde el "Imperio del Sur" (que "reinaba sobre nuestras cabezas") al "Imperio del Norte" (que "reina" ahora). Por el camino, hitos que marcan ese proceloso trayecto. Y ya ahí, nombres clave de la filosofía, las ciencias, la literatura y el arte. Más allá, una ambiciosa interpretación del progreso de nuestro mundo en torno a las preocupaciones humanas esenciales y a los temas eternos, sin perder de vista la conexión entre el humanismo, digamos, y la física o las matemáticas.
La unidad de ese sinuoso itinerario viene dada, en lo formal, por versos y frases recurrentes, a modo de estribillo. Así, "y éramos gigantes jugando con los dioses", "No temas. Estoy contigo" o los citados sobre los imperios del Sur y del Norte. 
Personal es la voz de López Luaces y singular este libro que llamará la atención de los lectores más atrevidos, los que gustan de la poesía menos usual y previsible.

19.10.16

Pase de revista

Se le amontonan a uno, junto a los libros que llegan, las revistas que también recibo; así, me limito a picotear contenidos, la portuguesa devir, que en su tercer número, tras un buen puñado de poemas inéditos, homenajea al poeta y traductor Ángel Campos Pámpano y entrevista al futuro Nobel, o no, Nuno Júdice.
Cuadernos Hispanoamericanos, que en su número de septiembre dedicaba un espléndido dossier a españoles e hispanoamericanos que pasaron por París durante la primera mitad del siglo pasado (con colaboraciones de Juan Manuel Bonet y José Muñoz Millanes, por ejemplo) y una entrevista muy iluminadora con el venezolano José Balza, en el de octubre publica un dossier bajo el título "Relectura de Rubén Darío (1916-2016)" y una extensa conversación con Álvaro García, con motivo de la salida de su libro (de libros) El ciclo de la evaporación (del que pronto nos ocuparemos aquí).
Los dos últimos números de Sibila (48 y 49), patrocinada por la Fundación BBVA, vienen también repletos de textos interesantes firmados por Mercedes Monmany, Aurora Luque, Francisco Jarauta, González Esteva, Ida Vitale (último, acertado premio García Lorca), Ana Luísa Amaral, Darío Jaramillo, Rafael Cadenas, Yolanda Pantin, etc.
De Clarín (124, aunque ha salido el 125) ya destaqué el dossier sobre Rafael Cadenas y a eso podemos añadir los aforismos del apasionado editor Javier Sánchez, una entrevista (rescatada) con Borges (o eso dicen), una semblanza de César Iglesias sobre el pintor Melquiades Álvarez y unos magníficos poemas de John McCrae en versión de Victoria León y Luis Alberto de Cuenca, así como otros de Nichita Danilov traducidos por Martín López-Vega.
Turia dedica su dossier a Max Frisch y, como siempre, el índice de su número 119 impresiona (con textos de Marta Sanz, Eloy Tizón, Pilar Galán, Soledad Puértolas, Enrique Andrés Ruiz y Ramón Eder; poemas de Clara Janés, García Montero, Álvaro García, Miguel Veyrat, Concha García, Guadalupe Grande, Julieta Valero, Marta Agudo, Mercedes Cebrián, Gabriel Insausti, Rafael Espejo, Ángel Petisme, Sofía Castañón, Cecilia Quílez, Beatriz Russo, Martín Rodríguez-Gaona,Teresa Agustín, Joaquín Sánchez Vallés y Joaquín Campos; así como una reseña de Gonzalo Hidalgo sobre César Martín Ortiz, un cuentista desconocido pero imprescindible).
Vuelve Suroeste, que ya va por su número 6. Los primeros sorprendidos por la calidad de esta revista de todas las lenguas de la Península Ibérica son los propios colaboradores: Avelino Fierro, José Antonio Zambrano, Pilar del Río, Amador Palacios, Benítez Ariza, Aquilino Dique, Ben Clark, Juan Lamillar, José Bento, Luis Llorente, Juan Ramón Santos, Manuel Neila, José María Jurado, António Salvado, Rosa Oliveira, etc.
La madrileña y digital IbiOculus lanza su número 9 y con la misma exigencia que en sus entregas anteriores.
Palimpsesto, por fin, revista que dirige desde Carmona (mirando siempre a América) Fran Cruz, entrevista en su número 31 al arequipeño Alonso Ruiz Rosas (y da algunos poemas suyos), publica versos del malogrado Eduardo Chirinos, entre otros, y un ensayo (por aquello del centenario), "En la ruta dariana", de otro peruano: Carlos Germán Belli. Ennoblecen el número las extraordinarias fotografías de Martín Chambi. 

18.10.16

Sentires

El sentir. Poemillas del ahora (La Isla de Siltolá) es el segundo libro que publica Óscar Díaz (Langreo, 1997), estudiante de Filosofía en la Complutense de Madrid. Tres poemas suyos figuran en la antología Nacer en otro tiempo, que cierra por ser el poeta más joven de la muestra. Firmó el prólogo de la ópera prima de otra asturiana que ha pasado por aquí: Paula Menéndez García-Argüelles. Con la suya, Rosa hermética, escrita entre los catorce y los dieciséis años, ganó el premio 'Félix Grande', que en la edición de este año ha conseguido el madrileño con raíces placentinas Alberto Guirao, autor de Los días mejor pensados.
No quisiera parecer un sosca, pero la dedicatoria de El sentir a sus abuelos denota esa tendencia generacional de la que ya hemos hablado aquí más de una vez. La cita de Rimbaud, su famoso Il faut changer la vie, apuntala este llamativo edificio de sonido y sentido donde, desde el primer poema, comprobamos una inequívoca voluntad lingüística que se basa, claro está, en el uso de un lenguaje poderoso que no le hace ascos a un vocabulario entre escogido y anacrónico (intempestivo cuando menos) que obliga al lector a echar mano del diccionario cada poco. La adjetivación abunda. El aire es barroco y la música importa tanto o más que la letra. Estamos ante una poesía inspirada, diría, entre irracionalista y surrealizante, en la que la imaginación manda. Se abre paso mediante un tono discursivo donde el encabalgamiento es rey. Una lección tal vez aprendida en un poeta en el que pensaba mientras leía hasta que me di de bruces con una cita suya que me sacó de dudas. Me refiero a Claudio Rodríguez. Al Rodríguez más alucinado. No falta una veta veneciana, que uno atribuye a Gimferrer y que me recuerda, sólo eso, a la poesía de los cordobeses Azaústre y Rey. Ni influencias, reconocidas por Díaz, de Mallarmé, Dylan Thomas o Panero, un maldito de tantos. 
El ritmo te envuelve, te lleva, te seduce, aunque muchas veces no sepas de qué está hablando Díaz. En mi caso, lo confieso, casi nunca. Ya sabemos que la poesía no siempre ha de entenderse y que sentirla (repárese en el título del libro) es muchas veces suficiente. Este es un asunto casi tan viejo como ella. Va en gustos que uno prefiera la figurativa, digamos, o la abstracta. La clara o la hermética. Aquí, sobre lo críptico (que deriva en simbólico), predomina el valor de las imágenes. Los títulos remiten a situaciones muy concretas que el poema se encarga de sustanciar a partir, ya digo, del lenguaje y éste, y sólo éste, a través de la imaginación, crea su propia realidad. 
Al fondo, atisba uno la juventud como vivencia: Sí, "Nunca habrá juventud sin alegría". Ya se ve.

17.10.16

De prologuística

No sabe uno qué es peor, si que el prólogo de un libro de poesía sea detallado y didáctico, que, una vez leído, ya para qué vas a seguir con los versos que vienen, o que sea difuso y lírico, lo que suele dar en galimatías. Luego, cuando entras en materia, caes en la cuenta de que se despejan, por lo normal para bien, las inquietantes dudas planteadas con antelación, y entonces todo fluye como debe. Contra las apariencias, compruebas con alivio que nada es tan complicado como parecía por lo dicho en esos enredados textos destinados no tanto al disfrute como al estudio. Que disuaden más que invitan. Al menos a mí.
En el caso de los primeros, los que podemos denominar "al uso", los clásicos, pueden mediatizar la lectura, es cierto, pero al menos se entienden y cumplen su función mediadora (sirven de "introducción a su lectura"), por más que el lenguaje utilizado sea, con frecuencia, el de ese gastado argot académico a que nos tienen acostumbrados no pocos profesores, eruditos y filólogos. 
Los segundos, cautivos de su pretensión poética (para algunos, poemas sin más), apenas aportan nada a lo que viene después, siquiera sea por su aire ensimismado, donde lo personal suele primar sobre cualquier otro aspecto. Así, cerrados sobre sí mismos, incluso incomprensibles, lo único que proporcionan es el presunto prestigio de la firma. En esto, sí, se parecen a los otros. Me da que en demasiadas ocasiones el poeta busca no que se ilumine su obra, sino que el nombre del presentador sea de postín. Lo demás...
De ahí, y perdón por insistir, que me parezca cansina e inoportuna esta moda de colocar delantales a libros ni recopilaciones, ni ediciones críticas, ni obras completas que a mi modesto entender no los necesitan. Ni los merecen, me atrevería a añadir. Va a ser verdad eso de que los prólogos están para saltárselos.
Llegados a este punto, y antes de terminar, reconozco, cómo no, la pertinencia de ciertos prólogos que tanto ayudan al lector desorientado y al detallista o meticuloso. De algunos de ellos se ha dado noticia aquí. 
Sí, hay prefacios y proemios. Prólogos y prólogos, quiero decir. Los que suman y los que restan. Los que contribuyen al esclarecimiento de tal o cual obra y los que inhiben su comprensión o siquiera la dificultan. Así de simple. O eso me parece. Palabra... de prologuista.

16.10.16

Allí, con Doce

Desde 2005, cuando apareció Gran angular, y si no tenemos en cuenta Nada se pierdela antología que vio la luz el pasado año, Jordi Doce (Gijón, 1967) no publicaba un libro de poemas. Bueno, él mismo se ha encargado de explicar que eso, en rigor, no es del todo cierto pues Perros en la playa (2011) bien puede calificarse, a pesar de su carácter híbrido, de eso mismo. De hecho, allí los poemas formales abundan y no digamos la poesía. Llega ahora, al canónico modo y en la preciosa colección La cruz del sur de la editorial Pre-Textos (con un delicado dibujo en la cubierta de Melquiades Álvarez), No estábamos allí, que es todo menos un libro de poesía al uso. De "poemas poemas", vamos. 
Leemos en el lúcido texto al que he aludido más arriba: "el tipo de creatividad que me permitía escribir un libro de poemas cada tres o cuatro años estaba asociada a una forma de vivir la literatura que había terminado por hacerme daño. Era, por decirlo en pocas palabras, una actitud contraproducente, que iba en contra de aquello mismo que se suponía que debía ser la escritura: un aprendizaje moral e intelectual, una forma de hacer mejor –más intensa y plena, más benéfica– la vida. Perros en la playa, como se dieron cuenta los pocos lectores que tuvo, fue el fruto y el testimonio de esa puesta en cuestión. Y este libro, No estábamos allí, es la prolongación de ese mismo impulso, de esa etapa, que viene durando ya unos diez años". Y añade: "Tengo la sensación de que todo lo que escribo es una misma sustancia verbal, la lengua de hielo de un glaciar que va abriéndose paso muy lentamente, y que sólo el azar de la oportunidad o de ciertas decisiones formales va creando con el tiempo, en algún margen de esa lengua, este o aquel volumen".
De la lectura de éste (escrito entre 2007 y 2015), uno destacaría algunas cosas. Para empezar, la pertinencia de la cita inicial, del Diario de Goethe -tan bien traída, tan iluminadora-, que Doce publicó en su blog en febrero de 2011: "Puesto que la mitad de la vida ha pasado ya, cómo en este momento no he recorrido ningún camino, sino que, más bien, estoy ahí solamente como uno que se salva del agua, y al que el sol empieza a secar benéficamente". Para seguir, su condición unitaria. La perfecta construcción o ensamblaje de los poemas de las diferentes partes que dan al conjunto esa solidez que sólo es capaz de manifestar lo que se ha pensado y escrito sin plazos marcados ni otro agobio que no sea el de la propia creación, que ya es bastante. Incluso el arriesgado Monósticosque se publicó exento, encaja.
Por su naturaleza narrativa, cabría hablar de relato, algo que vendría a reforzar esa unidad que sugiero. Consistencia que no se comparece, sólo aparentemente, con la "ligereza" e "ingravidez" perseguidas, dos formas de la elegancia en la poesía de Doce. Pero aquí la paradoja -como en la vida- es una constante.
Si bien no estamos ante fragmentos de un poema único, tampoco podemos afirmar que cada uno vaya a su aire y esté planteado a su manera. Como mera colección de versos, quiero decir.
Parte de esa sensación, que no deja de ser la de este lector particular, se debe al tono, claro está, pero también al clima en que se desenvuelven los poemas. Una atmósfera inquietante, basada en el misterio, como le cabe a la poesía genuina, y en la extrañeza ("La extrañeza es una forma de atención, / una distancia desnudada"). Un tanto alucinatoria y onírica, diría. Algo que, a debida distancia, me recuerda una poesía que Doce conoce bien, porque la traduce: la de Simic. O la de Strand, que él mismo ha traído a colación. A todo esto habría que sumar el personal genio imaginativo que da al lenguaje una fuerza añadida digna de encomio. A pesar de lo dicho en el poema "Una vida" (que junto a "Notas a pie de vida" marca una transgresión de lo común poético): "Para qué la imaginación. Los monstruos se volvieron demasiado reales". 
Dije extrañeza y como "un extraño" se califica el protagonista de estos versos. Un explorador en busca de su identidad: "Seguí viaje hasta la frontera de mí mismo". Alguien desconcertado y en crisis que vive en medio de la crisis. Sí, hay mucho de esta época convulsa en este libro; una radiografía, por cierto, nada realista. Y otra paradoja: no por eso deja de tener un aire intemporal, de cualquier tiempo; pasado, presente o futuro. Así, cuando leemos: "Todo el mundo salía con maletas, / estábamos en tránsito sin ganas de viajar". En "Notas y agradecimientos" lo expone Doce muy bien a partir de uno de los poemas claves: "Suceso". Allí habla de "una historia de exiliados perpetuos" a través de "las llanuras de Europa" (una palabra, un concepto, inseparable del sentido profundo del libro), en "una fuga constante". Desconcierto, cansancio ("De vita beata") o perplejidad del que afirma: "No sabes dónde estás, / por qué ruta llegaste". Del que dice: "Aquí estoy, con las ruinas". Y: "Siempre lejos, siempre volviendo a casa".
"Aquí, ahora, en ningún sitio" se titula precisamente otro de los grandes poemas del libro y esa deriva geográfica y existencial marca también su carácter poético. "Queremos una vida / pero la vida está donde nos huye", escribe. O "Noche adentro / todo es cruz".
De esta encrucijada de la que Doce da fe, palabras como "Nada es nunca como lo concebimos". Y: "Perseguimos respuestas / pero vivimos sin porqué".
En contraste, el amor, esa suerte de esperanza. Y lo contrario. En "Contrapunto" y "Epílogo", respectivamente. 
Con un lenguaje seco y despojado, en torno a un ámbito, pongamos, de matizada luz nórdica, entre la sombra y la penumbra, cuando no insomne y nocturno, se podría decir que Doce ha logrado mostrarnos ese "entonces" genesíaco ("Esto quiero: vivir en los comienzos"), "cuando el mundo se convirtió en el mundo", verso que inicia y finaliza el primer poema del libro, "Entonces".
Uno, que ha leído algunos libros de poesía, cree detectar más pronto que tarde, si se me permite la presunción, qué obra o artefacto tiene delante. No sé si éste es el mejor de su autor, diría que sí, pero estoy seguro de que estamos ante uno de esos libros -raros, esporádicos, ajenos al viejo dilema recuperado oportunamente por el crítico Ignacio Echevarría sobre las "obras maestras"- que engrandecen nuestra poesía. La poesía. De eso se trata. No es poco. 

15.10.16

Aramburu dixit

Cuaderno de Bob Dylan
"De hecho, es relativamente reciente el fenómeno de la experiencia poética centrada en la lectura solitaria del libro. Esta forma de transmisión ha sido muy dañina para la poesía. La poesía no se vende, dicen sus propios cultivadores. La poesía no se lee. Y algunos, con férrea impaciencia, insultan al potencial público ignorante. Yo creo que se equivocan al razonar un hecho por otro lado innegable. Recuerdo unas páginas luminosas de los diarios de Jaime Gil de Biedma. La poesía acaso no sea, contra lo que algunos piensen, una sustancia que el poeta deja en un sitio llamado poema. La poesía es una experiencia de quien escucha o lee, para la cual, naturalmente, es necesario que haya algo que escuchar o leer". Fernando Aramburu, "Lírica viene de lira". El País. 

Un congreso



14.10.16

Antonio Cabrera en prosa

Con El despercibido, el poeta Antonio Cabrera ganó el XXII Premio Literario Café Bretón & Bodegas Olarra, libro que publica, con un gusto exquisito, la también logroñesa pepitas de calabaza, así con minúsculas, por aquello del lema que esgrime: "Una editorial con menos proyección que un cinexín". Ironías aparte, basta darse una vuelta por su catálogo para caer en la cuenta de su indudable alcance, de su verdadero peso literario, una ambiciosa apuesta desde la Rioja hacia el mundo. La obra que nos ocupa es buena prueba de ello.
Algunas de estas prosas las habíamos podido leer, por ejemplo, en la revista Clarín (nº 103, 2013), y ya entonces se quedó uno gratamente sorprendido, con ganas de más. Y ahora...
Filósofo de formación (la filosofía, esa "actividad inocente", según uno de sus alumnos), Cabrera nos presenta una serie de reflexiones, con frecuencia interrogativas y paradójicas, en las que el lenguaje es fundamental, porque en él prima su condición de poeta (uno de los mejores) por encima de la de pensador. Eso sí, todo está oído, visto, tocado o, en suma, sentido "con los pies en el suelo". No en vano "del mundo únicamente nos separamos con el pensamiento", dice. Y en otro sitio: "Gracias al mundo nos salvamos".
Sus obsesiones literarias son las mismas que aparecen en estos textos breves donde no falta la sentencia ("Quien mejor siente es el que no siente con demasiada facilidad. Me espantan los sensibles"), el aforismo ("La infelicidad es un trastorno de la memoria", ¿o es la felicidad, a la manera de Cioran?) y la greguería ("El chiringuito lo inventó Robinson Crusoe").
Son éstas, ante todo, las páginas de un observador nato, de un testigo discreto, de alguien que "mira, contempla, escruta". "Con los ojos lo que más hacemos es pensar", escribe, o "Quien mira es movido por la esperanza de un afuera" o, en fin, "Nada resulta fácil de mirar". Las anotaciones de un ser atento a lo más cercano e inmediato, eso que casi nunca es objeto de atención. Tal vez porque "A veces sucede lo que parece que no podría suceder".
La memoria es otro asunto clave. Y ahí lo personal (a lo Montaigne), la vida corriente, de la vespa ("motocicleta sentimental") a la melancolía de los andenes; de su encuentro atropellado con Keith Richards a las puertas del ascensor de un museo parisino a la figura de su padre o a su propio cuerpo: "Mi delgadez soy yo". La infancia, ya que menciono a la familia, otro. Y la naturaleza, el paisaje y el campo, que frecuenta este caminante apresurado y solitario que busca la calma, la quietud, la inmovilidad (de los árboles del bosque o de un jardín). Un ornitólogo, además; de ahí que hable de urracas, oropéndolas, mirlos... Pájaros de la poesía (Hughes, Zagajewski, Stevens). Y de los insectos, del ser y del estar. No es extraño que escriba un precioso elogio del naturalista.
La poesía es otro de sus temas favoritos y sus meditaciones sobre ella, una suerte de poética, alumbran tanto la que él escribe como toda la que es digna de tal nombre. "Con el poema se va a cualquier parte y se puede decir casi cualquier cosa", precisa.
No falta algún relato, como "Sin escapatoria" o "Luzdivina", con los Ancares al fondo, donde, por cierto, se incluye "Cementerio de Peliceira", un poema de Piedras al agua que destaqué en su día como uno de los mejores de ese libro.
Cabrera pertenece a "la tribu de los callados": "Uno sólo se siente adulto cuando calla", recuerda que dijo César Simón. "Es el hombre un animal que desea callar", leemos. Por suerte, no siempre lo hace, de ahí que podamos disfrutar de estas líneas que nos acercan al tacto y a la noche; a los arbustos, las dunas o al color granate.
"Conseguir" es un perfecto colofón a esta obra que define su autor como un híbrido "entre el poema en prosa, el apunte biográfico y el microensayo", y que termina: "No hay más remedio que echarse a andar de nuevo. ¿Hacía dónde?". Poco importa. Con un poco de suerte, allí estaremos.

12.10.16

Tavares dixit

Antonio Sáez ha tenido el detalle de pasarme en primicia unas pocas pero sustanciosas palabras del escritor portugués Gonçalo M. Tavares (Luanda, Angola, 1970), al que está traduciendo. En concreto, la cita pertenece al fragmento titulado "Si la ficción es un movimiento o una inmovilidad" y está tomada del volumen Breves notas sobre las conexiones (Llansol, Molder y Zambrano) cuya versión revisa para que salga la próxima primavera en Xordica. En esta editorial el volumen constará de cinco libros, de la serie Enciclopedia; ya salieron tres hace años en la Editora Regional de Extremadura y el año pasado, en la misma traducción, en Colombia: Universidad de Los Andes, me explica Sáez.
El autor de O Bairro dice allí: "Quita de una frase todas las palabras que no exige la naturaleza, esa es una definición posible para la poesía. Para su oficio, para su esfuerzo."

11.10.16

Mi cuerpo

El colombiano Darío Jaramillo Agudelo, nacido en Santa Rosa de Osos, 1947, ha publicado a lo largo de su vida ocho libros de poesía, que en realidad no es tanto. Me refiero a Historias, Tratado de retórica, Poemas de amor, Del ojo a la lengua, Cantar por cantar, Gatos, Cuadernos de música y Sólo el azar, los cuatro últimos en Pre-Textos, donde se puede decir que está toda su amplia obra narrativa. También cuenta con varias antologías. Una de ellas, Aunque es de noche, le tengo un cariño especial porque lleva un prólogo de Eugenio Montejo. Uno le admira, además, por el estudio que antecede a Obra entera, de Rafael Cadenas, y, como todos, recuerda que fue objeto de un atentado terrorista de las FARC. La explosión de una bomba le destrozó el tobillo derecho y le hizo perder un pie. Fue en 1989. Si lo digo no es por morbo, sino porque esa herida (que "Ahora ya no importa"), esa cicatriz, está presente en este nuevo libro, El cuerpo y otra cosa, que vuelve a editar el acreditado sello valenciano siempre atento a lo sucede en ultramar. 
A favor de la prosa, del tono conversacional y narrativo, el poeta va hilvanando ideas, temas que van surgiendo desde el fondo de su memoria y del presente, uno de esos asuntos sobre los que reflexiona. En realidad, digámoslo pronto, se trata de un solo poema extenso dividido en fragmentos numerados que a veces llevan título. Me refiero a "El cuerpo".
El tiempo es otra idea. "Ya se sabe que el tiempo no importa, que no hay recuerdo viejo, que ni el olvido vale", escribe. O: "Intuyo otra manera de llevar el tiempo".
La música (a la ella le dedicó el libro Poesía en la canción popular latinoamericana, también en Pre-Textos) es otra constante. La del bolero: "fue cuando mi débil corazón me dijo que el amor es frágil", siendo el amor y el erotismo una obsesión, digamos, inevitable en la poesía de Jaramillo Agudelo. 
Pero es el cuerpo lo fundamental aquí: "Yo soy mi cuerpo, me dicen". "Yo moriré como carne". "Siempre fue uno solo el cuerpo". "Sólo el cuerpo sabe decir «yo»". Cuerpo, por cierto, que está "hecho de tiempo". Sí, "El tiempo, que es el cuerpo". 
Al silencio dedica algún poema: "Lo principal consiste en los silencios que debo, lo que debí callar". Y a los recuerdos, que "son una manera despaciosa de la muerte". Y a la muerte: "Sólo sé que llegará". 
Hay algo de balance en el libro, de ajuste de cuentas con el pasado: "esto fue, diré, más bien". Y de metamorfosis (de alguien que se transforma en otro, que es el mismo y no): "alma nueva y cuerpo viejo". De ahí el tono meditativo. Una meditación escrita, claro, con palabras: "Las palabras son las cosas pero las palabras son la cosa". Porque "Los poemas son cosas hechas solamente con palabras". Porque "En ninguna parte es más palabra una cosa que en el poema" y "En ninguna parte es más cosa una palabra que en el poema".
"Somos solo cuerpo", insiste, y vuelve sobre el presente, el que pide al cuerpo, "mi nada". Y al "presente absoluto": el orgasmo. Presente que no está en el sueño, sino en la vigilia y el insomnio.
Y concluye: "El olvido es también útil: no soy sólo recuerdos, soy una larga y ya borrada lista de olvidos".
Fuera del corpus central, de ese largo poema que da título al libro, a modo de epílogo, encontramos un puñado de poemas elegíacos. "Poemas para sacarme esa parte mía que murió", escribe. Allí evoca a un "primer hermano mío", a los amigos muertos (que da en un poema emocionante y precioso), a una mujer: "te amé y eso basta, / abrazado a ti fui feliz, / ahora lo sé, / ahora cuando le perteneces a la muerte".

LOS AMIGOS MUERTOS

Si ahora regresaran llegarían con su edad intacta,
más allá de la muerte, inmortales
con aire de ignorar lo nuevo que hay en el mundo,
sin interés en nada distinto de indagar lo que ahora soy.
¿Por qué las canas y la panza?
¿Por qué mi trajinado traje mortal que cruje tanto y mi cojera?
¿Por qué mi apatía con el mundo, mi apatía conmigo, mi desgano?
¿Por qué mi fastidio con el ruido y sus ruindades?
¿Por qué mi amor al silencio, mi mutismo?
También preguntarían perversos por qué conmigo la muerte sí es indolente. Si ahora regresaran, llegarían dándome un abrazo que todavía extraño.


Nota: Esta reseña ha aparecido publicada en el número 124 de la revista Clarín, donde también se pueden leer los textos del homenaje a Rafael Cadenas que se celebró en Casa de América hace unos meses. Añado aquí el poema "Los amigos muertos", al que se hace referencia en la recensión.

10.10.16

De papel

La Pléiade
Ayer dedicaron en el suplemento Ideas de El País un especial al libro de papel, que resiste. Un informe de Joseba Elola, "Quiero leer en papel" lo corrobora. El neurólogo Facundo Manes alude en su artículo, "El cerebro persigue palabras", a la escritura ("Los seres humanos estamos atravesados por la escritura como nunca antes en la historia") y a la lectura ("Leer, en un primer orden, supone reconocer la forma de las letras y, con ellas, las palabras. Pero además, mientras leemos, percibimos la totalidad del texto como si se tratara de un paisaje"). El dibujante Miguel Gallardo usa un cómic para explicar su relación con los "esos extraños artefactos de pasta de papel". Por fin, Alberto Manguel, ahora director de la Biblioteca Nacional de la República Argentina, publica un hermoso texto autobiográfico titulado "Las hojas me han dado raíces" donde, entre otras cosas, dice: "Desde esas lejanas tardes yo siempre he sido fiel a esa geografía. De biblioteca en biblioteca, ese follaje me acompaña y me hace sentir en casa dondequiera que me encuentre: durante mis demasiados viajes, es siempre la hoja de papel la que me ha dado raíces. Los utilísimos y omnipresentes textos digitales provocan mi admiración pero no mi afecto. Necesito una presencia más corpórea, menos fantasmal en un mundo que siento más y más como absurdo y evanescente. Todo se aleja, todo se transforma a mi alrededor: las ciudades a las que me había acostumbrado cambian de fachada, los viejos amigos cambian sus rasgos y sus personalidades, la rutina cotidiana ya no es la misma. Sólo el papel y su tinta permanecen para mí constantes, siempre en su mismo lugar entre las cubiertas de mis libros que, si bien ajados, resisten la lima de los días y el roer de los años. Entre la gente de campo, existe la tradición de que, cuando un apicultor muere, alguien debe anunciar esa muerte a las abejas. Yo quisiera que, cuando yo ya no esté, algún amigo vaya a decirles a ese paciente papelerío que su lector se ha ido".

9.10.16

Poemas de Silvia Tocco

Silvia Tocco es argentina de Buenos Aires y nació en 1954. Este año ha publicado Detrás de los ojos, su tercer libro de poesía, en Ediciones El Mono Armado. Es médico psicoanalista y trabaja con niños que tienen problemas emocionales. Si cuento esto, que aparece siempre en sus notas biográficas, es porque su poesía tiene relación con ello, aunque no sólo. 
Sus poemas, escritos en minúsculas y sin puntuación, tienen una gracia especial. No encuentro otra palabra más adecuada. Son ligeros, siquiera en apariencia, aunque no por eso carezcan de la debida enjundia.
La memoria familiar, su infancia y sus raíces italianas, otro lugar común para una argentina, ocupan buena parte del volumen. Así, en "Las tías" ("la casa / era el sexo de las tías"), "Sicilia, 1996", "Calabria", "Sirocco"... Sus poemas son breves, pero a pesar de eso están, ya digo, llenos de sentido. Basta leer "La madre de Camus" (perfecto comienzo) "De tarde" o "Afuera". 
Hay un intermedio, digamos, de poemas en prosa donde aparecen, como comentaba, los niños y ese mundo que se relaciona con su ocupación profesional. 
El erotismo (sutil, delicado, femenino) no falta. En "Ustedes", "La derrota", "Residence Littré", "Por venir". Ni París, donde el amor, ya se sabe, es norma. Copio a continuación dos poemas del libro.

La madre de Camus

a crin húmeda olía
el colchón
donde alumbró
una vida de silencio.
Guardó
a su hombre muerto
en campo de batalla,
esquirlas de obús,
postales enviadas
desde el frente.
No conocía de historia,
Francia había sido
una palabra
al otro lado del mar.

Era de la raza de las inocentes,
las que lavan la ropa sucia de los otros
las que limpian los suelos de rodillas
las que planchan el único pantalón del hijo
y encuentran en el bolsillo agujereado
la moneda para el fútbol
del día siguiente.
No piden promesas de amor
ni salvan el mundo

callada hilandera
teje por la noche
la mañana

        ■

Sicilia, 1996

había jazmín
en la isla
la
canzonetta
entraba
por las hendijas
de la ventana

había
un padre

dejaba de ser
un soldado ciego
en la primera línea de fuego